La Diada y el catalanismo

La fiesta nacional catalana –la Diada– conmemora la caída de Barcelona el 11 de septiembre de 1714 ante las tropas de Felipe de Borbón durante la guerra de Sucesión. El conflicto se originó al fallecer sin descendencia en 1700 el monarca Carlos II y extinguirse la línea dinástica de los Habsburgo. Entonces chocaron las pretensiones a la Corona hispánica de franceses y austriacos, encarnadas respectivamente por Felipe de Borbón y el archiduque Carlos de Austria. La mayoría de los catalanes se sumaron al segundo candidato y fueron vencidos.

Pero la derrota no se conmemoró hasta finales del siglo XIX, cuando la Renaixença (el proceso de recuperación de las letras catalanas) rememoró gestas épicas como el Corpus de Sangre de 1640 o el sitio de 1714. Tal recuperación del pasado –destaca el historiador David Martínez Fiol– no fue una operación catalanista, pues resaltó la especificidad del Principado como elemento “enriquecedor de la nueva España liberal y nacional”.

La Diada y el catalanismoLa Diada inició su andadura en 1886, cuando el Centre Català organizó el 11 de septiembre una misa en Santa Maria del Mar por los muertos de 1714 “en defensa de las libertades catalanas”, aunque el sermón fue prohibido por presiones militares. “El templo no debe ser un club político”, se arguyó. En 1888 Rossend Nobas erigió la estatua a Rafael Casanova, quien en 1714 era conseller en cap de la ciudad y fue herido en su asalto final. Su monumento fue uno de los ocho dedicados a catalanes ilustres que entonces se ubicaron en el actual paseo Lluís Companys con motivo de la Exposición Universal de aquel año. El 7 de abril de 1889 la efigie ya congregó una protesta contra un nuevo Código Civil que amenazaba al derecho civil catalán.

Así las cosas, el 11 de septiembre de 1891 el Foment Catalanista organizó una velada patriótica otorgando un carácter reivindicativo al acto e inició la tradición de publicar esquelas de los “mártires de 1714” en la prensa. En 1894 empezaron las ofrendas florales y en 1905 varias entidades catalanistas organizaron la celebración de forma unitaria. En 1914 la estatua de Casanova se trasladó a su emplazamiento actual (donde supuestamente fue herido), siendo muy concurrida aquella Diada al cumplirse el bicentenario de los hechos.

De modo paralelo, en 1913 tuvo lugar la primera concentración catalanista en el fossar de les Moreres (un camposanto que acogía restos de defensores de 1714), impulsada por el colectivo catalanista Néts dels Almogàvars. Ese año se colocó allí una lápida con los populares versos que Frederic Soler escribió en 1882: “Al fossar de les moreres /no s’hi enterra cap traïdor /fins perdent nostres banderes /serà l’urna de l’honor”.

En este marco, la escultura de Casanova devino un símbolo oficialista y el fossar el lugar de cita de sectores que se reclamaban “puros” y combativos ante los moderados. Era lógico, pues allí –señaló el historiador Pere Anguera– se homenajeaba al “combatiente anónimo” y “privado del derecho de pasar a la historia”.

La Diada, en síntesis, se configuró a finales del siglo XIX y –como subrayó Anguera– es “la festa nacional més antiga i de més llarga tradició a Espanya”. Por el camino quedaron otras opciones: en 1905 una entidad catalanista propuso conmemorar el Corpus de Sangre; en 1910 Enric Prat de la Riba cuestionó celebrar una derrota en lugar de evocar a reyes como Jaime I o Pere el Gran; y en 1917 el republicanismo catalán descontento con la Lliga rindió culto a la estatua de Pau Claris (quien en 1641 proclamó una República Catalana).

La festividad arraigó y retuvo fidelidades cuando se prohibió bajo la dictadura de Miguel Primo de Rivera, vigente entre 1923 y 1930. Instaurada la Segunda República en 1931, la Diada cobró un perfil institucional alto, pues intervino en ella el presidente de la Generalitat y su alocución se radió. El estallido de la Guerra Civil en 1936 la potenció como ejemplo de resistencia heroica y le confirió carácter bélico: participó la CNT, desfilaron milicias y se efectuaron colectas contra el fascismo.

Su nueva prohibición por la dictadura de Franco entre 1939 y 1975 no evitó las convocatorias clandestinas (pese a ser retirada la estatua de Casanova). En 1967 el sindicato CC.OO. se sumó al comité organizador y reflejó que los sectores sociales surgidos de la inmigración no quedaban al margen de la efeméride. Fallecido el dictador, la Diada resurgió espectacularmente: en 1976 fue convocada en Sant Boi de Llobregat (donde estaba enterrado Casanova) y acudieron cien mil personas y el año siguiente, cuando la escultura de Casanova fue devuelta a su lugar, lo hicieron un millón en Barcelona. La democracia la institucionalizó, ya que el 12 de junio de 1980 el Parlament catalán declaró Fiesta Nacional el 11 de septiembre.

Este panorama cambió con la Diada del 2012, al reflejar un giro independentista súbito y masivo, visible en convocatorias posteriores de eco internacional gracias a las redes sociales y a coreografías visibles desde el aire. La festividad parece así reinventarse como un acto reivindicativo presidido por la señera estelada y adaptado a la espectacularidad mediática de la era global.

Xavier Casals, historiador, profesor de la facultad de Relaciones Internaciones de Blanquerna.

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