La duradera capacidad de dirección de los Estados Unidos

Muchos observadores han citado la crisis de Ucrania como un ejemplo más de retirada por parte de los Estados Unidos y disminución de su influencia mundial. Algunos lo han interpretado también como prueba de un empeño, encabezado por Rusia, para movilizar a las más importantes economías en ascenso –el Brasil, la India y China– contra Occidente. Si bien hay algo de cierto en esas posiciones, las dos son una tremenda exageración, como también lo es la idea de que la capacidad de los Estados Unidos para moldear un sistema internacional seguro y próspero está en decadencia.

Los EE.UU. han pasado por unos años difíciles. Después de dos guerras largas y agotadoras, su retirada del Afganistán va avanzando despacio. En Siria, la intransigencia de Rusia y de China ha frustrado los intentos de encontrar una solución diplomática y la autoafirmación en aumento de China en los mares de la China Meridional y Oriental está amenazando el predominio regional de los EE.UU., al tiempo que aumenta el riesgo de una crisis con el firme aliado de los Estados Unidos que es el Japón.

Entretanto, muchos de los aliados europeos de los Estados Unidos están atrapados en una difícil situación económica y, aunque la economía de los EE.UU. está recuperándose de la crisis financiera mundial, su tesoro y su reputación han sufrido un duro golpe.

No obstante, los EE.UU. siguen siendo los protagonista mundiales más influyentes: entre otras cosas, por las sólidas alianzas que mantiene. Toda la atención prestada al ascenso económico de China –y, en menor medida, al de la India y del Brasil– ha eclipsado el éxito de aliados de los EE.UU. como Corea del Sur, Turquía, Indonesia y Alemania. En realidad, la inmensa mayoría de las economías más sólidas del mundo son aliadas de los EE.UU.

Además, lejos de coligarse en un bloque antioccidental unido, las potencias en ascenso siguen profundamente divididas. Hay muchos más intereses coincidentes entre las potencias establecidas y las potencias en ascenso de lo que el relato “Occidente frente al resto” sugiere; de hecho, las potencias en ascenso comparten con frecuencia tantos intereses con sus homólogas occidentales como entre sí.

Así las cosas, incluso los motores económicos que no son aliados de los EE.UU. no quieren derribar el orden mundial existente, sino obtener más espacio dentro de él, como, por ejemplo, mediante una mayor autoridad en las instituciones internacionales. Al fin y al cabo, su ascenso se debe precisamente a su integración en el sistema económico mundial.

Incluso China, que seguramente aspira a limitar la capacidad de dirección de los EE.UU. en ciertas esferas, no tiene más remedio que cooperar con los EE.UU. y sus aliados en muchos asuntos de política exterior. China puede desafiar la dirección americana sólo si otros le siguen y hasta ahora ha recibido pocas ofertas al respecto. Sólo Rusia ha intentado desempeñar un papel más desestabilizador: durante la crisis financiera mundial, en Siria y ahora en Ucrania.

Desde luego, las potencias en ascenso comparten una profunda inclinación a la rivalidad –o, al menos, a la autonomía– enraizada en lo que podríamos llamar la “psicología del ascenso”, pero saben que una posición excesivamente agresiva para con los EE.UU. socavaría sus intereses en una economía mundial estable y el paso seguro de sus mercancías y energía por las rutas marítimas y aéreas internacionales.

Resulta particularmente cierto en el caso de China, porque su estabilidad interna y su influencia internacional dependen en gran medida de su capacidad para mantener un rápido crecimiento económico, que requiere cantidades cada vez mayores de energía y otros recursos naturales importados. Para garantizar un acceso sin trabas a esos recursos decisivos, China necesita estabilidad en los países de los que puede extraerlos, en los mercados en los que puede invertir y en las rutas que comunican a China con sus proveedores, pero la capacidad de China para mantener esas condiciones es extraordinariamente limitada... y en algunos casos (como en el golfo Pérsico), depende en gran medida de la potencia militar de los EE.UU.

En resumen, la de conseguir un equilibrio entre la tendencia a la rivalidad y los incentivos que fomentan la contención es la dinámica más importante en los asuntos internacionales contemporáneos y, de momento, el equilibrio mundial se inclina hacia la contención.

Naturalmente, los EE.UU. afrontarán invariablemente nuevos desafíos, todos los cuales resultan evidentes en Ucrania. Los países se sentirán divididos entre el deseo de mantener los vínculos de seguridad con los EE.UU. y el de establecer nuevos vínculos económicos con China. Los complejos sistemas mundiales en los que los intereses de los Estados Unidos están involucrados pondrán a prueba su diplomacia.

Tal vez el desafío más peligroso sea la perspectiva de que las potencias en ascenso se inclinen cada vez más hacia la autonomía, en lugar de hacia la alianza. China y la India pueden no haberse sentido complacidas con las acciones de Rusia en Ucrania, pero ninguna de las economías en ascenso podría llegar hasta el extremo de votar contra Rusia en la Asamblea General de las Naciones Unidas, aun cuando el voto fuera en última instancia intranscendente. (China adoptó la posición más firme en el Consejo de Seguridad absteniéndose.) No se ponen de parte de Rusia, pero tampoco van a unirse a un empeño occidental para aislar a Rusia.

Sin embargo, la evolución incesante del mundo juega, en última instancia, a favor de la más importante ventaja de los Estados Unidos: su excepcional capacidad para crear coaliciones amplias y dispares. La diversidad de alianzas y relaciones que los EE.UU. han creado, incluso con varias de las potencias en ascenso, supera con mucho la de ningún otro protagonista mundial... y seguirá haciéndolo en el futuro predecible. Tal vez sea ése el rasgo más duradero del poder americano.

No cabe duda de que los EE.UU. ya no gozan de la condición de hiperpotencia sin rival como al final de la Guerra Fría, pero, de momento, el sistema internacional sigue dirigido por ellos.

Bruce Jones is Senior Fellow and Director of the project on international order and strategy at the Brookings Institution and a consulting professor at Stanford University. He is the author of Still Ours to Lead: America, Rising Powers, and the Tension between Rivalry and Restraint. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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