La derecha española autocomplaciente

La derecha española le echó un pulso a la realidad a finales de los años 80 y para ello tuvo que traicionarse a sí misma. Ser fiel a los hechos supone a veces traicionar las propias ideas. También el Partido Comunista se traicionó a sí mismo, y Suresnes no dejó de ser otra traición.

La vida política está llena de felices traiciones porque la verdad de la práctica demuestra que la coherencia extrema lleva a la locura. Ser fiel a la realidad es más importante que ser fiel a los propios principios, porque en política el principio debe ser la realidad. Todo lo demás son ideologías, locuras propias del que lo ha perdido todo menos la razón.

Pero el loco, fiel sólo a sí mismo, además puede ser necio si se compromete con ideas de corto recorrido, recetas que valen siempre y en cualquier circunstancia, dogmas que atajan la complejidad de las circunstancias. Cuando el ataque es furibundo, y el combate arrecia sin tregua, hay que defenderse con dogmas prístinos, pero el riesgo de acabar encastillado en un mantra es enorme.

Impuestos, mercado, vida y educación son eslóganes válidos como arietes contra el intervencionismo, el género o el estatalismo. Pero no dejan de ser mantras contra mantras, humo contra humo y dogmas para derrotar más dogmas. Este es el peligro de las victorias, lo pírrico que reside en toda ideología, eficaz para ganar guerras, e ineficiente para conquistar la paz.

Bajar los impuestos es una receta electoralmente triunfante, fácilmente reconocible, la camisa blanca de todo fondo de armario del buen padre de derechas. Siempre queda bien.

Pero si es una receta que vale siempre y en toda circunstancia, entonces no es un remedio, sino un encanto. Es la brujería de la homeopatía, o el placebo del vasito de agua con azúcar. Se puede aplicar de vez en cuando, pero ¡ay del médico que sólo aplique placebos! Y pobre paciente el que cure su cáncer con zumitos.

La derecha española ha sido víctima de sus victorias pasadas, del optimismo de finales de los 80 y de la eficacia de los mantras de aquella época. Pero ni el mercado se ha demostrado como remedio para una sociedad civil muy debilitada, ni la bajada de impuestos sistemática ha sido puesta en marcha, ni la libertad de educación ha demostrado mejores índices allí donde se haya podido aplicar tal cosa. Los pozos de agua de aquellos tiempos no sólo están secos hoy, sino que además tampoco fueron manantiales que alimentasen los regadíos de la época.

¿Cuándo abandonó la derecha española su preocupación por la cuestión social, cuando fue ella la primera en convertirla en programa político?

¿Cuándo el mercado sustituyó a la sociedad, y la sociedad al Gobierno?

¿Por qué se cargó a las familias con el peso del Estado, dando por supuesto que son instituciones inquebrantables, a prueba de todo ataque?

¿Por qué se ignoró que el mundo laboral puede acabar convertido en un socio perfecto del Leviatán, y cómo explicamos que China lo haya comprendido tan bien?

¿Por qué le hemos regalado el afecto a la Nación a los nacionalistas?

España tiene un valor propio que otros Estados europeos no tienen. Cuenta con una sociedad relativamente homogénea, un sistema de integración de la inmigración envidiable e inexplicable, una cohesión social con índices muy altos y una identificación intensa con los valores culturales propios.

Pero se enfrenta, de modo inexplicable, a relatos que dicen exactamente lo contrario y que viven de su destrucción. Van desde los de una izquierda militante empecinada en renovar las antítesis marxistas convertidas en conflictos de género y clase, hasta los de una cierta derecha que entiende que los problemas estadounidenses y franceses son los nuestros.

Son relatos dogmáticos que no parten del sosiego que ofrece contemplar nuestra sociedad tal y como es. Y son esquemas que no nos dejan ver los problemas reales que sí tenemos y que en el futuro inmediato se van a presentar con más crudeza:

1. Un mercado laboral con unos índices de paro intolerables.

2. Un desequilibrio territorial entre las grandes ciudades y las áreas de interior despobladas.

3. Una brecha generacional entre los jóvenes que se incorporan a un mundo que dicen no comprender, y sus mayores, que viven de otros mitos.

4. Y una erosión acelerada de las clases medias y de la equidad, que son la base de toda forma de gobierno moderada.

Ni la promesa de una agencia espacial nacional, ni el cambio de nombre de las calles, ni la amenaza de una invasión inminente, ni el reclamo de una libertad abstracta harán nada por mitigar los daños que estas rupturas que se avecinan van a ocasionar a una sociedad civil debilitada.

El reclamo de políticas públicas activas diseñadas para optimizar la redistribución social, el fortalecimiento de la unidad nacional y la activación de la sociedad civil son parte del corazón de la actividad de un partido que aspire a ser una alternativa real de gobierno, y que cuenta con una sociedad mucho más vital de lo que convendría a cualquier relato populista que se nutre de una debilidad aparente.

Me pregunto si el centroderecha español estará por fin empezando a salir de su autocomplacencia.

Armando Zerolo es profesor de Filosofía Política y del Derecho en la USP-CEU.

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