La destrucción del patrimonio ético de una generación

La última vez que estuve con Rodrigo Rato fue en la cafetería del Gran Hotel Velázquez, un lugar que él suele visitar con frecuencia. Situado cerca de su domicilio, en pleno barrio de Salamanca, es un local coqueto, con silloncitos tapizados en verde, mesitas bajas, donde los camareros llaman a Rato "don Rodrigo" y en el que desayunan cruasanes con café con leche señoras bien vestidas de edad madura que, al verle, comentan en voz baja: "Mira, es el ministro Rato".

No hacía mucho que acababa de comparecer ante el Parlament de Cataluña en una comisión de investigación sobre las cajas de ahorro. Fue en esa comparecencia en la que el representante de la CUP, David Fernández, le amenazó con una sandalia. Otros responsables políticos se limitaron a insultarle "ladrón, carroñero, gánster" y cosas por el estilo. "Un amigo de CiU -me contó Rato- me advirtió de que el tono de la comparecencia lo iba a marcar el líder de la CUP; si me daba duro, los demás no se iban a quedar cortos. Y así sucedió. La burguesía catalana se ha puesto en manos de los radicales buscando que les perdone la vida, es una forma de suicidarse".

La destrucción del patrimonio ético de una generaciónAún no se conocía el escándalo de las tarjetas black, pero ya hacía tiempo que Rato no podía traspasar determinadas zonas de la ciudad sin temor a ser increpado en plena calle. Era ya la imagen del banquero chupasangre. Curiosamente, casi nadie se acuerda ya de Miguel Blesa, el verdadero responsable del agujero de Bankia.

Aunque había hablado con él tras su destitución, en los primeros días tras la intervención del Banco de España, Rato no tenía aún un relato coherente que explicara los hechos según su criterio. Me había hablado del "volantazo" que había dado el Ministerio de Economía, pasando de una primera fase en la que se alineó con Miguel Ángel Fernández Ordóñez para aprobarle un plan de salvamento con unas ayudas públicas que, en ningún caso, superaban los 9.000 millones de euros, para, posteriormente, y sin explicación alguna, pedirle que se marchara porque con él en Bankia "no había salvación posible".

Aquella mañana, sin embargo, Rato parecía tener las ideas más claras. "Todo comenzó cuando me opuse a la fusión con La Caixa, que era lo que quería el Gobierno. A partir de ese momento, yo estaba condenado. Claro que Bankia tenía problemas. Y muy graves. Pero tenían solución y con mucha menos ayuda de la que recibió Goirigolzarri. La intervención y la estimación de las necesidades que respaldó el Ejecutivo (más de 20.000 millones) provocaron una crisis sin precedentes. A partir de ahí, la prima de riesgo se disparó y en el mes de junio, un mes después de mi salida de Bankia, el Gobierno tuvo que pedir un bail out de 100.000 millones".

No quiso entrar en más detalles y quedamos para un próximo encuentro que nunca se produjo. Al despedirse, me dijo: "Tú tienes muchas claves de lo que ha pasado; pregúntale a alguna de tus fuentes".

Lo que yo sí sabía es que durante unos meses se negoció un plan de salvamento entre Bankia y el Banco de España y que MAFO quiso evitar por todos los medios el estallido de un gran banco durante su gestión. Luis de Guindos estaba en esa línea, pero en la primavera de 2012 saltaron todas las alarmas. Ni el FMI, ni el Banco Central Europeo, ni siquiera los grandes bancos españoles estaban dispuestos a seguir aplicando una política de paños calientes. Si no intervenía Bankia, el sistema financiero español corría serio peligro.

Después de aquel encuentro en la cafetería del Velázquez, Rato fue imputado por el juez Andreu por la posible estafa en la salida a Bolsa de Bankia, en su declaración confesó que había recibido seis millones de Lazard y más tarde estalló el escándalo de las tarjetas opacas.

Y, a partir de entonces, se convirtió en un auténtico apestado no sólo para muchos ciudadanos, sino para su partido y, desde luego, para el Gobierno.

Por más que haya visto cosas que parecían increíbles (e imaginarme al todopoderoso ex vicepresidente del Gobierno utilizando una tarjeta opaca a Hacienda era ya una prueba de hasta dónde se puede llegar en la impostura), no dejo de asombrarme ante la capacidad humana para la destrucción de lo más importante que uno posee: el patrimonio ético.

Según la Agencia Tributaria, Rato habría defraudado 1.429.000 euros entre 2012 y 2013 en el IRPF y otros 940.000 euros en el impuesto de sociedades entre 2011 y 2013. Sus sociedades habrían defraudado más de cinco millones en el IVA. El ex ministro de Economía y Hacienda habría utilizado, además, a sus hijos como pantalla para eludir del control judicial cantidades que podrían ser susceptibles de bloqueo para el pago de fianzas. Según la Oficina Nacional de Investigación del Fraude (ONIF), Rato habría creado un entramado de sociedades dispersas, con fines diversos, con el objetivo de ocultar su verdadero patrimonio, que se eleva a 26,6 millones de euros, a los que hay que añadir un céntrico hotel en Berlín (¡quién lo diría!).

La imagen de Rato rodeado por agentes de Aduanas y siendo introducido en un coche de la Policía, como si fuera un vulgar y peligroso delincuente, quedará para siempre en la retina de millones de españoles.

Rato, que fue un gran ministro de Economía y que durante mucho tiempo representó los mejores valores del centroderecha en España, no sólo ha dilapidado su patrimonio político y moral, sino que ha dañado tanto o más que Bárcenas el impulso regenerador que una vez representó el PP.

Me dicen que el ex ministro de Economía se considera "chivo expiatorio", que cree que nada de esto habría sucedido "si Moncloa no lo hubiese querido".

Algunos se han apresurado a apuntarse a esa tesis. En poca estima tienen a los funcionarios en este país. Como si los inspectores de la Agencia Tributaria, la fiscalía de Madrid o el juez de primera instancia estuvieran en una trama política para beneficiar no se sabe muy bien a quién. ¿Al PSOE? Hay quien ve incluso la sombra de Rajoy en todo esto. Siempre hay quien trata de arrimar el ascua a su sardina.

Todo esto me suena parecido a lo que me contó Rato en el Hotel Velázquez. De nuevo, la conspiración. Rato es el único legitimado para hacerlo, al menos, como mecanismo de autodefensa. Pero los hechos, como decía Lenin, son testarudos.

Casimiro García-Abadillo, director de El Mundo

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