La deriva política del País Vasco

La situación política está adquiriendo tintes muy preocupantes. Me ceñiré a tres fenómenos que, aunque conexos, tiene cada uno entidad propia: el retorno de las dos Españas, la torpeza de situar a ETA en el centro de la política española y el creciente cerco judicial a las manifestaciones del nacionalismo vasco.

De las dos Españas ya me ocupé en estas páginas refiriéndome al rifirrafe partidista. Pero lo mas grave es que está calando en muchos ciudadanos españoles. Últimamente estoy viajando mucho a diferentes rincones de España y me preocupa la unidimensionalidad que observo en la visión de las cosas de unos y otros, aunque más en unos (en la derecha, para ser claro) que en otros. Un ciudadano de otro país diría que estamos en una situación casi prebélica. Por primera vez en mi vida tengo cierto reparo en manifestar que soy un moderado nacionalista vasco hasta ver de qué pie cojea mi interlocutor. Incluso en círculos bien formados (aunque, por lo que me dicen, unilateralmente informados) observo una polarización, una descalificación brutal de líderes políticos a la par que una sublimación de determinados líderes mediáticos que me deja estupefacto.

Aquí enlazamos con la segunda cuestión. La pugna partidista en España ha colocado a ETA en el centro de la vida política. La banda está políticamente derrotada hace muchos, muchos años. ETA se presentaba, una vez más, en su comunicado después del atentado de Barajas, como "organización vasca socialista revolucionaria para la liberación nacional". Sus objetivos, no solamente sus mé- todos, son rechazados por la sociedad vasca. Siempre ha sido una impostura aquello de ETA, herria zurekin (ETA, el pueblo está contigo). De ahí que hablar de secesión de Euskadi, de entregar Navarra al País Vasco, etcétera, sea algo que solo pasa por la cabeza de políticos y opinadores de tercera división que, por desgracia, tienen audiencia como si fueran Ronaldinhos de la vida pública. Los objetivos políticos de ETA no los sostiene la sociedad vasca y empecinarse en darles credibilidad es el mayor balón de oxígeno que puede recibir. Es una organización terrorista y punto. Como tal, debe ser eliminada. Disentimos sobre el mejor procedimiento para ello.

Pero sería necesario que no concediéramos a ETA protagonismo político alguno. Deberíamos hacer política como si ETA no existiera, (etsi ETA non daretur). Caso contrario, ETA puede ser determinante hasta en quien vaya a ser el próximo inquilino de la Moncloa. Nadie es capaz de decir hoy si ETA va a decidir hacer estallar una bomba, prácticamente donde quiera, o declarar un alto el fuego definitivo, justo antes de las próximas elecciones generales del 2008. ¿Vamos a darle esa baza, tirándonos piedras unos a otros durante el largo año que nos queda? El papel y protagonismo político de ETA es el que quieran concederle ciertos medios y ciertos políticos, colocándola en el centro de sus trifulcas partidistas. Para conquistar el poder. ¡Qué horror!

En este puzzle de confrontación está abriéndose otro de consecuencias imprevisibles: la creciente judicialización del nacionalismo vasco. Ya no se trata de ETA, sino del nacionalismo vasco. La cosa viene de lejos. Concretamente desde la ruptura del pacto de Ajuria Enea. Pasamos de la fractura entre "demócratas contra violentos" (bendita fractura: así se logró el fracaso y la derrota política de ETA) a la fractura "constitucionalistas versus nacionalistas", y ahora que parecía que la cosa po- día recomponerse (con la venia del PP) con un remiendo a la ilegalización de Batasuna y al pacto antiterrorista, algunos órganos judiciales no paran de arrinconar cualquier planteamiento nacionalista. Periódicos clausurados, entre ellos el único en euskera, sentencias increíbles (12 años de cárcel por dos artículos de opinión), periodistas detenidos por ayudar a empresarios chantajeados, tres miembros de la mesa del Parlamento Vasco, y la guinda: el propio lendakari, llamado a declarar, como imputado, por el horrendo crimen (supuesto, pero ya está en el banquillo) de haber recibido a tres miembros de la izquierda aberzale. Esa izquierda que, dice ahora Garzón, es una simpleza confundir con Batasuna o con ETA.

Todo esto tiene un sinfín de consecuencias negativas. El nacionalismo vasco, hasta el más moderado, se distancia cada vez más de las instituciones españolas. Como oí decir una vez a un altísimo cargo nacionalista: "Es que al final no podemos fiarnos de los españoles". Terrible, sí. En segundo lugar, no distinguir el nacionalismo moderado de Batasuna, ETA y toda la izquierda aberzale acaba justificando a estos últimos. El Gobierno vasco mediante una declaración institucional expresó el pasado 27 su "alarma" ante "una nueva forma" de aplicar las leyes con fines políticos. Por favor lean, sin intermediarios, el texto íntegro. Está en internet en mil sitios y no es muy largo. El nacionalismo vasco, mayoritario en Euskadi, se identifica con él. Y no creo que sea una buena noticia, aunque dé en el clavo. Porque el problema está en el clavo, no en el martillo.

Javier Elzo, catedrático de Sociología en Deusto.