La economía mundial en 2014

Al comienzo de un nuevo año, el mundo esta inmerso en varias transiciones épicas. Los modelos de crecimiento económico, el paisaje geopolítico, el contrato social que une a las personas y el ecosistema de nuestro planeta están experimentando, todos ellos, transformaciones simultáneas y radicales que engendran ansiedad y, en muchos lugares, agitación.

Desde un punto de vista económico, estamos entrando en una era de menores esperanzas y mayor incertidumbre. En cuanto al crecimiento, el mundo tendrá que vivir con menos. Para entender las repercusiones de ese fenómeno, pensemos en lo siguiente: si la economía mundial creciera al ritmo anterior a la crisis (más del cinco por ciento al año) en el futuro previsible, su tamaño se duplicaría en menos de 15 años; al tres por ciento, la duplicación del PIB requeriría 25 años.

Así se produce una diferencia importante según la velocidad con la que aumente la creación de riqueza, con efectos profundos en las esperanzas de la población. Pasar por alto la capacidad que entraña la creación de riqueza nos perjudica.

En cuanto a la incertidumbre, las cuatro economías mayores del mundo están experimentando actualmente transiciones importantes. Los Estados Unidos están esforzándose por impulsar el crecimiento en un ambiente político fracturado. China está substituyendo un modelo de crecimiento basado en la inversión y las exportaciones por otro impulsado por la demanda interna. Europa está esforzándose por mantener la integridad de su moneda única y al tiempo resolver una multitud de cuestiones institucionales complejas. Y el Japón está intentando luchar contra dos decenios de deflación con políticas monetarias enérgicas y heterodoxas.

En todos esos casos, la formulación y el resultado de decisiones normativas complejas y delicadas entraña muchas incógnitas, pues la interdependencia mundial intensifica el riesgo de grandes consecuencias no deseadas. Por ejemplo, la política de relajación cuantitativa (RC) de la Reserva Federal de los EE.UU. ha tenido importantes repercusiones en las divisas de otros países y en las corrientes de capital hacia los mercados en ascenso y procedentes de ellos.

Cuando se lanzó la RC, era la menos defectuosa de las políticas disponibles y evitó una catastrófica depresión mundial, pero ahora resultan patentes sus inconvenientes y su atenuación en 2014 podría aumentar aún más la incertidumbre.

La política de RC de la Reserva Federal y las variantes de ella en otros países han hecho que los balances de los más importantes bancos centrales aumentaran espectacularmente (de entre cinco y seis billones de dólares antes de la crisis a casi 20 billones ahora), con lo que los mercados financieros se han vuelto adictos al dinero fácil, lo que ha propiciado, a su vez, una búsqueda mundial de réditos, una inflación artificial de los precios de los activos y una asignación inapropiada del capital.

A consecuencia de ello, cuanto más dure la RC, mayor será el daño colateral causado a la economía real. Ahora la preocupación estriba en que, cuando la Reserva Federal comience a reducir progresivamente la RC y disminuya la liquidez en dólares de los mercados mundiales, resurgirán los problemas estructurales y los desequilibrios. Al fin y al cabo, las reformas que aumentan la competitividad en muchas economías avanzadas distan aún de haber concluido, mientras que la relación entre el total de deuda pública y privada y el PIB es ahora un 30 por ciento mayor que antes de la crisis.

Esa causa de incertidumbre coincide con el debilitamiento de los resultados en muchos países en ascenso. En 2007, se esperaba que el ritmo de crecimiento de los mercados en ascenso fuera superior al de las economías avanzadas en un gran margen, antes de converger. Actualmente, las economías avanzadas contribuyen más al crecimiento del PIB mundial que los países en ascenso, donde se prevé un crecimiento medio del cuatro por ciento en los próximos años.

Las condiciones económicas están mejorando lentamente en los países de ingresos elevados, pero durante años pueden persistir diversas presiones reductoras. La economía de los EE.UU., por ejemplo, sigue empantanada en una recuperación insuficiente: la inflación es demasiado baja y el desempleo demasiado elevado. Los datos oficiales han sido con frecuencia mejores de lo esperado, lo que refleja lo resistente, adaptable e innovadora que es la economía de los EE.UU, pero no es probable que se recuperen los tipos de gasto de consumo y de crecimiento anteriores a la crisis.

Las mejoras en la zona del euro son reales, pero tenues. Lo bueno es que se ha evitado el desastre predicho por muchos expertos y la recesión toca a su fin, pero mejorar no equivale a resurgir: la consecución del sólido crecimiento necesario para reducir el desempleo elevado, disminuir la relación entre la deuda y el PIB y mejorar las perspectivas fiscales sigue mostrándose esquiva. El riesgo mayor para la zona del euro en el futuro previsible no es una salida desordenada de algunos países, sino un período prolongado de crecimiento estancado y desempleo elevado.

Entretanto, la desaceleración de los mercados en ascenso podría perfectamente persistir, en particular en las economías mayores. A lo largo de los 15 últimos años, los BRIC (Brasil, Rusia, India y China) han logrado avances notables, pero sus reformas –incluidos nuevos reglamentos bancarios y regímenes cambiarios– han figurado entre las más difíciles de aplicar.

Las llamadas reformas de segunda generación, que son de carácter más estructural, son decisivas para el crecimiento a largo plazo, pero mucho más difíciles de realizar. La eliminación de subvenciones, las reformas de la justicia y del mercado laboral y las medidas eficaces contra la corrupción tienen una carga política y con frecuencia quedan bloqueadas por poderosos intereses creados.

La desaceleración del crecimiento mundial se está produciendo sobre un fondo de aumento de la desigualdad económica, debido a una menor participación de la mano de obra en los ingresos nacionales, fenómeno mundial resultante de la mundialización y del progreso tecnológico, que constituye una grave amenaza para las autoridades. Los sistemas que propagan la desigualdad o que no parecen poder detener su aumento contienen el germen de su propia destrucción, pero en un mundo interdependiente no hay una solución evidente, porque la gran movilidad de las corrientes de capital alimenta la competencia mundial entre sistemas tributarios.

Incluso en países que obtienen resultados importantes, como, por ejemplo, los EE.UU. y el Reino Unido, un crecimiento más rápido del PIB no ha aumentado aún los ingresos reales. En los EE.UU., por ejemplo, la renta media de los hogares se ha reducido en más del cinco por ciento desde que comenzó la recuperación. De forma más general, un crecimiento menor está alimentando las protestas populares y los disturbios sociales, en particular en países que estaban creciendo rápidamente (por ejemplo, el Brasil, Turquía y Sudáfrica), por la repercusión del aumento de los niveles de vida en las esperanzas de la población.

En semejante marco social y políticamente cargado, la reanimación del crecimiento económico de calidad reviste importancia decisiva, pero, ¿de dónde procederá? El progreso tecnológico es una posibilidad clara, pero muy incierta. Muchas tecnologías que causan grandes modificaciones (por ejemplo, la robótica avanzada, la genómica de próxima generación, el almacenamiento de energía, la energía renovable y la impresión en tres dimensiones) podrían impulsar el crecimiento venidero, pero sólo en un futuro lejano se podrán hacer realidad todas sus posibilidades.

Como la mayoría de los gobiernos afrontan restricciones fiscales, las autoridades se muestran reacias a examinar proyectos que podrían aumentar la deuda pública, pero hay alguna medida al alcance de la mano: las inversiones productivas que impulsen el crecimiento a largo plazo y, por tanto, sean rentables. Centrarse en cuatro sectores, en particular –las infraestructuras, la educación, la energía verde y la agricultura sostenible– podría rendir grandes beneficios económicos y sociales.

Sin embargo, en última instancia la vía del crecimiento sostenido no requiere sólo nuevas políticas, sino también una nueva mentalidad. Nuestras sociedades deben volverse más emprendedoras, más centradas en la consecución de la paridad sexual y más orientadas a la eliminación de la exclusión social. Sencillamente, no hay otra forma de devolver la economía mundial a la vía del crecimiento fuerte y sostenido.

Klaus Schwab is Founder and Executive Chairman, World Economic Forum. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *