La duda de Europa

La Unión Europea ha sangrado este año por tres heridas diferentes que han terminado por sumirla en la parálisis y el desconcierto. Primero fue la injusta, irracional y antidemocrática “solución” que dio Bruselas a la crisis del euro: la imposición de un nuevo paquete de medidas austeritarias que, más allá de doblegar la voluntad del pueblo griego democráticamente expresada en las urnas, sólo ha servido para crear más recesión, más pobreza, más dolor social y, por tanto, menos capacidad de recuperación económica en los países que más han sufrido el impacto de la crisis financiera. Después vino la crisis de las personas refugiadas, en la que Europa ha mostrado una vergonzante incapacidad de acción, cuando no un desconocimiento rotundo del derecho internacional o una instrumentalización política de la durísima situación que atraviesan millones de personas cuyo único delito es huir de la muerte, de la miseria y la destrucción causada por guerras que, en su mayoría, Europa no supo o no quiso evitar.

La tercera crisis culmina hoy con la decisión del Reino Unido de abandonar la UE. Este resultado es una pésima noticia para Europa, no sólo por su impacto inmediato, no sólo porque supone el triunfo de una campaña obsesiva y despreciablemente centrada en el miedo al otro y la instrumentalización de la xenofobia, sino por las repercusiones que tendrá en la grave crisis existencial que atraviesa el proyecto europeo en su conjunto. Mucho se especula hoy sobre las razones que han llevado a los británicos a optar por el out, pero la reflexión que se impone debe ser para quienes nos quedamos. ¿Qué queremos los europeos y las europeas? ¿Hacia dónde se dirige nuestro proyecto? ¿A qué se va a parecer el viejo sueño de integración, paz y cooperación entre los pueblos de Europa dentro de diez, veinte, treinta años?

Nosotros hemos planteado incansablemente que Europa debe reafirmar un compromiso rotundo con sus valores fundacionales, y que eso es incompatible con mantener esta arquitectura institucional desbalanceada, afectada por graves déficits democráticos, entregada a la imposición dogmática y cerril de un paradigma económico y político, la austeridad, que amenaza con desmantelar el modelo de sociedad que ha definido a los países europeos en los últimos sesenta años. Ese modelo de sociedad, el Estado social o de bienestar, es mucho más que una simple suma de derechos; es lo que nos define como pueblos dignos, libres e iguales, y no se entiende la crisis actual de la UE sin el empeño político y sistemático en desmantelarlo. Europa duda y tiembla cuando se desbarata ese tejido de derechos y libertades, que ha sostenido el mayor periodo de paz y progreso de su historia. Europa sufre cuando la razón de las finanzas se impone a la democracia. En todas partes crece la desigualdad y la exclusión social, y con ellas resucita la amenaza funesta de los autoritarismos y la xenofobia, trayendo consigo el recuerdo de las peores pesadillas de nuestra historia.

Para quienes lucharon para traer la democracia y las libertades a este país Europa era un símbolo de modernidad, de progreso, de evolución hacia un futuro irreversible. Hoy, mientras Europa duda y se cuestiona a sí misma, es fundamental que quienes defendemos un proyecto de coexistencia pacífica, un espacio de derechos humanos y solidaridad entre los pueblos que lo componen, no renunciemos ni abdiquemos ese legado y emprendamos una acción decidida, firme y constructiva para refundar un proyecto democrático y social para Europa. Confiamos en que, a partir de la próxima semana, España tenga un Gobierno que, como en los mejores momentos de su historia, esté a la altura de las circunstancias, defienda lo mejor de nuestro legado y, con una firme voluntad de futuro, abandere y lidere ese proyecto.

Pablo Bustinduy es coordinador de Relaciones Internacionales del Consejo Ciudadano de Podemos.

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