La deriva de la división

Aunque todavía queda por decidir el 90% de los delegados a la Convención republicana a celebrar en Tampa, Florida, en junio de este año para elegir el candidato republicano que se enfrentará a Obama en las elecciones de noviembre, tanto en los propios EEUU como en otros países se va extendiendo la idea de que el GOP, el Gran Viejo Partido como llaman al partido republicano, se encuentra con un problema serio. No aparece el candidato que pudiera perfilarse como ganador. Pero ése uno de los problemas menores. Ha habido anteriormente primarias en las que se ha tardado bastante más en encontrar la figura ganadora. El hecho de que, de partida, Mitt Romney parecía tenerlo todo a su favor, pero que ese favoritismo de partida no se haya consolidado ayuda a la sensación de que los republicanos tienen un problema. Pero tienen más problemas que el personal.

El problema principal radica, en mi opinión basada en un seguimiento muy estrecho de la campaña de las primarias desde los mismos EEUU, en que los movimientos sociales internos al republicanismo y la estrategia de los demócratas están jugando, al parecer, el mismo partido en el mismo sentido. Llama poderosamente la atención cómo dentro del campo republicano se ha desarrollado una atmósfera en la que surgen personajes con capacidad de decidir en qué consiste el verdadero conservadurismo, y con capacidad de conceder credenciales de verdadero conservador a uno o a otro. En esta carrera con jueces autoproclamados hacia el verdadero conservadurismo se va dando, además, un desplazamiento hacia lo que en el campo republicano se llama conservadurismo social.

Este conservadurismo social se centra en el ámbito de los valores, de la cultura, de la fe. El héroe del conservadurismo social, Rick Santorum, católico, padre de siete hijos, ha resumido sus posiciones en tres palabras que comienzan en inglés con F: faith (fe), family (familia) y first marry (casarse antes de tener el primer hijo). Hay una corriente profunda en sectores de la población americana que se encuentra asustada ante la evolución de las costumbres culturales y sociales en la sociedad americana.

Otro elemento básico del conservadurismo social radica en su concepto de libertad. No es una idea de libertad ligada a lo que entendemos en Europa por libertad: que nadie prescriba a nadie cómo debe vivir, un sentido de la tolerancia rayana en la indiferencia -que cada cual haga lo que le venga en gana, a mí no me importa, no me afecta, no me interesa-, sino que se encuentra ligada al trabajo y a la responsabilidad. Si tengo trabajo soy libre y responsable, sin que tenga que venir la Administración a decirme si me tengo que asegurar o no, y cómo debo hacerlo.

Un tercer elemento del conservadurismo social radica en la necesidad de rescatar los valores de la Constitución americana: libertad, capacidad de emprender, responsabilidad y gobierno limitado. Y las capas de población que se encuentran profundamente preocupadas se agarran con toda firmeza a esa idea de libertad frente a lo que entienden que es un abuso de poder del Gobierno. Es un conservadurismo social en el que está integrado un elemento libertario que es el que representa el candidato a candidato Ron Paul. El mayor enemigo de la libertad individual es el Gobierno diciéndoles a los ciudadanos lo que tienen que hacer. Lo formulaba uno de los candidatos: no queremos un gobierno que nos diga que sabe lo que necesitamos, queremos un gobierno que nos deje asumir nuestra responsabilidad en libertad.

El problema básico de esta corriente es que juega a fortalecer lo que parece que es la estrategia del partido demócrata. A pesar de que el presidente Obama da la impresión de apostar por la recuperación económica, llama la atención el hecho de que él y su Gobierno van planteando cuestiones que fuerzan el debate sobre los valores que rigen en la sociedad americana: la libertad de las mujeres para decidir sobre su salud, la inclusión de los anticonceptivos en los seguros que deben suscribir los empleadores, aunque sean organizaciones religiosas que los rechazan, lo que los ricos deben aportar para que la sociedad americana sea más equitativa.

Estos planteamientos consolidan dentro del campo republicano la voz y el peso del conservadurismo social, dejando a un lado el conservadurismo económico. Y en ese juego refuerzan a los candidatos y a las voces en el campo republicano que ponen en duda las credenciales conservadoras de verdad, las que afectan a los valores sociales y culturales de Mitt Romney. Da la impresión de que se va formando una pinza entre un conservadurismo muy ideológico en valores y el interés estratégico de los demócratas para que el debate no se centre en cuestiones económicas y para que el candidato republicano mejor colocado para ese debate vaya quedando descartado.

Esta estrategia es la que está haciendo surgir con fuerza la candidatura de Rick Santorum, que cuenta con el favor de los conservadores sociales. Se trata de un candidato que critica la revolución sexual, que afirma que los métodos anticonceptivos han traído consecuencias culturales funestas en lo que a los valores se refiere, el que con más convicción critica la pretensión de la administración Obama de forzar a las organizaciones religiosas a comprar seguros para sus empleados que incluya la contracepción.

Es cierto que todo esto es estrategia de campaña. Pero uno no puede evitar, siguiendo los medios y atendiendo al ambiente y la atmósfera que reina en los medios conservadores por un lado, y algunas fundaciones relacionadas con los medios de comunicación y favorables a Obama por otro, que lo que desde hace años se viene anunciando como la división de la sociedad estadounidense en dos bloques cada vez más irreconciliables, el bloque ideológicamente conservador, en términos culturales y sociales, y el bloque liberal democrático o de izquierdas, en los mismos ámbitos, se va afianzando. Sería exagerado afirmar que la sociedad americana se va acercando a una guerra religiosa en términos laicos, que en el seno de esa sociedad se van consolidando bloques que culturalmente e ideológicamente no se soportan, y que todas las llamadas al bipartisanship, al bipartidismo, o las promesas de superar la barrera entre ambos bloques, promesa hecha también por Obama al comienzo de su mandato, no fructifican y no pasan de deseos vacuos.

Es cierto que la democracia es sobre todo disenso, un disenso que se produce de forma pacífica, atendiendo a reglas que permiten dirimir las disputas por medio de la palabra. Pero también es cierto que ese disenso democrático se sostiene siempre que exista un suelo de valores compartidos, de valores culturales, de una cultura constitucional que no se pone en cuestión.

Por eso llama la atención la acusación de actuar de forma inconstitucional que a lo largo del mes de febrero se ha formulado insistentemente contra el presidente Obama. Una cosa es discutir si el valor nuclear de la cultura política y social americana radica en la combinación de libertad y de trabajo que da como resultado la responsabilidad y la posibilidad de ascender en la escala social, o si el valor nuclear de EEUU es la equidad de oportunidades, la equidad en las aportaciones al bien común. Y otra muy distinta que la propia Constitución y sus valores sirvan de línea divisoria, separando a lo que por definición ella debe unir por ser la base sobre la que se funda la existencia política de la comunidad.

A todo ello se añade una lucha que también conocemos en España: la lucha mediática. A veces tiene uno la impresión de que no se trata de una lucha o de un debate entre partidos políticos para hacerse con el poder, sino de una pugna por el poder mediático sobre la sociedad, una lucha descarnada con acusaciones de espionaje, de manipulación, de ocultar las noticias, de estar al servicio de un partido o de otro. El riesgo de división de la sociedad más allá de lo democráticamente necesario y aceptable se agrava cuando quienes debieran tener como misión transmitir las opiniones con equilibrio, analizar los hechos con cierto respeto por la verdad, sin olvidar su cometido de formadores de la opinión pública terminan siendo las avanzadillas de la división, los multiplicadores de la separación.

Por Joseba Arregui, exconsejero del Gobierno vasco, ensayista y presidente de Aldaketa.

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