La deposición de ETA

La larga, aburrida y farragosa deposición de la banda terrorista ETA confirma con demasiadas palabras lo que los criminales ya habían certificado escuetamente el pasado 30 de diciembre con el asesinato de dos personas: el proceso para el final del terrorismo está roto. Lo más delirante no son las explicaciones ya habituales para tapar la realidad y echarnos la culpa a los demás de lo que pueda pasar; lo que demuestra hasta qué punto esta gente está muy lejos de la realidad es el ataque al Tren de Alta Velocidad previsto para nuestra comunidad autónoma y que para estos albaneses maoístas es una imposición del neocapitalismo y una demostración del mucho dinero que hay aquí y que dicen que no saben de dónde sale. Convendría que igual que les explicaron (a 'Antxon') en las conversaciones de Argel que Euskadi tenía plenas competencias en Agricultura, alguien les informara de que en la CAV existe un saneado nivel de vida, que gracias al Concierto Económico, y a la capacidad emprendedora de miles de vascos que crean empresas y riqueza, en este país se vive muy bien en lo material, que la única antigualla del pasado, el único estado de excepción es el que ellos plantean cuando en sus listas de futuras víctimas aparecen policías, concejales del PP y del PSOE, dirigentes de movimientos cívicos o víctimas ya victimizadas antes.

Las ilusiones y expectativas para el final del terrorismo, creadas sobre la evidencia de que ETA cubría la etapa más larga de su historia sin asesinatos, asentadas en los deseos expresados por miembros destacados del propio tinglado violento, certificadas en la evidencia de una estructura criminal cada vez más vulnerable y golpeada por la Policía, quedaron abruptamente frustradas el pasado 30 de diciembre, cuando ETA asesinó en Madrid a Carlos Alonso Palate y a Diego Armando Estacio, dos ecuatorianos que hablan de cómo todo ha cambiado en España menos la brutalidad y el cerrilismo tribal de ETA.

La deposición ha coincidido en el tiempo con la detención de más miembros de ETA en Guipúzcoa, etarras que tenían planes muy perfilados para asesinar a un policía. Una malísima noticia, el hecho de que ETA estuviera preparada para volver a asesinar, felizmente tapada por la buena noticia de que la Guardia Civil detiene a los etarras en cuanto asoman la cabeza. El perfil de los detenidos, la forma chusca de entrar en España, pedaleando en bicicleta, hablan de una degradación de la banda que es compatible con que pueda hacer mucho daño, como se demostró en lo que pudo ser la matanza de Barajas.

¿Y ahora qué?, se pregunta la gente. Pues habrá que volver a la situación anterior al inicio del proceso, aunque no en idénticas circunstancias. La banda terrorista es la única culpable de haber tirado por la borda una oportunidad para acabar con la violencia y eso no le puede salir gratis y no le va a salir gratis, empezando por algunos de sus seguidores, que habían confiado en que ésta era la buena ocasión y ahora muestran su frustración ante una banda que cada vez tiene más difícil ser creíble en su permanente ejercicio de echar la culpa de sus errores a los demás.

La Policía seguirá actuando con eficacia y deteniendo a estos asesinos, cada vez más aislados y más fuera de tiempo y espacio; el Estado de Derecho deberá impedir que se presenten a las elecciones listas de simpatizantes de ETA que no se ajusten a la Ley de Partidos y a la Constitución, que obliga a todos los demás grupos políticos, y los ciudadanos deberemos prepararnos -con un punto más de hastío, si esto es posible- para resistir y volver a los tiempos en los que se trataba de impedir que hubiera asesinatos.

En la deposición queda bien clara la obsesión de la banda terrorista con el PNV. Se cita con reiteración a Josu Jon Imaz y a Íñigo Urkullu, se les presenta como aliados de los socialistas en la tarea de conseguir la eliminación de la banda. Éste es un dato novedoso y, desde luego, radicalmente diferente de lo que fue el proceso de Lizarra, en el que los nacionalistas aparecían unidos para que el eventual final del terrorismo se tradujera en un aumento de la hegemonía nacionalista y en la exclusión de los constitucionalistas. Algo hemos avanzado.

Todo el testimonio de la banda aparece trufado por la obsesión de dejar claro que si algo pasa no será culpa de quien pegue el tiro, sino de quien se lo deje pegar. Esta barbaridad, que forma parte del paisaje político enloquecido de Euskadi desde hace cuarenta años, me temo que en esta ocasión va a tener menos seguidores entre los adictos a la banda. Creo que, por primera vez, ha habido personas relevantes, cualitativa y cuantitativamente, del mundo violento que estaban convencidas de que en este proceso se terminaba la violencia. Su frustración tendrá también consecuencias políticas para una banda que ha perdido aquí toda credibilidad, si es que alguna vez tuvo alguna.

La parte civil de los violentos parece empeñada en hacer todo lo posible por no ser legalizada, para así cargarse de razón en el caso de que puedan producirse nuevos atentados. Una vez más hay que recordar lo obvio: los únicos culpables de lo que pueda pasar serán los que lo perpetren, nadie más. Los terroristas han matado el proceso y con esos crímenes han alargado su final. El Estado de Derecho, la democracia española, acabará consumando la derrota de la banda terrorista, más pronto que tarde.

José María Calleja