La diplomacia zapateril y Elián González

La Cuba pos-Fidel no progresa, la mejora no aparece, el sueldo medio son 15 euros, lo que por muchas necesidades básicas cubiertas que haya no da para muchas alegrías, parte considerable de gente a la que se permite salir está abandonando la isla, etc... Políticamente, el país sigue enrocado en su partido único, acoso de la disidencia, la corrupción ha crecido aparatosamente (E. Morales, catedrático de La Habana, dixit) etc... En resumen, las expectativas despertadas por el mutis de Fidel y el acceso al poder de su hermano Raúl se diluyen.

Está claro que el régimen cubano necesita alguien que lo guíe, un gobierno amigo con experiencia en aunar voluntades, en restañar heridas, en no soliviantar a la mitad de la población, con prestigio internacional, mano izquierda... Quizá lo encuentre. Paciencia, porque apuntaremos quién puede ser. Comentemos la situación de allí. Las voces que indican que esa nación, tan cercana a España, está mal aumentan fuera y dentro. La Iglesia, prudente normalmente con el régimen, ya pone suavemente el dedo en la llaga. En su revista «Palabra nueva» leemos que la economía cubana «parece hacer aguas». El cardenal Ortega señala que el Gobierno «debería hacer pronto cambios para que terminen las dificultades económicas y sociales... el país se encuentra en la más difícil coyuntura de este siglo». Recordemos que Ortega se reunió con Raúl Castro y podría haber obtenido algo que en una democracia resultaría chaplinesco pedir: que el régimen deje manifestarse, sin hostigamiento oficial, a las Damas de Blanco que solicitan algo tan «peregrino» como la libertad de los rumoreados 120-200 presos políticos.

Se dirá que las «denuncias» del prelado prueban la sinuosidad de la Iglesia que intermitentemente hace guiños a la «gusanera» de Miami en momentos de, para algunos, sálvese quien pueda. (Incidentalmente, señalo que resulta increíble que se siga calificando de «gusanera» a los miles de cubanos que dejaron Cuba por asfixia política o por mil razones. Es como si para los exiliados españoles en México en los cuarenta se hubiera acuñado el término igualmente humillante e injusto de «chusma» o de «piojosos»). Hay más. El cantante Silvio Rodríguez, que defendió al Gobierno cuando se produjo la huelga de hambre y muerte del disidente O. Zapata, demanda «revisiones conceptuales» en el modo de gobernar. Publicaciones europeas no precisamente de derechas son asimismo pesimistas. El francés «Le Monde» sentencia lapidariamente: en Cuba, «el modelo socialista ha fracasado. La isla casi solo produce puros, medicinas y ron».

Más doloroso, por lo descriptivo, es el reportaje del británico «The Observer» titulado «Cuba padece el éxodo de su mejor gente... al quedar en nada las promesas de libertad de Raúl». Cuenta que al abrir parcialmente la mano a la emigración se ha disparado el número de licenciados que desean marcharse aun sin su familia. México, EE.UU., España y Ecuador son destinos preferentes de médicos, profesores, etc. Los viajes a Ecuador, algunos de ida y vuelta para compras inexistentes en Cuba, aumentaron imparablemente porque no precisan visado de salida: 27.114 lo hicieron en 2009. El semanario concluye con una afirmación patética, la de que «los únicos trabajadores motivados parecen ser los jineteros y las jineteras»; una buena noche puede producir 50 dólares. Que, después de medio siglo de revolución, una persona que se ofrece en la calle pueda ganar en una noche más de dos veces lo que un asalariado en un mes es bastante elocuente.

Cuba precisa que se le muestre que hay otras vías, que permitir a estas alturas que los barberos puedan cobrar por su trabajo dejando de ser funcionarios o que la gente pueda tener móviles no es suficiente. Que, por mucho miedo que Fidel tenga a lo sucedido en la Unión Soviética, hay que dar pasos serios. Cuba precisa un Redentor, y, ¿lo adivinaron?, ese Redentor puede ser el Gobierno de Zapatero. Los escépticos dirán que Felipe González no lo logró, que instó a Fidel, prestándole asesoramiento, a que iniciase la apertura, y el cubano mareó la perdiz y el futuro de sus compatriotas y no hizo nada. No empece, dirán los ideólogos actuales, Felipe era un socialista acomodaticio, pelín anticuado, mientras que nuestro líder actual posee activos incontrovertibles: ha unido a España, tiene el talante adecuado, es muy respetado internacionalmente y puede aportar soluciones para la economía cubana. (No se rían, los palmeros y tal vez Zapatinos creen todo eso).

Nuestro Gobierno tiene una veta adanista y mesiánica «ostentórea». Debutó con el inmortal comentario de Zapatero a un líder europeo sobre el Sahara y Moratinos: «Eso lo arregla este en seis meses». Beautiful, total. Ahora rumia pilotar, está predestinado, la transición cubana. Hay signos. Deseando congraciarse con La Habana el Ejecutivo reacciona sin brío ante la muerte de Zapata (un sencillo opositor), mientras capitanea el hostigamiento al Gobierno de Honduras. Exteriores recorta, entre otras, la subvención a la revista «Encuentro», editada aquí, donde tenían cabida escritores de dentro y fuera de la isla, pero sigue gastando en la rutilante Alianza de Civilizaciones. Luego, está la saga del diplomático J. S. en Miami que resumo.

En Exteriores hay una reglamentación para la asignación de puestos, en vigor desde hace unos treinta años. El ministro puede evidentemente nombrar a quien quiera, pero la normativa establece que acepte para puestos no de jefes de misión, sino cónsules, consejeros, etc... la propuesta hecha por un órgano democráticamente elegido. El ministro se reserva los puestos delicados, pero, en todo caso, la norma pide que cualquier destino debe ser ocupado por un funcionario de la categoría adecuada. Igual que un coronel, no un sargento, manda un regimiento, a cardenal de Madrid no se promueve a un coadjutor de Alcorcón, y para rector de la Complutense no se nombra a un penene de una universidad de provincias.

El Ministerio se hizo pipí en la norma y, por primera vez, nombró hace semanas, como informó ABC, a un secretario de Embajada, J. S., para un puesto reservado a dos categorías superiores. Puede que el designado sea una mezcla de Metternich y Kissinger -no es para tanto, dicen sus compañeros-, pero su mérito visible es haber sido un correcto jefe de gabinete de la ministra Trinidad Jiménez. La política se prendó de sus cualidades profesionales y dijo a Moratinos : «Este joven es oro molido». ¿Bastaría esto para que Moratinos, diplomático de profesión, se cisque en el escalafón, en la normativa legal, y postergase a profesionales bastante más antiguos y contrastados que el joven J. S. y que incluyen a una ex embajadora en México y jefa de protocolo, un ex embajador en Argelia, en Grecia, y director general, un ex embajador en Varsovia y jefe de personal y presupuestos...? No lo creo; aunque existiera expectación con los deslumbrantes rayos diplomáticos que iba a emitir el joven de 37 años desde Miami, esto no bastaría.

La ministra no pudo obsesionarse solo con colocar bien a su lumbrera. Susurró a Moratinos con un mohín de los que están en el «proyecto»: «Este es nuestro hombre en La Habana(Miami), no la gente rancia que hay en tu ministerio. Nos va a ayudar a pilotar la transición cubana y ejecutará con habilidad y tacto el diseño salvador que tiene nuestro Gobierno para Cuba». Ante un fugaz gesto dubitativo de Moratinos, la ministra lanzó ardorosamente un órdago sobre la mesa: «Supongamos que surge un nuevo caso Elián González. A diferencia de otros pasotas o de esos anquilosados de tu ministerio, el que te propongo encontrará la solución para el niño Elián contentando a los Castro y a nuestro añorado Obama. ¡Que pelotazo! Nuestro presidente estará encantado».

Ante tal arrollador argumento, Moratinos capituló y lo nombró. Lo malo es que el joven, quizás a la vista de un recurso de los funcionarios que debía prosperar, renunció anteayer. En todo caso, la transición cubana es nuestra.

Inocencio F. Arias, embajador de España.