La derrota de los cinco años

La doctora era de una especialidad que no recuerdo, quizá neuróloga, porque yo había perdido fuerza en una de mis piernas y me pidió que hiciera unas flexiones. Mientras estaba comportándome como un paciente disciplinado, ella, que sabía que me dedicaba a eso de la escritura y los análisis, me preguntó: “¿Qué le parece lo que está pasando?”. Debía de ser a comienzos del 2009. Le respondí una de esas estupideces especialmente indicadas para grabar en bronce. (Me dejan perplejo los tipos que aseguran que no se arrepienten de nada y que no tienen nada de qué avergonzarse; hay tantas cosas de las que me arrepiento y algunas que me avergüenzan, que prefiero evitar el tema. Me ocurre como en las entrevistas con personajes notorios de pasados borrascosos; suelo terminar con la misma pregunta: “¿Qué tal duerme usted?”. No conozco un solo caso que no me respondiera: “Muy bien, como un niño, de un tirón”. ¡Si yo, que no maté a nadie, ni mandé matar, ni redacté sentencias, ni desahucié a persona alguna, duermo mal! ¿Cómo harán para evitarlo?).

Hacía mis flexiones y la doctora esperaba mi respuesta. “A mí me parece muy bien –le dije– contemplar a los ricos sufriendo, después de tantos años haciéndolo nosotros”. La escena debía de ocurrir a comienzos del 2009, porque habíamos vivido dos experiencias espectaculares. El gran banco de negocios norteamericano Lehman Brothers había quebrado y unos meses después había sido detenido el más famoso bróker de EE. UU., el gran Bernard Madoff, una leyenda viva del mundo financiero. ¿Se acuerdan o se lo preciso con mayor detalle?

Somos probablemente el único país que no ha recordado que el pasado domingo, 15 de septiembre de hace cinco años, quebró la banca Lehman Brothers, símbolo del capitalismo que había vencido a la vulgaridad aquella de la igualdad, la libertad y la fraternidad. ¡Qué les podría decir de Richard Fuld, Dick para los íntimos, jefe absoluto de la entidad y protagonista de la mayor estafa de la historia, cuya sonrisa podía competir con La Gioconda de Leonardo o con una hiena, dependía de los fondos (el gran Dick se ha recuperado y tiene hoy, cinco años después, una cartera de clientes de primer orden).

Le habían bastado al capitalismo norteamericano 15 años sin esa verruga escrupulosa del “socialismo real” para decidir, hacer, deshacer y hasta jugar a la ruleta rusa consigo misma hasta que la bala detonó y se quedó el muerto en la mesa de apuestas. Apenas tres meses más tarde detenían con gran aparato mediático el prestidigitador de las finanzas, el inconmensurable Bernard Madoff. ¡Qué sensibilidad, qué dominio de la escena, qué encanto, qué cultura! ¡Un mecenas que consiguió estafar a los grandes de la capital del mundo, Nueva York!

En enero del 2009 un idiota, como yo mismo, residente en Barcelona, podía decirle a una doctora que sentía cierta satisfacción por contemplar la inquietud de aquellos magnates que manejaban el mundo y que de pronto estaban en caída libre. El espectáculo duró muy poco. La crisis más importante desde 1929 acababa de desatarse y nosotros teníamos un presidente que no sabía nada de nada, ni de economía ni de ninguna especialidad vinculada a su cargo. Pero era muy simpático. Un trepador profesional de León, especie correosa y poco dúctil; se apellidaba Zapatero. He vuelto a leer la polémica de aquellos años, sobre si estábamos en crisis o es que se la había inventado el enemigo. Me evoca aquella otra antigua, de Valladolid, con la Inquisición: si los animales de compañía, perros y gatos de los nobles, ¿adónde iban al morirse: al cielo, al purgatorio o al limbo? ¿Existía un cielo, un purgatorio y un limbo para animales de compañía? Si no era así, ¡qué horror!, adónde irían aquellas bestezuelas con alma. La pregunta en nuestro caso era: ¿estamos en crisis o la crisis la ha inventado el enemigo, porque vivimos el mejor momento histórico gracias a un presidente de León que sonríe como un bendito y que cuenta con colaboradoras tan eficientes como Leire Pajín y Bibiana Aído?

Desde el 15 de septiembre del 2008, fecha que debemos fijar en nuestro calendario ideológico, porque la quiebra de la banca Lehman Brothers puso al descubierto nuestra condición de sujetos sin otro derecho que el de votar cada cuatro años y recurrir a un abogado si tenemos numerario para sostenerlo, desde entonces, digo, es una derrota continuada. Tocamos a un recorte al mes de derechos, salarios, futuro y esperanza. Lo que en cinco años, sin pausa, da para mucho.

Nuestra banca, la española, que no tiene el más mínimo problema identitario, faltaría más, un modelo sólido, aseguraban, que servía de fuente inspiradora para los foráneos, se barrió toda la mesa de bacarrá. De los 52.000 millones regalados por nuestra natural esplendidez hispana se desbarataron 36.000 millones, así, como quien dice perdidos y sin ningún derecho a preguntar. ¿Se han dado cuenta de que en el viejo Régimen el único sitio donde uno no osaba preguntar nunca, porque la cosa podía acabar muy mal, eran las comisarías, y que ahora son las entidades bancarias? Usted entra a preguntar y sale corrido y con la amenaza de quedarse sin nada. Lo ha expresado con precisión de delincuente financiero con apaños un tipo que aún no entiendo, fuera de su porte y su prestancia, qué demonios sabe de banca. Miguel Blesa: “La gente tiene la costumbre de no leer nunca la letra pequeña (de los contratos)”.

Cinco años de derrotas continuadas, de reformas que no significan más que te quitan algo –siempre que reforman te retiran una parte de lo que tenías–. Las pensiones a los jubilados, auténtico caballo de batalla del cinismo político. ¡Ruego a las autoridades mediáticas de este país que por una vez, una vez sola, para sentar ejemplo, cuando aparezcan jubilados españoles no los representen jugando a las cartas o al dominó! ¿De verdad los jubilados no hacen otra cosa? Yo conozco muchos que cuidan un huerto, hacen manualidades y hasta leen y están tranquilamente con su señora.

La historia bancaria española de esta derrota popular y ciudadana que dura ya cinco años, y que promete mucho más, tiene rasgos que ni el talento sarcástico de novelistas como Rafa Chirbes alcanzan a soñar. Que los currinches puestos por el PSOE en Liberbank paguen al marido de la eminente Cospedal, don Ignacio López del Hierro, 7.000 euros mensuales, tiene su aquel. Llama la atención que los jueces consideren que en las cláusulas de las hipotecas hay 37 que son abusivas, probablemente las que no tenemos costumbre de leer, que diría el atorrante Miguel Blesa, que no habrá leído en su vida ni su contrato, que para eso paga a los abogados para que redacten la letra pequeña. ¿De qué nos serviría leer la letra pequeña si no podemos cambiarla?

La cima, no obstante, hay que concedérsela a Rodrigo Rato. Implicado en tropecientas trampas. “Imputaciones”, se dice ahora. Acaba de ser contratado de asesor del más importante banco español. Eso me recuerda, permítanme el sarcasmo, la historia de un tipo que lleva varios meses recorriendo las cámaras de comercio de este país, que se llama Javier Llanos y que figura como economista y consultor. El tema de su disertación, a salón lleno, evita mayores comentarios: Lecciones de estrategia en El Padrino.

¿Y la derrota? Absoluta; cinco años continuados sin la más mínima esperanza de una victoria de consuelo. Barcelona tenía en marzo, según información oficial, 20 desahucios al día. ¡20! ¿Se imaginan 20 ejecuciones al día? Esa gente, además de la agonía en vida, no votará más, ni le importará un carajo la urna y el partido que vacila anunciándole el paraíso terrenal en la tierra de las butifarras y los padrinos. Quizá en el fondo todo se limite a una de las aporías de El Roto en una de sus viñetas primaverales, donde un financiero, después de cinco años de victorias continuadas, afirma: “Hay que alentar a los jóvenes a salir del país, no sea que pretendan cambiarlo”.

Gregorio Morán

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