La dificultad de pactar

Hace más de seis meses que nuestros políticos intentan formar gobierno. En el momento de escribir estas líneas, nadie descarta unas terceras elecciones generales. Como sigamos así, batiremos todos los récords.

¿Son nuestros políticos más incompetentes, a la hora de pactar y formar coaliciones, que sus colegas europeos? Es posible, sin duda. Les falta práctica, porque el sistema electoral favorece la formación de mayorías sólidas. El talante peninsular, además, tiende a ver toda concesión como una humillación y todo pacto como un producto de pastelería. Lo que gustan son las resistencias numantinas y los principios insobornables, no el tira y afloja y el posibilismo inherentes al noble arte de la política.

Ahora bien, las reglas del juego tampoco ayudan mucho. Hay por lo menos dos factores que, en estos momentos, están dificultando la formación de un gobierno. Ambos fueron concebidos como vías para reforzar el Ejecutivo y evitar los gobiernos inestables.

El primero es la figura de la moción de censura constructiva prevista en la Constitución. En muchos sistemas parlamentarios, cuando el gobierno no tiene mayoría parlamentaria cae con facilidad. Aquí, no. Aquí, para tumbar un gobierno es preciso presentar un candidato alternativo que sea investido por una mayoría absoluta de diputados. Es una fórmula útil para evitar periodos de ingobernabilidad, sin duda. Pero en una situación como la actual lo pone todo más difícil, porque si los partidos no logran ponerse de acuerdo para investir a un presidente por mayoría simple, hay que imaginar que aún les costaría más ponerse de acuerdo para sustituirlo por otro por mayoría absoluta. Esto ofrece al presidente, una vez elegido, la posibilidad de olvidarse de las fuerzas políticas que han contribuido a investirlo y gobernar recurriendo a pactos oportunistas con los partidos que se presten al juego.

Es cierto que gobernar en minoría puede ser complicado. Hay votaciones, como las de los presupuestos, que hay que ganar para poder gobernar con un mínimo de eficacia. Pero los presupuestos se pueden prorrogar y la geometría variable permite muchas acrobacias. Una vez instalado en la Moncloa, un presidente dispone de todo tipo de instrumentos para mantenerse en el poder.

El segundo factor –mucho más indirecto– es el sistema electoral, que gracias a la ley D’Hondt favorece al bipartidismo, aunque sea imperfecto. En estos momentos, de forma excepcional, tenemos cuatro grandes partidos de ámbito nacional. En la derecha, el panorama está bastante claro: hay uno mayoritario, el Partido Popular, y otro más pequeño, Ciudadanos. Pero, en la izquierda, el PSOE y Podemos están bastante igualados, algo difícil de sostener a la larga. Con nuestro sistema electoral, el nuevo mapa político no estará estabilizado hasta que uno de estos dos partidos se distancie del otro claramente.

Esto distorsiona la política de pactos, porque obliga al PSOE y a Podemos a estar más pendientes el uno del otro que a trabajar para la formación de un gobierno. En vez de aliarse para echar al PP o de tratar de obtener las mejores condiciones a cambio de dejarle gobernar, el PSOE se concentra en frenar a Podemos y Podemos busca por encima de todo que los ciudadanos lo vean como el único representante legítimo de la oposición. Ambos saben que se juegan la hegemonía en la izquierda.

¿Quiere decir esto que estamos condenados a unas terceras elecciones generales? No, claro. La investidura no tiene per qué ser un cheque en blanco. Se pueden buscar fórmulas que obliguen al presidente del gobierno a someterse a una moción de confianza a los dos años. Además, ni al PSOE ni a Podemos les conviene volver ahora a las urnas, porque ni el uno ni el otro tienen ninguna seguridad de obtener más votos. Al contrario, seguramente habría más abstención y el PP saldría reforzado.

Sin embargo, estos factores complican mucho las cosas y el PP, un partido rígido, reacio al pacto, se aprovecha de ello. Supongo que es lógico, pero me pregunto si no va demasiado lejos. La actitud de reclamar que le dejen gobernar por sentido de la responsabilidad, sin ofrecer apenas nada a cambio, no sirve para obtener un voto favorable de Ciudadanos y pone demasiado fácil al PSOE negarse a abstenerse en el voto de investidura. Es una estrategia contraproducente.

Y la triquiñuela de Rajoy de aceptar el encargo del Rey de forma condicional también se le puede volver en contra. Si no obtiene los apoyos que busca, le será difícil no someterse al voto de investidura sin dimitir o quedar como un perdedor al que los propios compañeros de partido comenzarán a pedir que deje el campo libre. Con esta insólita maniobra, los plazos para la formación de gobierno no empezarán a correr hasta que él lo decida. Ha conseguido detener el reloj constitucional. Pero todo el mundo sabe que se lo ha metido en el bolsillo y que, si no lo devuelve a su lugar, le puede acabar estallando.

Carles Casajuana

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