La derrota dulce de Sánchez

La nueva configuración política resultante de las elecciones del 28 de abril y del 26 de mayo advertía un horizonte repleto de pactos para conformar gobiernos. El problema es que, al día de hoy, tanto el gobierno nacional como el de cuatro comunidades autónomas (Navarra, Madrid, La Rioja y Aragón) continúan pendientes de los acuerdos entre las distintas fuerzas políticas. En unos casos los protagonistas son el PSOE y Unidas Podemos, y en otros, el PP, Cs y Vox. La cuestión es que, de momento, ninguno de los dos bloques ha sido capaz de dar una salida al bloqueo institucional que sufren estos territorios.

En el caso de Madrid, pese al pacto suscrito por PP, Cs y Vox en Murcia, la situación sigue enquistada para lograr investir de Isabel Díaz Ayuso. En La Rioja, la única diputada de Podemos ha votado hasta en dos ocasiones en contra de la proclamación de la socialista Concha Andreu. Algo parecido está sucediendo en Aragón, donde el socialista Javier Lambán permanece a expensas de la decisión de la formación morada. En Navarra, aunque este viernes se ha cerrado un acuerdo para que gobierne el PSOE con Geroa Bai, Podemos e Izquierda-Ezkerra, el panorama también es complicado, dado que los socialistas navarros dependen del apoyo (basta la abstención) de Bildu.

Como remate, la candidatura de Pedro Sánchez a presidente del Gobierno también se encuentra condicionada al apoyo de Unidas Podemos. Es cierto que Sánchez ha dado el primer paso para intentar desbloquear esta situación sometiéndose a la confianza del Congreso, pero ha fracasado. Tampoco han funcionado sus sucesivos llamamientos a Pablo Casado y a Albert Rivera para que se abstuvieran por responsabilidad institucional y así poder constituir un gobierno monocolor que no se encontrara hipotecado por peajes político de populistas y nacionalistas.

Ante la negativa de PP y Cs, Sánchez se ha visto obligado a cambiar de estrategia. Pese a sus reticencias, ofreció a Pablo Iglesias un gobierno de coalición, eso sí, estableciendo ciertas líneas rojas (el veto a su líder, el ofrecimiento de carteras ministeriales exclusivamente de carácter social, una vicepresidencia simbólica...), que hacían casi, desde el principio, imposible un acuerdo.

El partido de Pablo Iglesias ya advirtió desde el principio que no estaba dispuesto a ser humillado con un gobierno de coalición en el que la caja de herramientas estuviera vacía. Unidas Podemos no se conformaba con sillones y denunció que, frente a su voluntad de desarrollar políticas, el PSOE ha pretendido aniquilarles mediante el sometimiento. En este punto conviene no olvidar que en los gobiernos de coalición suele resultar ganador el socio mayoritario, mientras que el pequeño ve reducido su respaldo electoral en los siguientes comicios.

Al final no ha habido acuerdo, principalmente porque Sánchez, más que Iglesias, no ha estado dispuesto a acercar posturas. Ha vuelto a perder así una votación de investidura, sin embargo, ésta puede ser una derrota dulce que probablemente aboque a España a una nueva cita electoral en noviembre de 2019.

Los socialistas acudirían a unas nuevas elecciones con la aspiración de conformar un gobierno en solitario y el viento a favor de las encuestas de intención de voto. La posible entrada en la escena nacional del partido de Íñigo Errejón llevaría con seguridad a Unidas Podemos a un retroceso electoral. En Moncloa están convencidos de que una repetición electoral les beneficia y que tienen la ocasión de matar dos pájaros de un tiro. Es verdad que ese desenlace les podría abocar, a nivel autonómico, a perder algún gobierno y tener que recomponer el tablero, e incluso a repetir algunas elecciones.

El cruce de reproches y acusaciones con el que se cerró el jueves el debate de investidura también indica que la solución al bloqueo actual apunta a otros comicios. Pero es verdad que unos y otros podrían aprovechar el verano para intentar calmar las aguas y retomar las negociaciones para que Sánchez sea investido sin el riesgo de pasar por las urnas. Pero eso sólo pasa por que los socialistas dejen a un lado su desconfianza hacia Podemos y cedan a parte de sus pretensiones, integrando a sus miembros en ministerios con capacidad de maniobra y decisión.

Esa alternativa podría desembocar incluso en un gobierno en solitario, y es que aprovechando la dinámica negativa que pudiera ocasionar una crisis de Estado,  Sánchez podría cesar a los ministros de Podemos. A partir de entonces gobernaría como lo ha hecho en el último año, a base de reales decretos que luego los partidos tendrían que validar en el Congreso, o asumir el coste de no hacerlo.

Pero con independencia de cuál sea el resultado final, hay algo que no se le escapa a nadie: todos los partidos corren el riesgo de salir tocados de este proceso ante una opinión pública que ve con desagrado la poca generosidad que muestran sus políticos, centrados en sus intereses partidistas.

Gema Sánchez Medero es profesora de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Complutense de Madrid.

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