La economía moral de la deuda

Cada colapso económico viene de la mano de una demanda de condonación de deuda. Los ingresos necesarios para saldar préstamos se han evaporado y los activos presentados como garantía han perdido valor. Los acreedores reclaman lo suyo; los deudores piden ayuda a gritos.

Consideremos Strike Debt, un descendiente del movimiento Occupy, que se autodefine como “un movimiento nacional de opositores a la deuda que lucha por la justicia económica y la libertad democrática”. Su sitio web sostiene que, “como consecuencia de los salarios estancados, el desempleo sistémico y los recortes en los servicios públicos”, se está obligando a la gente a endeudarse para obtener las necesidades más básicas de la vida, lo que la lleva a “depositar su futuro en manos de los bancos”.

Una de las iniciativas de Strike Debt, Rolling Jubilee (Jubileo Permanente), financiada a través de donaciones populares en internet, compra y cancela deuda en un proceso que llama “resistencia colectiva a la deuda”. El progreso del grupo ha sido impresionante: lleva recaudados más de 700.000 dólares hasta la fecha y canceló deuda por un valor de casi 18.600 millones de dólares”.

La existencia de un mercado de deuda secundario es lo que le permite a Rolling Jubilee comprar deuda a tan bajo costo. Las instituciones financieras que dudan de la capacidad de sus prestatarios para saldar sus deudas venden la deuda a terceros a precios bajísimos, muchas veces de hasta cinco centavos por dólar. Los compradores luego intentan ganar dinero rescatando parte o la totalidad de la deuda de los prestatarios. Sallie Mae, una entidad crediticia que otorga préstamos a estudiantes en Estados Unidos, admitió que vende deuda reempaquetada por hasta 15 centavos por dólar.

Para llamar la atención ante las prácticas muchas veces perversas de las agencias de cobro de deuda, Rolling Jubilee recientemente canceló deuda estudiantil de 2.761 estudiantes de Everest College, una escuela con fines de lucro cuya empresa matriz, Corinthian Colleges, está siendo demandada por el Gobierno de Estados Unidos por otorgar préstamos predatorios. La cartera de préstamos de Everest College estaba valorada en casi 3,9 millones de dólares. Rolling Jubilee la compró por 106.709,48 dólares, casi tres centavos por cada dólar.

Pero eso es una gota en el océano. Sólo en Estados Unidos, los alumnos deben más de 1 billón de dólares, aproximadamente el 6% del PIB. Y la población estudiantil es apenas uno de los muchos grupos sociales que viven endeudados.

Por cierto, en todo el mundo, la crisis económica del 2008-2009 aumentó la carga de la deuda privada y pública por igual –al punto de que la distinción público-privado se volvió borrosa–. En un discurso reciente en Chicago, el presidente irlandés, Michael D. Higgins, explicó de qué manera la deuda privada se convirtió en deuda soberana: “Como consecuencia de la necesidad de pedir prestado dinero para financiar el gasto actual y, sobre todo, como resultado de la amplia garantía extendida a los activos y pasivos de los principales bancos irlandeses, la deuda general del Gobierno de Irlanda aumentó del 25% del PIB en el 2007 al 124% en el año 2013”.

El objetivo del Gobierno irlandés, por supuesto, era salvar al sistema bancario. Pero la consecuencia no intencionada del rescate fue destrozar la confianza en la solvencia del Gobierno. En la eurozona, Irlanda, Grecia, Portugal y Chipre tuvieron que reestructurar su deuda soberana para evitar un incumplimiento de pago rotundo. Las crecientes ratios deuda/PIB empañan la política fiscal, y se convirtieron en la principal justificación para la implementación de las políticas de austeridad que prolongaron la crisis.

Nada de esto es nuevo. El conflicto entre acreedores y deudores ha sido la sustancia de la política desde los tiempos babilonios. La ortodoxia siempre ha defendido los derechos sagrados del acreedor, y la necesidad política frecuentemente exigió el perdón para el deudor. Cuál es el lado ganador en determinada situación depende de la magnitud de la aflicción del deudor y la fuerza de las coaliciones opositoras de acreedores y deudores.

La moralidad siempre ha sido la moneda intelectual de estos conflictos. Los acreedores, al afirmar su derecho a cobrar la totalidad de la deuda, históricamente han creado todos los obstáculos legales y políticos posibles para el default, insistiendo con sanciones duras –embargo de ingresos, por ejemplo, y, en situaciones extremas, cárcel o hasta esclavitud– por la imposibilidad de los prestatarios de honrar sus obligaciones de deuda. Siempre se pretendió que los gobiernos que incurren en deuda en guerras costosas aparten “fondos de amortización” anuales para poder saldarla.

La moralidad, sin embargo, no siempre estuvo enteramente del lado del acreedor. En el idioma griego del Nuevo Testamento, deuda significa pecado. Pero, aunque pueda ser pecaminoso endeudarse, Mateo 6:12 respalda la absolución: “Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. La resistencia social generalizada a los reclamos de los acreedores sobre la propiedad de los deudores por no pagar implicó que rara vez se llevara la ejecución al extremo.

La posición de los deudores se vio todavía más fortalecida por la prohibición de la usura –cobrar un interés irracionalmente alto por el dinero–. Los topes a las tasas de interés fueron abolidos en Gran Bretaña recién en 1835; las tasas casi cero de los bancos centrales prevalecientes desde el año 2009 son un ejemplo actual de los esfuerzos por proteger a los prestatarios.

La verdad de la cuestión, como señala David Graeber en su majestuoso Debt: the first 5.000 years (deuda: los primeros 5.000 años), es que esa relación entre acreedor y deudor no supone ninguna ley de hierro de moralidad; más bien, es una relación social que siempre debe ser negociada. Cuando la precisión cuantitativa y una estrategia inflexible frente a las obligaciones de deuda son la regla, lo que sobreviene de inmediato es el conflicto y la penuria.

En un esfuerzo por frenar las crisis de deuda recurrentes, las sociedades tradicionales abrazaron la “ley de Jubileo”, un borrón y cuenta nueva ceremonial. “La ley de Jubileo –escribe Graeber– estipulaba que todas las deudas se cancelaran automáticamente ‘en el año del sabbat’ (es decir, después de que hubieran pasado siete años) y que todos los que languidecieran en cautiverio debido a esas deudas fueran liberados”. Rolling Jubilee es un recordatorio oportuno de la continua relevancia de una de las leyes más antiguas de la vida social.

La moraleja del cuento no es, como aconsejó Polonio a su hijo Laertes, “no seas ni prestatario ni prestador”. Sin ambos, tal vez la humanidad todavía estaría viviendo en cavernas. Necesitamos, más bien, limitar la oferta y la demanda de crédito a lo que la economía es capaz de producir. Cómo lograrlo y al mismo tiempo mantener la libertad de empresa es uno de los grandes interrogantes sin resolver de la economía política.

Robert Skidelsky, miembro de la Cámara de los Lores británica. Profesor emérito de Economía Política en la Universidad Warwick.

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