La dulce nostalgia de los olmos

Para Marañón, que perdió a su madre cuando apenas tenía tres años, algunos amigos de su padre desempeñaron un papel determinante en la conformación de su concepción de la vida. Son personalidades muy destacadas a las que podemos considerar sus maestros de referencia.

Siendo niño aprendió de Menéndez y Pelayo y Galdós la alta virtud de la tolerancia, y don Benito, además, le descubrió Toledo abriéndole los secretos más recónditos de la ciudad; con él ascendió también a los cigarrales, entre ellos al de Menores que tan fundamental sería luego en su vida. Miguel de Unamuno fue para Marañón muy tempranamente su referencia intelectual y ética, dejando en los jardines del Cigarral huella de sus inolvidables lecturas. La relación de Manuel B. Cossío y Gregorio Marañón es menos conocida. Sin embargo, Cossío también contribuyó al conocimiento que Marañón tuvo de Toledo, llevándole de su mano hasta el Greco, y reforzó con su ejemplo e ideario el profundo sentido liberal que le caracterizó siempre. Transmitió a Marañón su amor crítico por España desde el mejor de los impulsos regeneracionistas, y su ejemplo como el más eminente pedagogo de su tiempo, modeló a quien sería un extraordinario maestro en la práctica clínica, en la cátedra universitaria y en el ejercicio del compromiso cívico.

En las cartas que Cossío escribe a Marañón en los años 20, se trasluce ya una estrecha amistad, plena de afecto y admiración mutua, que discurre con frecuencia en la evocadora paz del Cigarral. «La dulce nostalgia de los olmos de su acogedor Cigarral», recuerda Cossío.

Cuando Marañón compra el Cigarral de Menores en 1922, uno de los primeros que lo visita es Cossío. Fue un almuerzo al que también acudieron Luis de Zulueta y Fernando de los Ríos. Como recordaría Zulueta en una carta escrita en los años más duros del exilio: «Hablábamos ese día del porvenir de España y la reforma espiritual de nuestra patria, todo ello me parece de más patética actualidad ahora que antes». Cossío por su parte, a los pocos días del encuentro, le envía una larga carta en la que le manifiesta: «Recuerdo con delicia aquella encantadora hospitalidad en su divino Cigarral de Toledo». También se refiere al homenaje que Marañón estaba preparando en Toledo a Maurice Barrés. «No me parecería bien que cambien ningún nombre de calle. Lo tengo por algo de profanación en cualquier pueblo, pero ¡en Toledo...! Una lápida en el sitio más prominente, todo menos cambio de nombre». Y se solidariza con Marañón ante los primeros embates que sufre de la dictadura de Primo de Rivera y del general Martínez Anido: «Han llegado a mí anteayer las vejaciones de que ha sido usted víctima en su sala del hospital y las prohibiciones de corresponder con Unamuno. Quiero expresarle por ello mi más profundo dolor y simpatía. Si yo pudiera me marcharía de España para trabajar por ella».

En 1929, aún en la dictadura, Marañón dedica a Cossío su libro «Amor, conveniencia y eugenesia», que tuvo que publicar en Argentina. Es un precioso testimonio de la profunda admiración que siente por él, y de su imborrable gratitud por haberle visitado en la cárcel cuando el gobierno de Primo de Rivera le apresó en el verano de 1926. La dedicatoria tiene seis páginas y constituye un durísimo alegato contra la dictadura. «Todas las dictaduras son calamidades que se abaten sobre los pueblos... y de las dictaduras nos aterra, antes que todo, antes que la posible –y tan posible– agresión de su fuerza desatada, la muerte que perpetra en el espíritu ciudadano de las gentes».

Con melancolía, escribe el 5 de abril de 1931, pocos días antes del advenimiento de la República, «hoy, en que hace un año tanto gocé en el Cigarral de los Dolores, quiero enviarle a usted un recuerdo de gratitud y de afecto. Lo único que puede ofrecerle a usted este pobre inválido. Realmente fue, para mí, el último día de placer que he tenido desde entonces... sin dolores». Y se le queja sobre el profundo cansancio que le invade: «¿Vejez? ¿Ineludible crisis de limitación? Vea que no digo renunciación; pero estoy estos días resignándome al abandono de muchas cosas que quisiera haber hecho. Resignándome con un poco de tristeza, no exagerada. Feliz usted que, como Ulises, va a conocer mucha gente y muchas ciudades». Y se despide con un significativo deseo: «Que la paz y la inquietud le acompañen».

Cuando Marañón le envía su libro «Tres ensayos sobre la vida sexual», Cossío le expresa: «Lo voy a leer con el más profundo interés porque el problema ha sido una de las más vivas y constantes preocupaciones de esta casa. Don Francisco (Giner de los Ríos) dejó sin terminar su última «Filosofía del Derecho», al llegar al capítulo del «Matrimonio». Se le acabó la vida –y fueron muchos años los que aguardó sin ver claro en este asunto. Esto es significativo y simbólico–».

Aunque Marañón no perteneció al núcleo de la Institución, siempre sintió hacia ella y hacia quienes la encarnaban una admiración e identificación grandes. Cossío se dio cuenta cuando le escribe: «A lo que usted dice con razón que “cada cual debe dar a su propia vida una importancia infinita” llamamos los viejos krausistas: “El deber que cada cual tiene de hacer de su propia vida una obra de arte” y el arte tiene aquí todo el valor platónico de bondad y belleza. Ya ve usted si seguimos comulgando».

Una y otra vez Cossío se refiere a aquél «Cigarral inolvidable» en el que «vivimos en plena simpatía espiritual». Y comenta un discurso de Marañón: «Con razón suponía yo que todo él era noblemente educador. ¿No permitiría usted que lo reprodujéramos en nuestro pobre boletín? Gocé mucho leyéndolo. Abundante de espíritu, dicho con claridad, con elegancia, con precisión, y, sobre todo, Dios mío!!! con llaneza. Lo que hubiera gozado también Don Francisco».

Otra de sus estancias en el Cigarral le lleva a escribir a Marañón: «La vida tiene, por fortuna, sus goces de trabajo y sus goces de ocio, ambos igualmente exquisitos. Y entre los segundos, el que ayer me ha regalado su bondadosa amistad, ha sido perfecto, de absoluta pureza». Y le acompaña una cita de Giner que Marañón repetiría con frecuencia: «La vida no es triste ni alegre, ni trágica ni cómica, es seria, y con seriedad hay que vivirla».

El Cigarral, ese lugar donde las horas pasan sin herir, fue escenario de esta ejemplar amistad de dos hombre que también fueron ejemplares en su vida personal y cívica. «Me gusta –reconoce Cossío– que en la intimidad, el retiro, el silencio de esa casa, templo de amistad pura, esté mi retrato porque nadie ha gozado tanto como yo bajo esos viejos olmos». Los olmos de la dulce nostalgia.

Gregorio Marañón es miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

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