La economía mundial va a Hollywood

Si hay una conclusión útil que economistas e inversores pueden extraer del año alocado que acaba de terminar –por cierto, de toda la década alocada desde la Crisis Financiera Global de 2008- es la siguiente: como dicen en Hollywood, “Nadie sabe nada”. En la industria cinematográfica, los estudios y productores más ricos y más experimentados invierten enormes cantidades de tiempo y dinero en investigación sobre audiencias, pero siguen sin tener idea de si sus últimas creaciones resultarán éxitos o fracasos. ¿Por qué sorprenderse entonces si lo mismo es válido para los mercados financieros –o, de hecho, para los precios de las materias primas, el diseño de políticas públicas o el desempeño corporativo?

¿Por qué asombrarse si la compañía más rica del mundo admite, como lo hizo Apple después de Navidad, que no tiene ni idea de cuántos iPhones venderá en China? ¿O si los operadores de energía mejor informados del mundo predicen una escasez de suministro global que llevará los precios del petróleo por encima de 100 dólares, justo cuando un exceso de oferta hace colapsar el mercado a 50 dólares? ¿O si el presidente norteamericano no sabe si odia o ama el comercio global? ¿O si los mercados bursátiles predicen un auge económico global cuando los mercados de bonos predicen una recesión y luego ambos se revierten repentinamente, contradiciéndose mutuamente en la dirección opuesta?

A esta misma altura el año pasado, las expectativas económicas era casi universalmente optimistas. Cada región del mundo parecía estar experimentando un auge simultáneo por primera vez desde la crisis financiera de 2008. Los banqueros centrales confiaban en que podrían comenzar a retirar sin sobresaltos su extraordinario estímulo monetario y los inversores de mercados bursátiles eran casi unánimemente alcistas. Sin embargo, 2018 se convirtió en el peor año para los inversores desde la crisis financiera, obligando a los banqueros centrales a empezar a descartar sus planes de normalizar la política monetaria, a los economistas a rebajar sus pronósticos de crecimiento y a muchas empresas a prepararse para una recesión en 2019 o 2020.

¿Qué es lo que salió mal? Los datos económicos fueron apenas más débiles de lo que se esperaba en la segunda mitad de 2018. El Banco Mundial, por ejemplo, ha reducido sus estimaciones de crecimiento global en 2018 y 2019 en apenas 0,1 punto porcentual, a 3% y 2,9% respectivamente, desde su perspectiva de junio.

La principal causa de preocupación ha sido el comportamiento de los mercados financieros. Muchos economistas vieron el desplome simultáneo de las tasas de interés de largo plazo y de los precios de las acciones en diciembre como un indicador de recesión: o los inversores “saben algo” desagradable que todavía no aparece en las estadísticas o el sentimiento de mercado en baja se volvería una profecía autocumplida al hacer que las empresas o los consumidores reduzcan sus gastos. Pero, antes de concluir que los mercados financieros siempre pueden predecir o forjar el futuro, deberíamos recordar que los cambios económicos y políticos normalmente mueven las expectativas financieras –no al revés.

¿Qué acontecimientos, entonces, aparte de la volatilidad de mercado, causarían una recesión o una seria desaceleración global? Una respuesta popular es simplemente el paso del tiempo. La expansión económica global que comenzó en 2009 ya ha durado casi diez años. Si una recesión estadounidense no ocurre en 2020, el país habrá experimentado la mayor expansión ininterrumpida en su historia.

No hay nada en la teoría económica o en la experiencia histórica que sugiera que las expansiones mueren de viejas, o que las recesiones suceden espontáneamente. Pero las expansiones sí se tornan más vulnerables a las enfermedades de la edad avanzada: tasas de interés elevadas, precios en alza de la energía, aceleración de la inflación o crisis bancarias que se originan cuando los precios insosteniblemente altos de la propiedad de repente colapsan. Y si no se produce ninguno de estos infortunios económicos, los líderes políticos pueden llegar a pecar de una confianza excesiva, llevando a guerras, conflictos comerciales o una malísima gestión presupuestaria.

Varios de estos problemas empezaron a aparecer en 2018: crecientes tasas de interés en Estados Unidos, ajuste fiscal en Italia y gran parte de Europa, una escalada de la guerra arancelaria entre Estados Unidos y China y precios de la energía en alza en todo el mundo. No sorprende entonces que la economía mundial se desacelerara en 2018, en lugar de acelerarse, como esperaba la mayoría de los economistas (incluido yo).

Pero muchas de las fuerzas que causaron la desaceleración del año pasado hoy se están revirtiendo. Los precios del petróleo han caído, los rendimientos de los bonos estadounidenses han regresado prácticamente adonde comenzaron en 2018, los conflictos comerciales parecen estar cediendo y China está aliviando su política macroeconómica por lo menos en cierta medida (y probablemente pase a un estímulo directo si su economía se sigue debilitando).

Los cambios de políticas y los acontecimientos políticos recién descriptos fueron, a las claras, los principales motores de las sacudidas de mercado del año pasado. Por ejemplo, la corrección del mercado bursátil de enero y la disparada de la volatilidad fueron claramente causadas por los temores de un sobrecalentamiento en Estados Unidos y de un alza de los rendimientos de los bonos. Una vez que cedieron los temores de un sobrecalentamiento, la adecuación de los bonos resultó ser muy limitada, las acciones rebotaron en todas partes y el dólar se mantuvo muy débil. La debilidad del dólar y la fortaleza de las acciones a nivel global se revirtieron abruptamente en mayo, cuando los mercados fueron golpeados por una tormenta perfecta de las tres sacudidas políticas que yo había considerado más probables: una disparada de los precios del petróleo en vistas de las sanciones a Irán; la guerra arancelaria de Estados Unidos y China y la formación de un gobierno populista de izquierda-derecha en Italia.

En octubre, cuando se desvanecieron los riesgos políticos, los mercados emergentes empezaron a tener un buen desempeño, los mercados bursátiles se estabilizaron en todas partes (inclusive en Europa), el precio del petróleo regresó a lo que parecía un rango estable pre-sanciones de 60-65 dólares y el fortalecimiento del dólar terminó. En resumen, los mercados parecían moverse en línea con los cambiantes fundamentos políticos y macroeconómicos –hasta que todo de repente se descontroló a comienzos de diciembre-. Durante las tres semanas siguientes, hasta el 24 de diciembre, el S&P 500 cayó el 16% sin ninguna razón aparente, el petróleo Brent se desmoronó de 61 dólares a 50 dólares, el dólar volvió a fortalecerse y los rendimientos de los bonos de Estados Unidos a 10 años cayeron del 3% al 2,7%.

Si todos los fundamentos principales sugieren que el crecimiento económico en 2019 podría terminar siendo sólido, o inclusive más sólido que en 2018, ¿por qué los precios de las acciones y los rendimientos de los bonos repentinamente colapsaron el mes pasado? ¿Podría ser que los inversores estén tan confundidos por el caos político que han dejado de intentar anticipar lo que podría suceder a continuación?

Si fuera así, entonces los mercados, en lugar de ser predictivos, se vuelven cada vez más reactivos, extrapolando simplemente los acontecimientos recientes. En un mundo en el que “nadie sabe nada”, los inversores tal vez no sean mejores que los magnates de Hollywood a la hora de predecir el futuro.

Anatole Kaletsky is Chief Economist and Co-Chairman of Gavekal Dragonomics. A former columnist at the Times of London, the International New York Times and the Financial Times, he is the author of Capitalism 4.0, The Birth of a New Economy, which anticipated many of the post-crisis transformations of the global economy. His 1985 book, Costs of Default, became an influential primer for Latin American and Asian governments negotiating debt defaults and restructurings with banks and the IMF.

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