La derecha bloquea el federalismo

Una nación es, desde una óptica democrática, un proyecto de convivencia pactado y no impuesto entre los ciudadanos que la integran. Dichos ciudadanos pueden hablar diferentes lenguas, tener diferentes orígenes, creencias religiosas y opiniones políticas diferenciadas entre múltiples factores de división, pero, necesariamente, deben tener una misma o parecida concepción política positiva de su país (como ocurre en Suiza, por ejemplo). Si las opiniones sobre este hecho están radicalmente polarizadas, el proyecto de convivencia común es difícil y a largo plazo, imposible. ¿Qué circunstancias nos han llevado a la negativa, en mi opinión, extrema polarización de sectores de la ciudadanía catalana entre catalanistas y españolistas radicales? Son múltiples. Sería útil hacer un listado de factores, pero en este artículo me limitaré a uno dada su mayor relevancia: la reaccionaria idea de España de la derecha española contemporánea.

Esta idea de España, esencialista, castellanizante y jacobina-centralista, es el mayor obstáculo para el desarrollo de una cultura política federalista y democrática avanzada. Una innovadora cultura política federalista que quizá lograría cerrar las heridas entre los diferentes integrantes de lo que para unos es España y para otros el Estado español. Nuestro inefable expresidente José María Aznar, siempre tan rancio, castizo y lenguaraz, se sitúa en el centro de esta hegemónica idea de España. En su último y paternalista libro, Cartas a un joven español, afirma taxativamente: "La nación no es un concepto discutido y discutible. Es una realidad política, social, histórica y sentimental". Obviamente, si la nación no es un concepto discutible, los ciudadanos nada tienen que opinar. Deben ser sujetos pasivos de una realidad política superior a su raciocinio y voluntad. Esta reaccionaria concepción de la nación tiene desgraciadamente una larga tradición histórica que se inicia en el siglo XIX y llega hasta nuestros días. Con dos fases históricas decisivas: la Restauración (último tercio del siglo XIX y primer tercio del siglo XX) y el franquismo (desde 1939 a 1975). Nuestros actuales liberales-conservadores del PP son sus herederos y defensores más beligerantes.

Existe un claro hilo cultural-ideológico que une a la Restauración, de la que se adueña el liberalismo conservador de la época, y la dictadura franquista: una concepción de la nación española esencialista (la patria tiene unas esencias inalterables que cada generación debe conservar y transmitir intactas) y unitarista (la España una, grande y libre del lema franquista). La comparación entre la idea de nación de Antonio Cánovas del Castillo (el líder del liberalismo conservador y estadista clave de la Restauración) y la del dictador general Franco así lo evidencia: es exactamente la misma. Cánovas afirma: "La nación no es (...) el producto de un plebiscito diario, ni obra del asentamiento, constantemente ratificado por todos sus miembros, a que continúe la vida en común. No. El vínculo de nacionalidad que sujeta y conserva las naciones es por su naturaleza indisoluble". Mientras que, por su parte, Franco, obviamente con menos luces, expone: "No es la patria sujeto nuestro, sino nosotros de ella como madre, y no patrimonio hemos de considerarla".

Con la muerte del dictador en 1975, el franquismo es políticamente inviable y, fruto de la debilidad del régimen para perpetuarse y de la debilidad de la oposición para imponer la ruptura, se inicia la transición democrática. En esta coyuntura, la derecha española más lúcida pierde su radicalidad en las formas y acepta la democracia, pero lo hace con su bagaje cultural intacto resucitando y/o retornando a sus orígenes ideológico-culturales liberal conservadores de la Restauración (el caso de Fraga sería el más paradigmático). Así, nada tiene de extraño que la fundación cultural de Alianza Popular, fundada por Fraga, fuera bautizada como Fundación Antonio Cánovas del Castillo, con posterioridad absorbida por la FAES (el laboratorio ideológico del PP) y controlada por Aznar desde la llegada al poder de Rodríguez Zapatero.

Previamente, Aznar, para desplazar al PSOE de Felipe González del poder, había centrado su discurso y desactivado, en una gran pirueta táctica, la argumentación esencialista más reaccionaria, de forma que adoptó una óptica historicista sobre la idea de España e incluso, ¡recuerden!, llegó a afirmar que en ocasiones hablaba catalán en la intimidad. Sin embargo, los elementos de continuidad respecto a esa idea de España son más importantes que los de discontinuidad. De ahí que afirme: "Nosotros creemos en la continuidad histórica de la nación. Cánovas expresó muy bien la tarea del político cuando dijo que había venido a continuar la historia de España. Nosotros también".

De hecho, para este giro Aznar solo tuvo que reelaborar una de las ideas fuerza de José Antonio Primo de Rivera, como se sabe una de las fuentes ideológicas de nuestro personaje, la historicista idea de España como "unidad de destino en lo universal".

Dada esta hegemónica idea freno, que impide una definición democrática avanzada de la concepción de España, el comentario que podríamos hacer es que no existe ningún destino predeterminado. El futuro vendrá dado por la suma de actos que efectuamos en el presente. No existen esencias inalterables de la patria (cualquiera que sea). Es imprescindible el desarrollo de una cultura política federalista superadora de etapas anteriores que se resisten a desaparecer.

Juan Antón Mellón, catedrático de Ciencia Política de la UB.