La desconexión del PP

En las elecciones generales del pasado diciembre el Partido Popular sufrió una de las más severas derrotas electorales de un partido gobernante desde el colapso de la UCD a inicios de la década de los ochenta del siglo pasado. El PP perdió la confianza de algo más de tres millones y medio de españoles, un tercio de su electorado, y el porcentaje de ciudadanos que aseguran en las encuestas que, con toda seguridad, nunca votarían a ese partido se ha disparado hasta alcanzar máximos históricos.

En las segundas elecciones de junio, el PP consiguió recuperar parte del terreno perdido. Esta mejoría en las urnas ha dado alas a la tesis de que la crisis electoral del PP ha tocado a su fin y que los españoles han exonerado políticamente el comportamiento del PP durante los últimos años. No obstante, esta interpretación parece ignorar que el PP aún se mantiene en cotas electorales excepcionalmente bajas. Desde la irrupción de Ciudadanos, el PP ha dejado de ser la primera fuerza política entre el electorado de centro y si aún consigue ganar las elecciones generales es gracias al atractivo que mantiene entre el electorado mayor de 65 años. Si solo votara el colectivo joven y de mediana edad, el PP quedaría relegado a tercera o incluso cuarta fuerza política.

La desconexión del PPUn descalabro electoral como el sufrido por el PP hubiera implicado el inevitable desalojo de Mariano Rajoy de La Moncloa si no fuera por los efectos de la crisis soberanista catalana. El irrenunciable referéndum para la independencia de los partidos nacionalistas catalanes ha alterado por completo la aritmética parlamentaria. El mandato de ruptura al que están sujetos ERC y la antigua Convergència ha provocado que sus 17 diputados queden al margen de la conformación de mayorías parlamentarias, dificultando, con ello, la capacidad del PSOE de presentarse como alternativa al PP. De no ser por el proceso independentista en Cataluña, probablemente ya habría un inquilino socialista en La Moncloa desde hace meses.

La crisis electoral que sufre el PP debería invitar a sus líderes a una profunda reflexión interna para adaptarse a los nuevos tiempos. Sin embargo, la dirección del partido se mantiene impermeable a la nueva coyuntura política. Su actitud poco proactiva a la hora de buscar alianzas para superar la investidura o la crisis generada por el nombramiento del exministro José Manuel Soria para un alto cargo del Banco Mundial son dos ejemplos recientes del grado de desconexión del PP con la nueva realidad política y social de nuestro país.

En realidad, el PP nunca se ha tomado en serio la profunda crisis política que sufre nuestro país. Durante los años de mayoría absoluta, el Gobierno de Mariano Rajoy jamás dejó de confiar en la clásica lógica del voto económico. La estrategia del partido siempre se mantuvo fiel a la premisa de que los españoles volverían a confiar en ellos con el cambio del ciclo económico. Sin embargo, hoy sabemos que la crisis política trasciende las cuestiones económicas, por lo que la pérdida de apoyos del PP en los últimos años no puede explicarse de ningún modo recurriendo exclusivamente a la evolución de los datos macroeconómicos. De hecho, las encuestas constatan que la hemorragia de votos que ha sufrido el PP hacia Ciudadanos en los últimos años no tiene tanto que ver con la crisis económica como con la corrupción y la creciente desconfianza política.

A lo largo de estos años el PP ha preferido vivir de espaldas a la crisis política. Basta con leer las propuestas de regeneración democrática recogidas en el documento que el Partido Popular presentó el pasado julio como base para alcanzar un acuerdo de investidura. Dos de las tres propuestas en ese ámbito estaban orientadas a fomentar que gobernara la lista más votada. Puede que, con ello, el PP evite que las coaliciones de perdedores le arrebaten numerosos Ayuntamientos y Gobiernos autónomos, pero se trata de una medida que nada tiene que ver con la profunda desafección ciudadana con la política.

El PP debe volver a tomar el pulso a la sociedad y acomodarse a cambios que se están produciendo en la política española. Y para ello, el partido se encuentra en buenas condiciones de poder llevar a cabo una regeneración de forma ordenada y sin la presión de un descalabro electoral inminente. Las bases electorales del PP, aunque menguadas con respecto el pasado, son relativamente sólidas. Por ahora la amenaza de Ciudadanos parece estar bajo control. El partido de Albert Rivera se encuentra en las arenas movedizas de nuestro sistema electoral: un pequeño retroceso electoral (como el que le auguran las encuestas) le puede acarrear una pérdida muy sustancial en el número de escaños. Basta con observar lo que le ocurrió entre las elecciones de diciembre y junio. Ciudadanos apenas perdió un punto porcentual, pero el sistema electoral le arrebató el 20% de sus diputados.

Tampoco parece probable que al PP le surja competencia relevante desde la derecha. Algunos expertos como Sonia Alonso y Cristóbal Rovira sugieren que, por lo general, los partidos populistas de extrema derecha tienen menores probabilidades de implantarse en países donde existe un conflicto con nacionalismo periférico. En estos contextos la extrema derecha suele tener dificultad en construir su nicho electoral apelando a cuestiones emocionales como la identidad nacional, pues ese espacio ya está ocupado por los partidos existentes. Aun con ello, el auge del UKIP en Reino Unido, donde existe el conflicto nacional escocés, es una advertencia de que ningún país puede sentirse completamente a salvo del surgimiento de estas nuevas formaciones que se alimentan de la creciente desafección ciudadana.

El hecho de que el PP esté tocado pero no hundido puede invitar a la pasividad y la autocomplacencia. Sin embargo, nos encontramos en un contexto político volátil y con altas dosis de imprevisibilidad. En estas condiciones el PP no debería caer en la imprudencia de posponer la inevitable tarea de recuperar el enorme terreno perdido entre los votantes moderados y entre las generaciones más jóvenes. El PP tiene aún pendiente atreverse de una vez por todas a mirar de frente la crisis política. Esperar con los brazos cruzados no es siempre la mejor estrategia.

Lluís Orriols es director del máster en Análisis Político y Electoral de la Universidad Carlos III de Madrid.

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