La economía, la ecología y el 'voto' del consumidor

Cuando estamos siendo testigos de la COP25 en Madrid el debate en torno al cambio climático y las cuestiones medioambientales en general está ocupando un gran espacio mediático.

Estamos hablando de cosas que nos afectan a todos: la calidad del aire que respiramos, la limpieza de los mares y de los ríos donde nos bañamos -o nos deberíamos poder bañar sin recelos- y donde viven los peces que comemos, la calidad de los alimentos vegetales y animales que tomamos, la ausencia en ellos de sustancias que puedan afectar negativamente a nuestra salud.

Nadie que tenga sus necesidades básicas cubiertas puede ignorar sensatamente la importancia que tiene el cuidado del medio ambiente, nadie puede ser neutral con respecto a si respira un aire limpio o uno sucio, a si come peces con o sin metales pesados, animales con o sin hormonas o antibióticos, o vegetales con o sin pesticidas.

Por lo tanto, la lucha contra la contaminación y a favor de la preservación del equilibro medioambiental debe ser una lucha transversal, no debe ser una lucha de la izquierda o de la derecha, sino una causa común de las sociedades humanas y cabe llamar a los conservadores a que se sumen a esta causa. Entre otras muchas cosas, porque ecología y economía son dos caras de las misma moneda, y en ningún caso las podemos ver como elementos contradictorios en el que tenemos que escoger una u otra.

Si hablamos de economía circular, para el pensamiento keynesiano -partidario del consumo como motor económico- sería económicamente preferible que consumamos botellas y más botellas de plástico, ropa que se estropea enseguida y electrodomésticos programados para durar poco porque, desde esta perspectiva, conviene que la rueda del consumo no se pare.

Fredéric Bastiat, economista francés, ya explicó en el XIX, en su libro Lo que se ve y lo que no se ve, por qué esa forma de pensar es errónea, y lo hace con el ejemplo del escaparate roto. Para un keynesiano sería bueno que se rompiese el escaparate con una pedrada porque eso daría trabajo al cristalero. Bastiat y después Henry Hazlitt en su libro Economía en una lección nos explican que si se rompe el escaparate, la ganancia del cristalero será la pérdida del dueño del escaparate y que acaba habiendo una pérdida neta de riqueza para la sociedad, porque el dinero ha cambiado de manos pero se ha perdido un escaparate (el que se ha roto).

Si el escaparate no se hubiese roto, su dueño -en el ejemplo literario, el panadero- podría invertir en cualquier otra cosa. La economía circular no sólo tiene enormes beneficios ecológicos, sino que también los tiene económicos, puesto que si en lugar de usar 300 botellas de plástico desechables, usamos una única botella que reutilizamos, habremos beneficiado el medio ambiente y también se habrán liberado recursos para la satisfacción de otras necesidades o deseos del consumidor, y eso es aplicable a cualquier producto.

Lo que nos están diciendo Bastiat y Hazlitt tiene una enorme transcendencia, pues cuanto más duren las cosas, más rica será una sociedad; los puestos de trabajo perdidos en industrias que apostaban por la alta rotación y la obsolescencia programada se desplazarán a otros sectores de la economía, a aquellos donde decidan los consumidores. Cuando alguien fabrique un teléfono que en lugar de durar dos años, dure ocho y sea fácil de reparar, sólo saldrá perjudicado el fabricante del teléfono que duraba dos años, pero el propietario del teléfono, el fabricante que se dedique a hacer productos duraderos y el conjunto de la sociedad, serán más ricos.

La agricultura ecológica puede resultar más cara que la convencional o la ganadería extensiva más cara que la intensiva, pero aún siendo así, la economía circular liberará recursos para hacer accesible económicamente esa alimentación de mayor calidad y producida incluso con beneficios medioambientales importantes. Hay que tener en cuenta que la agricultura ecológica representa, de entrada, un enorme ahorro en insumos (fertilizantes, pesticidas, herbicidas, piensos...). De hecho, autores como Masanobu Fukuoka o Rudolf Steiner sostienen con argumentos de peso que la agricultura ecológica es más barata.

Es difícil que la industria asentada lidere la transición a la economía circular: quien esté ganando dinero con negocios de alta rotación no cambiará así como así, sólo lo hará cuando el mercado se lo imponga a través de la aparición de productos más duraderos. En ese sentido, es fundamental que lleguen al consumidor aquellas alternativas de mercado incipientes que reflejen la necesidad de la transición a la economía circular, colaborativa y descentralizada; sólo cabe pedir que el Estado no le ponga cortapisas con regulaciones que respondan a intereses de lobbies.

El proceso de mercado que Joseph Schumpeter definió como destrucción creativa y que consiste en la dinámica de innovación en el que nuevos modelos de negocio destruyen a modelos anteriores simplemente porque son más eficientes o responden mejor a las preferencias del mercado, hará el resto. Es fundamental la fuerza motriz del consumidor en acelerar la implantación de la economía circular, porque eso hará a las empresas adaptarse o morir a manos de nuevas empresas que sí entiendan el profundo cambio de paradigma que vamos a observar en las dos próximas décadas.

Sin duda, un enorme cambio de paradigma está en marcha y cada uno de nosotros puede acelerarlo mediante sus decisiones individuales como proveedor de productos o servicios o como consumidor. Estamos ante una bonita oportunidad de transformación económica y ecológica que liderará el mercado si el Estado no lo impide.

Si los consumidores votan en el mercado de forma creciente a favor de la sostenibilidad, las empresas y emprendedores entenderán el mensaje rápidamente e invertirán los esfuerzos necesarios para readaptar sus modelos de negocio y proponer planteamientos disruptivos que tengan la sensibilidad medioambiental como núcleo estratégico de sus propuestas de valor.

También haríamos muy bien en no perder de vista que han sido y son las democracias liberales las que, con todas sus carencias, han demostrado mayor capacidad para compaginar el cuidado del medio ambiente con elevados índices de desarrollo humano. Debemos recordar que el Partido verde alemán nació en la República Federal, no en la República Democrática donde sólo había un partido legal y donde la miseria provocada por el régimen hacía del medio ambiente la última de las preocupaciones.

Tampoco hay que olvidar que las mayores catástrofes ambientales de la historia, Chernobil y el lago Karachai, el más contaminado del mundo, acaecieron en la URSS. Sería una actitud sabia ser precavidos ante quienes quieran usar la causa medioambiental como una excusa para imponernos restricciones de la libertad en gran escala.

El formidable reto que afronta la humanidad en las próximas décadas es el de ser capaces de compaginar las mejoras en los niveles de vida de la vastísima mayoría de la población mundial con el cuidado del medio ambiente para garantizar que las generaciones venideras puedan desarrollar su vida en un planeta habitable, en el que el aire esté limpio, en el que haya muchos más peces que plásticos en el mar y en el que nos podamos nutrir de una forma saludable y accesible para todos.

Carlos Vázquez Padín es licenciado en Ciencias Políticas y ex alcalde de Tui (Pontevedra).

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