La derecha que no quiere más Europa

Los costes sociales de la crisis, la globalización (competencia de países como China e India, hasta hace poco en el subdesarrollo), y la llegada masiva de inmigrantes, han alterado y fragmentado la política europea. Lo estamos viendo en Alemania, donde pese a que el paro está en el 3,6%, el éxito relativo de la populista Alternativa para Alemania (AfD) ha forzado la renovación por tercera vez de la gran coalición entre la CDU y el SPD, algo que debía ser excepcional. En la CDU se revuelven contra la cesión de Angela Merkel de la cartera de Finanzas a los «rojos», y en el SPD Martin Schulz ha tenido que dimitir como líder del partido y renunciar al Ministerio de Exteriores.

Y podemos verlo también en Italia tras las elecciones del 4 de marzo en las que ningún partido podrá gobernar solo y puede que la solución menos mala –para evitar la llegada al gobierno de los populistas de Liga Norte o del Movimiento 5 Estrellas– sea una coalición de la derecha de Silvio Berlusconi con el Partido Democrático (excomunista y socialdemócrata).

En el terreno de la respetabilidad política, desde la derecha liberal al socialismo democrático, casi todo el mundo admite que la eficacia exige más Europa. Con la globalización y el euro ningún país puede tener una política económica (y por tanto social) totalmente independiente. Solo la UE tiene peso para mantener y construir un modelo económico algo distinto al de Estados Unidos. Y las oleadas de inmigración –económica y política– no pueden ser reguladas y controladas a nivel nacional de Italia, Grecia y –lo veremos– España.

Conviene más Europa. Es algo poco discutible pero, a la vez, difícil de llevar a la práctica. Los estados son celosos de su poder (menguante), los pueblos del norte no siempre ven bien a los del sur (y a la inversa), y los partidos nacionales son nacionales. En Catalunya lo tenemos que entender.

Una noticia relevante, y no muy destacada, revela las reticencias prácticas a más Europa. En este caso de la derecha. El brexit va a hacer disminuir al Parlamento europeo en 73 diputados. Algunos se van a recuperar para la lista de diputados de países que se quejan de estar infrarrepresentados (Francia y España, por ejemplo). Pero Emmanuel Macron –en su plan de relanzamiento europeo– ha propuesto que una treintena sirvan para crear un contingente de eurodiputados que se eligirían en listas transnacionales en toda la UE, no en cada uno de los países miembros. Cree que estos diputados de listas transeuropeas ayudarían a abordar los asuntos desde una óptica más europea y menos nacional. Como, de cierta manera, ya hacen la Comisión Europea y el BCE que son órganos no de cooperación entre estados sino supranacionales.

Sería un paso pequeño y discreto, pero significativo hacia la conciencia de Europa no solo como una unión de estados soberanos sino como supranacionalidad. No se trata de crear los Estados Unidos de Europa –no hay estado que lo proponga–, sino de construir espacios y conciencia de supranacionalidad sin la cual –a medio plazo– Europa no tendrá peso en el mundo. Ni Francia ni Alemania pueden negociar con China de igual a igual. Y ya se ha visto que sin la política monetaria supranacional de Mario Draghi en el BCE, únicamente tolerada por Alemania y juzgada insuficiente en los países del sur, la crisis económica no se habría superado.

La idea de la treintena de eurodiputados transnacionales para las elecciones del 2019 es sugestiva y sería un pequeño paso. La deben aprobar (por unanimidad) los jefes de Gobierno en un próximo Consejo Europeo. Pero esta semana la iniciativa de Macron ha tenido un serio contratiempo al sufrir el voto contrario (368 contra 274) del Parlamento europeo. Han votado en contra los euroescépticos, por descontado, y a favor liberales, socialistas y verdes. Pero el no decisivo ha sido el del partido más estructurado del centroderecha, el PPE, que reúne, entre otros, a la CDU de Merkel y al PP de Rajoy. Y el que ha fijado la posición ha sido el portavoz del grupo, Manfred Weber, del partido de Merkel, que ha argumentado que la lista transnacional no sería comprendida por los electorados de los estados.

¿Por qué Merkel y Rajoy, que siempre tienen a Europa como norte, se oponen a que 27 eurodiputados (sobre más de 700) no salgan de las tradicionales listas nacionales? La clave es que quieren que la UE esté supeditada a los estados. La Comisión (pese a que se ha elegido a presidentes dóciles) y el BCE son injertos de supranacionalidad. A contener. Vale, pero así Kissinger seguirá sin saber el teléfono de Europa. Y ya se sabe que hoy sin móvil no existes.

Joan Tapia, periodista.

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