La desigualdad buena y la mala

El aumento de la desigualdad de ingresos y riqueza en muchos países del mundo ha sido una tendencia a largo plazo durante tres decenios o más, pero desde la crisis financiera de 2008 la atención que se le ha prestado ha sido mucho mayor. Con crecimiento lento, la desigualdad en aumento duele más.

La “antigua” teoría sobre la desigualdad era la de que la redistribución mediante el sistema tributario debilitaba los incentivos y socavaba el crecimiento económico, pero la relación entre desigualdad y crecimiento es mucho más compleja y multidimensional de lo que indica esa disyuntiva. Unos cauces de influencia y mecanismos de retroalimentación múltiples dificultan la formulación de conclusiones.

Por ejemplo, los Estados Unidos y China son actualmente las economías que crecen más rápidamente. Las dos tienen niveles igualmente grandes de desigualdad de ingresos y que van en aumento. Aunque de ello no se debe sacar la conclusión de que ese crecimiento y la desigualdad no están relacionados o bien guardan una correlación positiva, la afirmación rotunda de que la desigualdad es mala para el crecimiento no se ajusta en realidad a los hechos.

Además, desde el punto de vista mundial la desigualdad ha estado disminuyendo al prosperar los países en desarrollo, aun cuando esté aumentando dentro de muchos países desarrollados y en desarrollo. Puede parecer ilógico, pero tiene sentido. La tendencia predominante en la economía mundial es el proceso de convergencia que comenzó después de la segunda guerra mundial. El importante porcentaje del 85 por ciento de la población mundial que vive en países en desarrollo experimentó por primera vez un crecimiento real rápido y sostenido. Esa tendencia mundial supera la del aumento de la desigualdad interior.

No obstante, la experiencia en una gran diversidad de países indica que los niveles altos de desigualdad y que van en aumento, sobre todo en materia de oportunidades, puede ser, en efecto, perjudicial para el crecimiento. Una razón es la de que la desigualdad debilita el consenso político y social sobre las estrategias y las políticas orientadas al crecimiento. Puede provocar paralización, conflictos u opciones normativas deficientes. Se ha comprobado que la exclusión sistemática y arbitraria de ciertos subgrupos (por ejemplo, por la etnicidad, la raza o la religión) resulta particularmente perjudicial a ese respecto.

La movilidad intergeneracional es un indicador fundamental de la igualdad de oportunidades. El aumento de la desigualdad de los resultados no tiene por qué propiciar una reducción de la movilidad intergeneracional. Cuando es así, depende en gran medida de si los instrumentos importantes que apoyan la igualdad de oportunidades –principalmente la educación y la atención de salud– son de acceso universal. Por ejemplo, si empieza a fallar el sistema educativo público, se suele substituirlo en el extremo superior de la distribución de los ingresos por un sistema privado, con consecuencias negativas para la movilidad intergeneracional.

Hay otros vínculos entre desigualdad y crecimiento. Los niveles altos de desigualdad de ingresos y riqueza (como en gran parte de Sudamérica y ciertas partes de África) provocan con frecuencia –y refuerzan– la desigualdad en materia de influencia política. En lugar de procurar crear modalidades de crecimiento no excluyentes, las autoridades procuran proteger la riqueza y la ventaja de los ricos para la captación de rentas. En general, esa actitud ha ido acompañada de una menor apertura al comercio y a las corrientes de inversión, porque entrañan una indeseada competencia exterior.

Así, pues, no parece que se deban considerar del mismo modo todas las desigualdades (de resultados). La desigualdad basada en una captación de rentas eficaz y en el acceso privilegiado a los recursos y las oportunidades en los mercados es muy tóxica para con la cohesión y la estabilidad sociales y, por tanto, para las políticas orientadas al crecimiento. En un ambiente generalmente meritocrático, los resultados basados en la creatividad, la innovación o un talento extraordinario suelen recibir una acogida benévola y se considera que tienen efectos mucho menos dañinos.

Ésa es en parte la razón por la que la actual campaña “anticorrupción” de China, por ejemplo, es tan importante. Lo que representa una amenaza para la legitimidad del Partido Comunista de China y la eficacia de su gestión no es tanto la desigualdad de ingresos, relativamente grande, existente en China cuanto las tensiones sociales creadas por el acceso preferente a los mercados y las transacciones de quienes disponen de información privilegiada.

En los EE.UU., la cuestión de en qué medida el aumento de la desigualdad de ingresos durante los tres últimos decenios refleja el cambio técnico y la mundialización (pues los dos favorecen a quienes tienen mejores niveles educativos y aptitudes) y en qué medida refleja el acceso privilegiado al proceso de adopción de políticas es compleja y no está zanjada, pero es importante plantearla por dos razones. En primer lugar, las reacciones normativas son diferentes; en segundo lugar, los efectos en la cohesión social y la credibilidad del contrato social también lo son.

El crecimiento rápido ayuda. En un ambiente de gran crecimiento, con aumento de ingresos para casi todo el mundo, los ciudadanos aceptarán el de la desigualdad hasta cierto punto, en particular si se produce en un marco fundamentalmente meritocrático, pero en un ambiente de crecimiento lento (o, peor aún, negativo), un aumento rápido de la desigualdad significa que muchas personas se están viendo privadas de él o están perdiendo terreno al respecto en términos absolutos y relativos.

Las consecuencias del aumento de la desigualdad de ingresos pueden tentar a las autoridades a internarse por una vía peligrosa: la utilización de la deuda, a veces combinada con una burbuja de activos, para mantener el consumo. Así parece haber ocurrido en el decenio de 1920, antes de la “gran depresión”; así fue sin lugar a dudas en los EE.UU. (y España y el Reino Unido) en el decenio anterior a la crisis de 2008.

Una variante, propia de Europa, es la utilización del endeudamiento estatal para colmar un desfase en materia de demanda y empleo provocado por una demanda privada, interior y exterior, deficiente. En la medida en la que esta última está relacionada con los problemas de productividad y competitividad y exacerbada por la moneda común, se trata de una reacción normativa inapropiada.

Se han planteado preocupaciones similares sobre el rápido aumento de los coeficientes de deuda de China. Tal vez la deuda parezca la vía de menor resistencia para abordar los efectos de la desigualdad o del crecimiento lento, pero hay formas mejores y peores de abordar el aumento de la desigualdad. El apalancamiento es una de las peores.

Entonces, ¿qué deberíamos hacer? En mi opinión, las prioridades máximas están bastante claras. A corto plazo, la mayor es el apoyo a la renta de los pobres y los desempleados, que son las víctimas inmediatas de las crisis, los desequilibrios y los problemas estructurales subyacentes, cuya eliminación requiere tiempo. En segundo lugar, en particular en el caso del aumento de la desigualdad de ingresos, el acceso universal a unos servicios públicos de gran calidad, sobre todo la educación, reviste una importancia decisiva.

La inexistencia de exclusión mantiene la cohesión política y social y, por tanto, el propio crecimiento necesario para contribuir a mitigar los efectos del aumento de la desigualdad. Las economías se quedan cortas respecto de su potencial de crecimiento de muchas formas, pero la inversión insuficiente, en particular dentro del sector público, es una de las más graves y comunes.

Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU’s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, and Academic Board Chairman of the Fung Global Institute in Hong Kong. He was the chairman of the independent Commission on Growth and Development, an international body that from 2006-2010 analyzed opportunities for global economic growth, and is the author of The Next Convergence – The Future of Economic Growth in a Multispeed World. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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