La dignidad de Grecia

El rechazo del pueblo griego a la imposición autoritaria de las políticas de austeridad que han sumido parte de Europa en la crisis social y el estancamiento económico cambia el curso de la política europea más allá de los resultados de las negociaciones de Bruselas. El voto por la dignidad y la soberanía ciudadana superó el voto del miedo. Y cuando la gente supera el miedo cualquier cosa es posible. Pero esto es sólo el principio. Porque los dirigentes europeos no pueden permitir que los ciudadanos tomen la palabra en las decisiones clave para la construcción de Europa. Los tratados que configuraron Europa fueron cocinados entre las élites políticas conservadoras o socialistas, soslayando el debate con sus representados, considerados incapaces de entender la problemática. Y cuando el proyecto de Constitución fue rechazado en los referendos francés y holandés, se reconvirtió en tratado aprobado por los partidos mayoritarios.

Europa sufre de un enorme déficit democrático porque se ha estado haciendo a espaldas de sus ciudadanos. Por eso la decisión de Tsipras de someter a votación directa medidas que afectan a la vida de la gente causó pánico en los corredores del poder. ¿Adónde iríamos a parar? Así se movilizó la máquina de propaganda, con los líderes de distintos países intentando condicionar el voto griego con amenazas apocalípticas incluso en el día de la votación. Pudo más la dignidad. Ante esa rebelión ciudadana Merkel y sus aliados (incluido Rajoy) decidieron endurecer aún más las condiciones para prestar a Grecia lo suficiente para que se mantenga en el euro. Tienen que doblegar la resistencia o provocar una catástrofe social para dar una lección a los ciudadanos de otros países del sur, en particular España, en donde se resquebraja su poder. El conflicto con Grecia es fundamentalmente político: se trata de liquidar a Tsipras y lo que Syriza representa. Y para ello se deforma sistemáticamente, en particular en los medios de comunicación, la realidad de la crisis financiera griega.

No se está salvando a Grecia sino a la deuda de los bancos griegos y de los bancos alemanes, franceses y demás que fueron los que les prestaron sin control y sin prudencia financiera.

Como dijo Tsipras en el Parlamento Europeo, el 73% de los 320.000 millones aportados por el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional han sido empleados en pago de la deuda pública y privada asumida por el Estado griego. Y la totalidad de la deuda griega (175% del PIB) es impagable según la mayoría de expertos internacionales. Por eso la reestructuración a largo plazo, que es lo que propone Tsipras, es en realidad una quita encubierta e inevitable. Pero Merkel y demás tienen que ocultar a sus electores la dimensión de la transferencia de recursos que se produjo con los gobiernos griegos que eran sus aliados, asesorados por Goldman Sachs (donde trabajaba un tal Mario Draghi) en la falsificación de la contabilidad pública.

Lo que están calculando las instituciones europeas es el impacto posible de un Grexit sobre el euro. Si pudieran, se sacarían de encima al respondón socio griego. El problema es que los mercados financieros podrían desencadenar una especulación masiva sobre el euro y sobre la deuda pública de los países más débiles, precipitando una nueva crisis. Por eso, muchas de las posturas de Merkel y Juncker son un farol para doblegar a Syriza. La realidad es que Grecia puede optar por otras políticas. En particular puede tener un doble sistema monetario en dracmas para los pagos y consumos internos y en euros para las operaciones internacionales. Ni más ni menos que lo que hacen la mayoría de los países del mundo, incluida China. En la práctica sería una devaluación masiva de la moneda interna. Las exportaciones, y sobre todo el turismo, la principal, se verían enormemente favorecidas, los turistas alemanes traerían a Grecia los euros que niegan a su gobierno para prestarlos. Las importaciones serían penalizadas, pero ocurriría como en Rusia en 1999: la producción doméstica (y el empleo) se incrementaron, sobre todo en las pymes, que entonces pudieron competir con los productos extranjeros. Más serio sería el impacto sobre las importaciones energéticas, con peligro de inflación generalizada. Pero en caso de emergencia hay ya algún contacto discreto para suministro favorable por parte de Rusia, con pagos diferidos. Una hipótesis que horroriza a Estados Unidos, que presiona a Europa para que no lleve a Syriza a buscar esa tabla de salvación. No estamos todavía en esa situación porque un razonable Tsipras intenta obtener un respiro de tres años para que la economía pueda crecer en lugar de trabajar para pagar la deuda, saliendo así del círculo vicioso de todos los países intervenidos por el FMI. Y para eso, acepta algunas exigencias pero no cede en puntos esenciales. A cambio del nuevo rescate Tsipras propone equilibrar presupuesto aumentando impuestos a grandes empresas y clase media alta, incrementando el IVA (pero no tanto como pide Europa) y eliminando abusos en el sistema de pensiones, sobre todo en las jubilaciones anticipadas. Fue el tema de las pensiones bajas, que Syriza se niega a recortar aún más, lo que provocó la ruptura de negociaciones. Por tanto, en términos económicos es posible un acuerdo y puede desembocar en una estrategia razonable de crecimiento a medio plazo. Y se deja para octubre la reestructuración de la deuda. Pero no es suficiente para el merkelismo. Se trata de imponer disciplina a los díscolos sureuropeos y segar la hierba bajo los pies de los partidos contestatarios. Y de ofrecer a los xenófobos de Alemania y norte de Europa la cabeza de Tsipras. Por el momento han perdido. Pero no cejarán hasta conseguirlo. O hasta que otros pueblos recuperen también su dignidad, proyectándose en una nueva Europa democrática.

Manuel Castells

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