La desnaturalización de la derecha

La derecha española ha perdido una parte de sus valores tradicionales, pues ha adoptado algunas de las peores pautas de actuación de la izquierda y ha abandonado el estilo cívico que la caracterizó históricamente. Esto está resultando especialmente dañino en el País Vasco, donde la dialéctica bronquista y las políticas frentistas de la derecha estatal están perjudicando electoralmente a la derecha vasca.

Originariamente, el término derecha es de origen francés; en la Convención que condenó a muerte a Luis XVI, los partidarios de no ejecutarlo estaban sentados a la derecha de la presidencia. Entre sus líderes se encontraban muchos de los principales promotores de la revolución, pero deseaban que ésta se implantara de un modo menos traumático a lo que exigía el grupo exaltado liderado por Robespierre, que se agrupaba a la izquierda. Su moderación la pagaron con sus vidas; pues -acusados de contrarrevolucionarios- el filósofo Condorcet y decenas de diputados girondinos acabaron siendo guillotinados.

Así, puede afirmarse que la derecha democrática no se ha caracterizado por el inmovilismo; sino por el estilo humanista y pragmático de hacer política. Otros ejemplos más recientes fueron los liderazgos de Konrad Adenauer en la Alemania de la posguerra mundial y de FW de Klerk en la finalización del 'apartheid' sudafricano. Personajes que han pasado a la historia por haber sabido encauzar las profundas reformas morales, jurídicas y económicas que necesitaban sus pueblos de forma pacífica y democrática.

En España, algo parecido se puede decir de Adolfo Suárez, un buen ejemplo de cómo la forma puede resultar más importante que el fondo. Siendo un individuo de escasa formación profesional e intelectual, y sin ideología definida, su estilo conciliador y pragmático de hacer política fue la clave de su éxito. Cuando sus colaboradores -notablemente superiores a él en lo intelectual y en lo profesional- le defenestraron, perdieron el poder en las siguientes elecciones; no fueron capaces de asegurar la pervivencia del partido UCD y tampoco pudieron hacer viables las formaciones políticas que fundaron para hacerse con su electorado.

El estilo sigue importando, especialmente en Euskadi, donde la gente está muy harta de la crispación y los maximalismos. Actualmente, la reivindicación que se viene produciendo de la figura de Adolfo Suárez está muy ligada a la deriva que viene teniendo la derecha españolista en los últimos años. Unos dirigentes que, habiendo sido capaces de ejercer el poder con una notable eficacia a lo largo de dos legislaturas, han adoptado unos modos de hacer política cada vez más parecidos a los de la izquierda demagógica.

Entre los aspectos más notables está el uso de la calle como arma de presión. La movilización de la militancia viene siendo el carácter definidor de la izquierda internacional; sean pocos o muchos sus partidarios, las organizaciones de izquierda son capaces de conseguir una fuerte repercusión en los medios de comunicación. Hoy la derecha española ha igualado a la izquierda en dicha táctica.

Otra característica importada de sus oponentes es el populismo. El propio nombre de Grupo Popular Europeo resulta muy sintomático. Para triunfar electoralmente se opta por enfatizar la facilidad de recepción del mensaje; primar lo más intuitivo, incluso a veces lo demagógico. A menudo de la mano del relativismo moral. Así, en temas poco cómodos de la doctrina cristiana relacionados con la familia y el sexo (divorcio, aborto, homosexualidad ) han pasado a tener planteamientos similares a la izquierda. También es habitual en sus líderes el vestir de forma desenfadada, no usar corbata y emplear términos coloquiales venga o no a cuento.

Un tercer aspecto es la agresividad. Si la izquierda ha sido demagógica e implacable en su denuncia de la involucración del Gobierno Aznar en conflictos bélicos y desastres ecológicos; no menos lo es la derecha en la política de Zapatero sobre lucha antiterrorista y control de las empresas estratégicas. Atrás quedó el sentido del Estado; hoy la embestida y la descalificación son características comunes de ambos polos ideológicos. Cotidianamente, los graciosos oficiales de cada partido compiten por ver quien suelta el sarcasmo o el insulto más reproducido por el telediario. Ya no hace falta que les provoquen los reporteros de 'Caiga quien caiga' para perder los papeles.

En este cambio de estilo han podido influir varios factores. En primer lugar el resentimiento por la pérdida del poder, que ha ido acompañado de una nula autocrítica y de la permanencia en el liderazgo del partido de los responsables directos del desastre del 11-M. Téngase en cuenta que el futuro político de buena parte de los dirigentes populares pasa por la demostración de que ellos no estaban equivocados y que todo fue un complot de ETA. Por eso, sus ataques viscerales a cualquier entendimiento con los terroristas dan la impresión de un ajuste de cuentas profesional.

Otra importante fuente de inspiración ha venido de la mano del masivo trasvase de intelectuales y periodistas provenientes de la izquierda. Cómo siga así la cosa, en las cercanías del PSOE se van a encontrar menos intelectuales que en el PNV. Personajes que a su legítima transición ideológica no han debido de añadir el correspondiente cambio de estilo dialéctico; pues sus nuevos correligionarios practican el mismo discurso exaltado. Al contemplarlos en alguna de las tertulias televisivas no hay forma de distinguirlos, pues derechistas nuevos y veteranos compiten con los defensores de Zapatero en quitar la palabra al contertulio, dar voces y hacer muecas provocadoras.

Mi percepción del derechismo ha estado siempre ligada a la moderación, la prudencia, el gradualismo y la cortesía. Valores nada posmodernos. Antes, a quienes -siendo conservadores y nacionalistas españoles- se les notaban tics exaltados, enseguida se les calificaba de 'extrema derecha', marginándoseles. Hoy estos acaparan el protagonismo, autoproclamándose defensores únicos de la libertad de expresión, la igualdad y la Consti- tución.

En este ambiente de acerteidad y comentarios estridentes, el 'estilo play station' de comunicación se impone: llamar la atención y electrizar al receptor con sensaciones de indignación o euforia. Por ello, los mensajes ecuánimes, los silencios, las reflexiones autocríticas y las dimisiones no están de moda.

En esta cuestión del estilo, la derecha nacionalista vasca está batiendo ampliamente a su homónima españolista; consolidando el estilo afable, tranquilo y dialogante de Imaz e Ibarretxe. Todo ello sin renunciar a su política soberanista. Además, ha reforzado su centralidad y ha recuperado legitimidad democrática con la asunción pública de sus graves equivocaciones en el trato a las víctimas del terrorismo. El resultado de Azkuna en Bilbao es la prueba más evidente de que el electorado indeciso se decanta por el líder que gobierna para todos y que viene enfrentándose a la provocación con una firmeza controlada.

Pues, aunque Rabanera y Basagoiti son personajes de comportamiento moderado y señorial, resultan atípicos en el panorama del Partido Popular; una formación, en la que cuanto más 'leñero' se es, más se sube. A la hora de entender el estilo político que demanda el electorado moderado, es muy clarificador el resultado de las elecciones a la Diputación de Álava, donde la lista más votada ha sido la encabezada por Javier De Andrés y Juantxo Zárate, que representan una continuidad del pragmatismo y la eficacia desde el diálogo. Aun a pesar de la rémora que suponen las siglas Partido Popular en Euskadi, han sido quienes han retrocedido menos de todos los candidatos de la derecha vasca. Dado el actual estilo de los dirigentes del Partido Popular, los graves errores del Gobierno Zapatero pueden no ser suficientes para que pierda las próximas elecciones; puede hacer falta una recesión económica o una catastrófica negociación con ETA. Aún más difícil lo tiene la derecha vasca, porque sólo la amenaza inminente del independentismo puede hacer que la mayoría de gente templada dé la espalda a la seguridad que transmite ahora el PNV.

Ignacio Suárez-Zuloaga