La economía de la violencia

¿Cuál es la mayor fuente de violencia en nuestro mundo? Dada la presencia permanente en las noticias de conflictos brutales como los de Siria, Ucrania y otros lugares, muchas personas probablemente dirán que es la guerra. Pero por increíble que parezca, se equivocan.

Saber la verdad es importante si queremos hallar soluciones económicamente eficientes para este y otros problemas globales. Obviamente, todos queremos detener las guerras y la violencia, así como queremos poner fin a la pobreza, el hambre y el calentamiento global, y al mismo tiempo ofrecer educación a todos. Pero con recursos limitados, no se puede hacer todo a la vez. Hay que priorizar, y para eso sirve el análisis económico de costos y beneficios.

La comunidad internacional se encuentra abocada a la redacción de nuevos objetivos de desarrollo para los próximos quince años. El Centro de Consenso de Copenhague pidió a algunos de los más destacados economistas del mundo que dijeran qué objetivos elegirían ellos en primer lugar. ¿Destinar recursos a reducir la violencia es mejor que, por ejemplo, destinarlos a reducir el hambre? Y si lo es, ¿a qué formas de violencia hay que apuntar?

Un estudio realizado por James Fearon, de la Universidad de Stanford, y Anke Hoeffler, del Centro para el Estudio de las Economías Africanas de la Universidad de Oxford, sostiene que la violencia social (el homicidio y, especialmente, la violencia contra mujeres y niños) es un problema mucho mayor que las guerras civiles. Por cada muerte en el campo de batalla en una guerra civil mueren nueve personas en episodios de violencia interpersonal, y un niño es asesinado por cada dos combatientes muertos.

En 2008, en todo el mundo hubo 418.000 homicidios, y demasiados países registraron tasas superiores a 10 muertes por cada 100.000 personas, cifra que la Organización Mundial de la Salud considera una epidemia. Un único homicidio en Estados Unidos cuesta al individuo y a la sociedad 9,1 millones de dólares. Si extrapolamos este dato según las cifras de producto nacional al resto del mundo, sólo esta categoría de crímenes violentos cuesta un 1,7% del PIB global.

Por supuesto, no es que un asesinato provoque una pérdida financiera directa para la economía global, pero es una forma de expresar su impacto. Si se pudieran eliminar los homicidios, las sociedades de todo el mundo estarían mejor, y esa mejora podría valuarse como un 1,7% del PIB. Compárese esto con el costo muy menor de las guerras civiles, que equivale a cerca del 0,2% del PIB global.

Pero todavía es mucho menos que la principal fuente de violencia: la violencia doméstica contra las mujeres. Según estudios publicados en Science, el 28% de las mujeres del África subsahariana declararon que habían sufrido alguna forma de violencia de parte de sus parejas o familiares a lo largo del año anterior. Esto incluye palizas, ser obligadas a casarse muy jóvenes, abusos sexuales, crímenes de “honor” y mutilación genital femenina. Una estimación por lo bajo indica que sólo el costo en términos de bienestar de la violencia contra mujeres a manos de sus parejas asciende a 4,4 billones de dólares, o sea el 5,2% del PIB global.

La segunda fuente de violencia más grave es el maltrato infantil, que en el 80% de los casos es provocado por los padres. La definición de maltrato infantil depende de cada cultura, pero en un mes cualquiera, alrededor del 15% de los niños sufren lo que la ONU denomina castigo físico grave. Esto incluye bofetadas en el rostro, la cara o las orejas; en la cuarta parte de los casos, se usa algún instrumento para golpear al niño repetidamente y con la mayor fuerza posible.

Cada mes, unos 290 millones de niños sufren maltratos de este tipo. El costo en términos de bienestar es 3,6 billones de dólares, el 4,2% del PIB global.

En la actualidad, sólo una minúscula fracción de las ayudas internacionales al desarrollo se destina a la reducción de la violencia social y la mejora de los sistemas de justicia penal. El enorme costo que cargan la sociedad y los individuos debería ser un llamado a la acción inmediata, pero lamentablemente, todavía no hay suficientes datos concluyentes sobre cómo asignar los recursos.

Lo único que sabemos con seguridad es que el dinero destinado a reducir la violencia se podría usar mejor que ahora. Mientras se destinan cifras importantes a ayudar a “estados frágiles” a detener o prevenir guerras civiles, sólo el 0,27% de la ayuda internacional va a proyectos que tengan un componente de “prevención del crimen”. Tal vez otros programas ayuden indirectamente, pero es obvio que todavía queda mucho por mejorar.

Está claro que algunas soluciones son muy eficaces. Por ejemplo, la mejora de los servicios sociales puede reducir la violencia contra los niños. En el estado de Washington (EE. UU.) se hicieron estudios que muestran que enviar personal capacitado a visitar los hogares puede reducir el maltrato infantil, mejorar la calidad de vida y la salud psicofísica de los niños, y reducir los costos en términos de bienestar infantil y pleitos. Un dólar dedicado a este programa produce catorce dólares de beneficio, lo que lo convierte en una política altamente eficiente.

En muchos casos se necesita un cambio de las actitudes sociales. En Uganda hay un programa dirigido a reducir la violencia contra mujeres y niñas, llamado SASA! (“¡Ahora!” en lengua suajili), que promueve la idea de que la violencia doméstica es inaceptable y ayudó a reducir su tasa de incidencia a la mitad. Es un resultado fantástico, aunque todavía no se hizo un análisis de su eficiencia económica.

Hay otros ejemplos de países que tomaron medidas eficaces. En 1993, Bogotá sufría 80 asesinatos cada 100.000 personas. Mediante la adopción de un enfoque integral (límites a los horarios de venta de alcohol, recuperación de espacios públicos y mejora de los sistemas policiales y judiciales) la tasa de homicidios bajó a 21 cada 100.000 en 2004. Sigue siendo alta, pero es mucho menos que los 55 cada 100.000 de Detroit.

El alcohol es factor en muchos actos de violencia, y tal como sugieren los resultados en Bogotá, controlar su disponibilidad puede ser una herramienta importante. En el Reino Unido, un estudio piloto sobre mejoras al control de cumplimiento de normas existentes demostró que se podía reducir la tasa de episodios de violencia en forma muy eficiente, ya que el beneficio fue diecisiete veces superior al costo.

Todavía no sabemos suficiente, pero hay dos cosas indudables. Primero, la violencia doméstica contra mujeres y niños impone un costo social de 8 billones de dólares al año, lo que la convierte en un problema global inmenso y muy subestimado. Segundo, hay soluciones muy eficientes para encarar algunos de estos problemas. Por eso, a reducir la violencia doméstica le corresponde estar entre los próximos grandes objetivos de desarrollo del mundo.

Bjørn Lomborg, an adjunct professor at the Copenhagen Business School, founded and directs the Copenhagen Consensus Center, which seeks to study environmental problems and solutions using the best available analytical methods. He is the author of The Skeptical Environmentalist and Cool It, and the editor of How Much have Global Problems Cost the World?. Traducción: Esteban Flamini

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