La economía de mercado y la política española

La crisis financiera no ha puesto en cuestión la economía de mercado. Sólo los excesos que se han realizado en algunas políticas económicas concretas y en España hemos hecho bastantes. Crisis bancarias ha habido muchas y seguirá habiendo. Ésta es especialmente grave porque afecta al corazón de la economía mundial y se ha propagado por todo el sistema merced a la globalización. Exige responder de manera contundente para recuperar la confianza y sólo cabe esperar que la campaña electoral americana no nuble el juicio de los legisladores y les impida asumir su responsabilidad.

Recientemente, Willem Buiter, economista académico con gran experiencia de gestión política, clasificaba a los congresistas que se habían opuesto al paquete de rescate en dos grandes grupos: unos pocos libertarios residuales que tienen una fe ciega en el libre mercado y una mayoría de políticos populistas que «sucumbieron a los caprichos, fantasías y pasiones de unos electores confundidos aún a sabiendas de que empujaban a la economía al precipicio». Me parece una buena descripción, pero yo añadiría un tercer grupo no despreciable y potencialmente más peligrosos, el de aquellos políticos que instalados en el sistema siguen viendo el mundo como una conspiración de los poderosos para explotar a los pobres y no pierden ninguna oportunidad para castigar al imperio del mal personificado en el presidente Bush, aunque sea costa de su propio bolsillo. Quizás sean poco numerosos en Estados Unidos pero son legión en España. Son los mismos que no tienen reparos ideológicos en justificar que Europa levante defensas ante la crisis, comprando y nacionalizando bancos, resucitando el viejo proteccionismo y utilizando en definitiva el dinero de los contribuyentes, porque la culpa es siempre de los americanos. A esos políticos y analistas les da igual que la crisis sea el resultado natural, perfectamente previsible, de una época de liquidez excesiva y desaparición de la aversión al riesgo que ha conducido a profundos y duraderos desequilibrios en los balances bancarios. Como sintetiza Claudio Borio, del Banco Internacional de Pagos de Basilea, el episodio de las hipotecas subprime, y las distorsiones causadas por los nuevos mecanismos de desintermediación financiera son los elementos idiosincráticos de causas más fundamentales comunes a toda crisis bancaria. Para entendernos, que los árboles no nos impidan ver el bosque.

Contrariamente a lo que afirma el vicepresidente Solbes ésta no es una crisis financiera extraordinariamente compleja y esencialmente diferente de todas las anteriores. Es una crisis típica y tópica, que surge cuando políticos, economistas, gestores empresariales y ciudadanos corrientes olvidan que los ciclos existen y se creen que los precios de los activos sólo pueden subir. Es una crisis de complacencia, agravada en España por la descalificación rotunda, con tintes franquistas como no me cansaré de repetir, de todos los disidentes de la doctrina oficial. No es solo historia de la anterior legislatura sino que se aplica al presente más inmediato. Después de que el Presidente asegurase rotundamente que el sistema financiero español es la envidia del mundo, quién es el guapo, intrépido e irresponsable que se atreve a contradecirle y echarse además encima a todos los poderes fácticos.

Por cierto si el sistema financiero es sólido se debe mucho a que el Banco de España bajo la presidencia de Jaime Caruana en la legislatura popular introdujo de manera valiente y contra corriente -con la oposición explícita de los propios bancos, todo hay que decirlo, porque veían en ella un elemento de desventaja competitiva frente a sus colegas europeos- la famosa provisión anticíclica que restringía la capacidad de expansión crediticia de los bancos en tiempos de bonanza. Se actuó decididamente entonces, sin miedo a consideraciones políticas ni empresariales. Una actitud que se echa en falta ahora. Porque, señor Presidente, el sistema será muy sólido pero eso no quier decir que todas las entidades lo sean o que pueda resistir mucho más tiempo la restricción de liquidez. Además, inversores y accionistas nacionales e internacionales no acaban de creer en la solidez. La gente no se fía ni del propio Estado español que ha sido incapaz de colocar por segunda vez consecutiva el déficit tarifario de las eléctricas.

Cuando vemos a todos los países europeos tomando medidas extraordinarias para proteger sus bancos nos vendría bien un poco de humildad y un poco de previsión. No somos los cerdos de Europa, pero tampoco el Imperio del Sol. Y hemos cometido errores y excesos propios. Somos un país altamente endeudado en el exterior en un momento en que no hay crédito disponible. No caigamos en la misma ocurrencia que Argentina justo antes del corralito de pensar que como la deuda era privada no afectaba a los equilibrios macroeconómicos. Allí también culparon a los americanos pero eso no les libró de una recesión tremenda con importantes consecuencias políticas. Somos un país sin política fiscal, basta ver los Presupuestos Generales del Estado presentados el martes. Ha bastado un trimestre de desaceleración intensa para que los ingresos públicos se desplomen. Los banqueros habrán cometido errores, sin duda, pero los responsables de Hacienda no se quedan a la zaga. Han consentido, quiero creer que a regañadientes pero han consentido, una elevación estructural sostenida y recurrente del gasto público que convierte a los Presupuestos en un residuo. No hay políticas activas, sólo la consecuencia pasiva de medidas populistas anteriores. El gobierno también se ha creído rico y lleva años haciendo clientelismo con las cuentas del Estado. La consecuencia es que hoy, cuando podría estar quizás justificada una política decidida de inversión pública selectiva, estamos sin margen de maniobra porque decisiones anteriores de gasto nos empujan cerca del límite europeo del 3 por ciento de déficit. Y por favor que no nos engañen con el gasto social, que la partida que más crece son las prestaciones por desempleo, que no es precisamente una decisión política sino la consecuencia de una falta de política de empleo que nos coloca a la cabeza de Europa en las estadísticas de paro. Y somos un país sin reformas estructurales porque el gobierno sabe que hacer tortilla exige cascar huevos y no es partidario, veremos qué pasa finalmente con la directiva de servicios.

Nos hemos convertido en un país que se resigna a culpar a otros de sus propios problemas y que confía en que los presuntos culpables se apiaden de él y se los solucionen. Una estrategia muy peligrosa en tiempos de crisis financiera y de recesión económica. Me gustaría equivocarme pero me temo que para acabar de arreglarlo, el Presidente del Gobierno no convoca al líder de la oposición para discutir los Presupuestos o para compartir un plan de contingencia financiero o simplemente para acordar propuestas de competitividad o de reforma del mercado de trabajo. No, simplemente le convoca para criticarle por antipatriota e incluirlo con Bush y los neocons entre los culpables de la crisis.

Fernando Fernández Méndez de Andés, Rector de la Universidad Antonio de Nebrija.