La difícil memoria

No sé, querido, pero para mí no existe un mundo pasado, ninguno liquidado como hoja de calendario arrancada de la historia; estoy, más bien, convencido de que todo lo pasado dura, porque no se puede curar (...). Eso es, lo pasado nos atraviesa como dolor o como posibilidad». (Siegfried Lenz, 'Heimatmuseum/Museo de la patria', p. 56).

El 22 de abril, la fecha del Acto Institucional en Solidaridad con las Víctimas del Terrorismo, será un día difícil, y probablemente fracasado. Son cosas de la memoria. Si algo caracteriza a la memoria es su fragilidad, su selectividad, su instrumentación para la autojustificación, para la construcción de una biografía que nos permita soportarnos a nosotros mismos. Y para ello alejamos lo que daña a nuestra imagen y engrandecemos lo que la favorece. Y lo mismo vale para la memoria colectiva, si algo parecido existe.

Bien es cierto que la por ahora fallida Ley de Memoria Histórica ha abierto un interesante debate acerca de la posibilidad de que exista o no memoria histórica colectiva. Algunos han afirmado que la memoria siempre es personal, y que junto a ella existe la historia, que no es memoria, sino el esfuerzo por objetivar el conocimiento de lo acontecido.

También es cierto que el acto al que invita el lehendakari Ibarretxe no incluye la palabra memoria, sino que habla de solidaridad con las víctimas. Pero no puede haber solidaridad alguna si no se reconoce que fueron víctimas. Y si fueron víctimas, hubo algún suceso que las instituyó como tales: el asesinato de algún familiar directo. Y si hubo asesinados, hubo asesinos. Por lo tanto la solidaridad, si quiere ser real, debe empezar por la memoria, por recordar lo sucedido.

Y lo sucedido no es sólo que las víctimas, los familiares de quienes sufrieron atentado, han estado olvidadas, ocultadas, marginadas, negadas en y por la sociedad vasca y, por supuesto, por las instituciones que representan a la sociedad vasca. Lo sucedido es incomprensible, el olvido y la ocultación son incomprensibles si no se recuerdan en todo su significado los asesinatos llevados a cabo desde su explicación y legitimación política. Nunca podrá haber solidaridad efectiva con las víctimas si no existe memoria efectiva del acto político que supuso cada asesinato, cada atentado de ETA.

Dicho con más claridad aún: la solidaridad con las víctimas con quienes se ha sido insolidario exige ser solidarios con las víctimas que sufrieron atentado mortal. ¿Cómo se es solidario con estas víctimas primarias, con los asesinados o con los que sobrevivieron a un atentado, mortal en su intención?

En el intento de responder a esta pregunta empezará a romperse la memoria. Habrá quienes piensen que es suficiente con condenar de forma explícita la violencia de ETA como un medio inaceptable en el debate político, en la lucha política democrática. Habrá quienes, rechazando taxativamente la violencia y el terror como medios legítimos de la lucha política democrática, darán el paso de reconocer que la sociedad vasca y sus instituciones representativas han olvidado y ocultado a las víctimas de esos medios ilegítimos de la lucha política.

Otros irán más lejos y se preguntarán si es tan fácil y tan legítimo separar en los actos de asesinato llevados a cabo en nombre de un proyecto político medio y fin, instrumento y meta a conseguir. Éstos se preguntarán si en cada asesinado no ha quedado escrita a sangre y fuego, literalmente, la naturaleza del proyecto político que lo ha convertido en tal, en asesinado. Se preguntarán si se puede pasar con perfecta naturalidad de la condena tajante de la violencia y el terror como instrumentos de la política democrática a afirmar que todos los proyectos políticos son igual de legítimos si se defienden por medios pacíficos. Como si no hubiera pasado nada, como si ETA no hubiera existido, como si no hubiera matado en nombre de un proyecto político, como si el proyecto político quedara impoluto a pesar de la historia terrorífica, en sentido literal, de ETA.

Y es esta diferencia de posibles memorias lo que está quedando de manifiesto en el debate que ha habido en torno al Acto Institucional en Solidaridad con las Víctimas del Terrorismo. Y se trata de un problema serio. Porque si la memoria no termina siendo compartida, el acto será institucional, pero no representará al conjunto de la sociedad vasca, ni siquiera a quienes siempre han estado del lado que separa la democracia del terror y de la violencia.

Una frase de la directora de la Oficina de Atención a las Víctimas lo pone claramente de manifiesto: respondiendo al peligro de que el acto terminara siendo, como muchos otros, de provecho para el lehendakari, peligro visualizado en que éste mismo leyera el comunicado final, afirmó que institucionalmente representa a toda la sociedad vasca. Afirmación formalmente correcta. Pero que en toda su formalidad contiene todo el problema.

Porque quien formalmente representa a toda la sociedad vasca se ha negado, porque se siente sólo identificado con la nación vasca, a hacer ondear la bandera de España en su sede. Porque quien formalmente representa a toda la sociedad vasca sigue propugnando un plan político para la institucionalización jurídico-politica de la sociedad vasca que excluye a una parte de la ciudadanía vasca del derecho a participar en esa definición. Porque quien formalmente representa a toda la sociedad vasca sigue abogando por que no se aplique la Ley de Partidos Políticos en referencia a Batasuna, sin poner ningun tipo de condición a la participación de lo que su propio partido reconoce que no es otra cosa que la correa de transmisión de ETA en la politica democrática vasca.

Y es que el lehendakari Ibarretxe puede recurrir a todas las posibilidades que le ofrece el esperanto ibérico, como llama su correligionario Egibar a la lengua española, para inundar a las víctimas con pruebas lingüísticas de su solidaridad y de su arrepentimiento por no haber estado cerca de ellas. Pero seguirá creyendo que le asiste todo el derecho del mundo para reclamar un proyecto político que se parece demasiado al que sirvió a ETA para motivar sus asesinatos. Y entonces parecerá que los asesinatos sirvieron para algo. Porque de materializarse el proyecto político de Ibarretxe, esa materialización no se realizará en el vacío histórico y social, sino en una realidad social e histórica marcada por la existencia de ETA y por la amenaza, la violencia y el terror ejercidos por ella durante tantos años especialmente contra quienes se atrevían a no ser solamente vascos.

Unos lo dirán con una palabras, otros con otras. Pero en el fondo aquí radica el problema del acto institucional en solidaridad con las víctimas. Radica en el contenido de la memoria. Radica en si de esa memoria se extraen los principios que deberán inspirar el futuro político de la sociedad vasca, su forma institucional y política. O si, por el contrario, será un acto para limpiar las conciencias, para recuperar la buena conciencia que realmente nunca se perdió, y para desde esa buena conciencia no sólo hacer política como si ETA no existiera, sino como si ETA no hubiera existido. Con lo que no sólo se entierra a ETA, sino que con ella se destierra de la memoria a todas las víctimas, a todos los asesinados, porque se borra de la memoria la existencia real y efectiva de los verdugos.

Es probable que, como dicen los entendidos, entre la memoria personal y la historia no haya lugar para la memoria colectiva. A pesar de todo pienso que sí es posible que exista memoria colectiva. Creo que la historia constitucional de Europa a partir de 1789 es un monumento de recuerdo a todos los que fueron víctimas de la monarquía absoluta, de un soberanismo ilimitado, de un poder arbitrario. Creo que la Constitucion española es el mejor monumento y la mejor cristalización de la memoria colectiva española, el mejor homenaje a las víctimas de la guerra y de la violencia franquistas, en la medida en que establece que España o será democrática o no será, será social o no será, será Estado de Derecho o no será, será plural y autonómica o no será.

Y de la misma forma, la mejor muestra de memoria colectiva vasca no se podrá obtener hasta que vea la luz el nuevo Estatuto vasco, o mejor dicho, la reforma del actual Estatuto de Gernika cuya deslegitimacion radical ha sido el motivo de tanto asesinato. Ésa será la prueba del nueve, el lugar en el que se verá si realmente hay solidaridad con las víctimas o sólo limpieza de conciencia.

Joseba Arregi