La deuda que no se debe nombrar

Jemal Countess/Getty Images for the Peter G. Peterson Foundation
Jemal Countess/Getty Images for the Peter G. Peterson Foundation

Esta semana, la vicepresidenta de los Estados Unidos Kamala Harris publicó un documento de políticas detallado. La expresión «deuda nacional» aparece una sola vez. En el debate presidencial de este mes, la palabra «deuda» no se mencionó ni siquiera una vez. Tampoco «recaudación», «gasto» o «presupuesto».

Para ser justos, hay que decir que Harris menciona el déficit presupuestario en el documento de políticas, y que lo mencionó dos veces durante el debate, para sostener que el plan tributario del expresidente Donald Trump lo acrecentaría y que ella seguiría políticas con mayor responsabilidad fiscal. Pero dejando a un lado alguna mención al pasar, ninguno de los candidatos propone una discusión seria sobre la desastrosa trayectoria fiscal que sigue el país.

La deuda de los Estados Unidos está en una senda peligrosa, y el silencio no es ninguna solución. En los años ochenta y noventa, el cociente deuda/PIB de los Estados Unidos rondaba el 39%; en 2010 había crecido a 60,6%. La Oficina de Presupuesto del Congreso (OPC, un órgano no partidario) prevé que el crecimiento de la deuda nacional se mantendrá por décadas, que será igual al producto agregado de la economía en 2025 y llegará al 122,4% del PIB en 2034.

Algunos dirán que atribuir el déficit estructural al gasto o a la recaudación por separado es mala contabilidad o análisis económico con motivaciones políticas, porque el déficit es una diferencia (recaudación menos gasto). No concuerdo. El desequilibrio fiscal de los Estados Unidos es resultado de exceso de gasto público, no de poca recaudación tributaria.

Entre 1974 y 2023, la recaudación tributaria promedio fue 17,3% del PIB, mientras que el gasto público promedio fue 21%. La OPC calcula que en 2034, la recaudación tributaria será ligeramente superior al promedio anterior (18% del PIB), mientras que el gasto público será mucho mayor (24,9%). De modo que el incremento de la deuda pública es atribuible al gasto, que según las previsiones, crecerá más rápido que la recaudación.

Además, el crecimiento previsto del gasto durante la próxima década se concentra en sólo tres categorías de gasto: la seguridad social, Medicare y el pago de intereses de la deuda (que según las proyecciones, este año superará al presupuesto de defensa). Para el resto del gasto público (fuerzas armadas, educación, investigación científica, parques nacionales, etc.) se prevé una disminución. De modo que una solución al problema fiscal de los Estados Unidos depende en gran medida de reducir gastos en seguridad social y Medicare.

Por supuesto, aumentar la recaudación reduciría el déficit. Pero incluso permitiendo la plena caducidad de las rebajas impositivas de 2017 (política que no avalan ni Trump ni Harris), con el incremento de gasto previsto será imposible evitar que en algún momento la deuda llegue a niveles insostenibles. Según el modelo de deuda del Comité por un Presupuesto Federal Responsable, derogando por completo las rebajas impositivas de 2017 y gravando las plusvalías y los dividendos como renta ordinaria, el cociente deuda/PIB previsto para 2050 sólo se reduciría cuatro puntos porcentuales, de 155% a 151%.

Puesto que se avecinan varios hechos trascendentales en materia fiscal, Trump y Harris deberían estar hablando del tema. Para empezar, muchas cláusulas de la rebaja impositiva de 2017 caducan el año entrante. ¿Cómo piensan reformar el código tributario los candidatos, en vista de los problemas fiscales de la nación?

El fondo de la seguridad social será insolvente en 2035, y el del seguro hospitalario de Medicare se agotará al año siguiente. Estas estimaciones, realizadas por las juntas directivas de ambos programas, dependen de una variedad de factores, pero es posible que el dinero se termine incluso antes de lo que están previendo.

Tanto Trump como Harris se han expresado en contra de recortes a la seguridad social y a Medicare, pero ninguno de los dos ha respondido las preguntas obvias que se plantean a continuación: en vista del aumento permanente de la deuda nacional, ¿cómo evitar esos recortes? ¿Y por qué evitarlos debería ser la mejor opción? Es de suponer que si Harris gana en noviembre y consigue la reelección en 2028, le tocará gestionar una reestructuración masiva de estos programas, si los fondos se agotan durante su mandato; por eso es crucial preguntar cómo piensa hacerlo.

La deuda nacional es uno de los temas más apremiantes que enfrenta Estados Unidos y, si no se la controla, puede provocar una crisis fiscal en la que la erosión de la confianza de los inversores precipite un gran aumento de los tipos de interés. Esto generaría volatilidad en las bolsas y que el gobierno federal deba pagar intereses aun más altos. Asimismo, un déficit en expansión puede llevar a un marcado aumento de la inflación esperada, que presionaría a la Reserva Federal de los Estados Unidos a subir los tipos de interés.

Pero aun dejando a un lado la posibilidad de una crisis semejante en el futuro, la deuda lleva décadas dañando la economía. Según la OPC, cada dólar de déficit federal adicional reduce la inversión privada unos 33 centavos. El resultado es un achicamiento del stock de capital de los Estados Unidos, que disminuye la productividad de los trabajadores, los salarios y probablemente también la participación en la fuerza laboral. De modo que el crecimiento de la deuda ha erosionado en forma gradual y sostenida los fundamentos de la prosperidad.

Además de estos daños directos, un déficit creciente supone costos de oportunidad. Tener que hacer grandes desembolsos para el servicio de la deuda reduce el margen fiscal necesario para invertir en defensa nacional, investigación científica y políticas que amplíen las oportunidades económicas.

Un observador razonable de la contienda de 2024 concluirá que Harris y Trump coinciden en muy pocas cosas. Pero parecen concordar en que no hay que mencionar en campaña uno de los temas más importantes que enfrenta Estados Unidos ni ocuparse de él durante el próximo mandato presidencial.

De modo que en lo referido al futuro económico de Estados Unidos, coinciden en mucho más de lo que parece.

Michael R. Strain, Director of Economic Policy Studies at the American Enterprise Institute, is the author, most recently, of The American Dream Is Not Dead: (But Populism Could Kill It) (Templeton Press, 2020). Traducción: Esteban Flamini.

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