La derecha insoportable

Es de imaginar que para la mayoría de las personas con ideología de izquierdas, la derecha sea insoportable de por sí, pero acaso lo sea también –en una facción más acotada– de vez en cuando para sus votantes. Ese reducto de la derecha odiosa acaso tendría remedio si llegara a mirarse en el espejo.

Una señal de su identidad es la superioridad social, patrimonial y formativa, aunque no siempre moral. Cierto que nada tiene que ver con la exagerada casta aristocrática inglesa, pero podría parecer un frustrado intento de emulación. El «derechas pijotero» –minoría dentro de su arco ideológico– viste, habla y despotrica con parecido acento. Es intolerante, tiene toques del antiguo régimen, cree en Dios porque ir a misa o mostrar una devoción exultante en el Rocío da tono, e incluso quizá adquiere papel higiénico con los colores de la bandera nacional, toda vez que la patria también está en los lavabos; luego, claro, el personaje es pluridivorciado, debe dinero, pone el cazo, no pisa sagrado, a la menor ocasión cursa como vanidoso, quejoso y agorero y resulta tan poco fiable como el tractor de Aitor.

Esa superioridad le hace hipercrítico no solo con los demás sino también con los acontecimientos. Su opinión no es gregaria: «El que me sube los impuestos, la paga», pero luego esa opinión mendiga subvenciones. Amén de inconsecuente, el tipo es un enterado. Recuerdo que la expropiación de Rumasa me cogió en Venezuela, ayudando a un noble conocido al que unos socios locales le estaban esquilmando su empresa. Pues bien, aprovechó que recibía una llamada de teléfono para notificarme cómo iban sucediéndose los acontecimientos en Madrid: «Era Boyer –dijo con suficiencia indescriptible–, me ha dicho que van a ir hasta el final». Fantasmones de este calibre todavía forman parte de la derecha mesozoica y suponen por su visibilidad una carga inasumible para sus correligionarios.

¿Y qué decir de sus reacciones «ronaldiñas» anunciando urbi et orbi sus veleidosos cambios de partido, o la constitución de grupúsculos nuevos tan pronto como son contrariados por cualquier acción de gobierno? Muchos epígonos de esa derecha se asustaron con el nombramiento de la nueva alcaldesa de Madrid, pero fueron ellos los que, votando a un partido marginal, también de derechas, le quitaron a la candidata del PP los votos que hubiera necesitado para lograr la mayoría absoluta; votos que, por otra parte, no les procuraron ningún edil. O qué decir de aquellos que, a las primeras de cambio, mudaron del PP a Ciudadanos dando por hecho que estos iban a ganar las próximas elecciones y ahora están desorientados por el pánico que Rivera ha suscitado gritando «¡fuego!» dentro del teatro.

Conviene resaltar que esta porción minoritaria es la que ha producido la inmensa mayoría de los casos de malversación juzgados. Ellos son los que han acabado con el gobierno del Partido Popular y no el obiter dictum preconstituido de una sentencia recurrible. Al gobierno lo ha derribado el goteo de la corrupción de estos oportunistas. Es doloroso constatar cómo Rajoy se ha ido a vivir a una casa más modesta que la de Iglesias/Montero y cómo ningún miembro de su gobierno ha formado parte de esa derecha venal.

En política, el principal valor (no el único) es conquistar el poder para procurar servicio público. Pues bien, si nos preguntáramos quién crea ese valor contestaríamos que quien lo genera. Mas no es así: el valor solo lo crea el que se lo lleva. En Cataluña generó valor el PP tomando la decisión del 155, pero se lo llevó Ciudadanos. ¿De verdad se lo llevó Ciudadanos? No, Ciudadanos ganó las elecciones, que es distinto, pues gobiernan otros. ¿Quién sobresalía en las encuestas para ganar los próximos comicios? Ciudadanos. Sin embargo, PP y Ciudadanos, que han echado el resto generando valor, lo han desperdiciado con sobreactuaciones caprichosas, y un tercero que pasaba por ahí les ha quitado la merienda. En previsión de que esto pudiera volver a repetirse, me permito hacer un par de recomendaciones. La primera es que no es aceptable que porque un centenar de niños bonitos sean unos mangantes, lo paguen millones de personas. Nada de endurecer la ley, nada de dimisiones a toro pasado. Lo imprescindible es una auditoría interna permanente en el PP (no confundir con la externa, que aporta poco) que le advierta con anticipación de los riesgos a los que está expuesto. Auditoría que deberá ser invasiva y sorpresivamente fiscalizadora. Por ejemplo, si en casa de alguien del aparato aparece de pronto un cuadro de Tàpies, deberá conocerse si el abuelo Florenci fue quien lo legó; y si el abuelo Florenci no aparece por ninguna parte, ese caballero deberá ser invitado a darse de baja porque de lo contrario un juez podría tomar la parte por el todo. Y si alguien está cazando en Tudelilla y un concejal se pavonea con un rifle exprés cuyo valor excede su sueldo de un año, es mejor pasarse de rigurosos cesándolo de inmediato, a que lo haga un periodista bienintencionado de la Sexta.

La segunda recomendación es que hemos de aceptar los errores cometidos, uno el de la responsabilidad «in vigilando» atribuible al PP y otro el de Ciudadanos de dar por terminada la legislatura a bombo y platillo, empujando a quien más tenía que perder en unas elecciones, a presentar a la desesperada una moción de censura que por carambola ganó. Contra esto último la derecha insoportable podría no resignarse y mostrarnos sus peores gestos; más aún, reaccionar alocadamente con ánimo de revancha. Pero un gobierno del PSOE, con casi tantos ministros como escaños, tiene garantizada una extremada oposición. Si esa oposición agresiva de objetivos cortos la capitaneara el PP, conseguiría «ser el de siempre». Facilítese el protagonismo destructivo a Ciudadanos y Podemos y céntrese el PP en contribuir a los resultados sobre las grandes cuestiones de Estado. El PP tiene que olvidarse de la moción y volver a inspirar confianza, y para eso no puede perder el tiempo con tonterías. La derecha insoportable, que en momentos muy concretos representamos todos, ha de ser la primera en aprender la lección de lo ocurrido. Y la lección es que antes de definir nuestro próximo envite, hemos de pararnos a pensar que, si al generar valor no sabemos cómo guardarlo, hay que esperar a que sea otro el pringado que haga el esfuerzo por nosotros.

José Félix Pérez-Orive Carceller, abogado.

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