En el norte de Calcuta reside «el menos influyente de todos los economistas». Así es como se describe con auténtica modestia y una gran sonrisa Amartya Sen, que, sin embargo, recibió el premio Nobel en 1998. De hecho, se aplica a sí mismo el famoso aforismo del ilustre John Maynard Keynes según el cual «todos los políticos ponen en práctica, sin saberlo, las teorías de economistas que han muerto hace tiempo y cuyo nombre ignoran». En realidad, el keynesianismo, la intervención del Estado para «reactivar» la economía, solo se aplicó de verdad una generación después de la desaparición de Keynes, como respuesta a la crisis de 1973, aunque sin éxito. Pero a Amartya Sen, diga lo que diga, le consultan numerosos jefes de Estado, por ejemplo los tres últimos presidentes franceses, y Macron se declara abiertamente seguidor suyo. Lo que hacen realmente los jefes de Estado después de consultarle es otro tema.
Pero ¿qué es lo que dice Amartya Sen, en realidad, para que perturbe tanto el juego de los poderosos? Si resumimos hasta la máxima expresión su gigantesca y prolífica obra, Sen considera que fijar como objetivo de cualquier política económica el crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) es un enorme error. La única utilidad de este indicador, afirma Sen, es que es fácil de calcular y hasta los imbéciles pueden entenderlo. Pero no refleja la situación de una sociedad. El cálculo del PIB da a entender que la sociedad se confunde con la economía y que la potencia nacional equivale al desarrollo.
Sen contrapone el Índice de Desarrollo Humano tal y como lo calcula y publica actualmente la ONU a este indicador tradicional del PIB, generalmente aceptado por los estadistas y los analistas, pero rara vez por los economistas profesionales. El PIB es cuantitativo y el índice de Sen es cualitativo. El PIB contabiliza el acero con las hortalizas, el carbón con el comercio, etcétera, lo que permite afirmar que China es la segunda economía mundial por detrás de EE.UU., lo que no tiene ningún sentido. El cálculo del PIB por habitante ya es más significativo y hace que China pierda 40 puestos en la clasificación de las potencias. Pero cae mucho más si se adopta el índice cualitativo de Sen. ¿Qué contiene que es tan inmaterial? ¿Y se puede calcular este índice objetivamente? Desde hace 50 años, la Asociación de Economistas para el Desarrollo Humano se esfuerza por hacerlo y lo mejora cada año incluyendo, entre otros, el nivel de educación, la esperanza de vida, la calidad de la atención médica y la igualdad entre sexos. Sen añade unos elementos difíciles de medir, pero fundamentales para el bienestar, como la libertad de expresión y el derecho a elegir a los dirigentes, en resumidas cuentas, la democracia. A Sen se le ha objetado, sobre todo en los regímenes autoritarios, que no se pueden calcular las libertades virtuales, mientras que las libertades concretas sí se pueden medir. Falso, replica Sen, porque la democracia está directamente relacionada con la economía, como ponen de manifiesto las hambrunas. No hay hambruna en democracia, y aunque pueda haber malnutrición, se corrige mediante la educación y unas políticas adaptadas. Esta relación entre el hambre, la forma extrema de la pobreza, y la democracia está arraigada en la infancia de Sen, que conoció la gran hambruna de Calcuta en 1943, debida en gran parte a la censura de la información por parte de los británicos; no se sabía que se habrían podido trasladar reservas de cereales de una región a otra. En democracia, semejante ignorancia es imposible. Los orígenes bengalíes de Amartya Sen también permiten explicar su enfoque de la economía. Cuando era niño, estudió en Santiniketan, donde conoció a Rabindranath Tagore, el más grande de los intelectuales indios, y al Mahatma Gandhi, que visitaba con frecuencia esta ciudad a la que Tagore convirtió en el laboratorio de sus ideas para la nueva India.
Tagore consideraba que el individuo era, a priori, perfectamente libre en cualquier civilización y que el objetivo de cualquier economía y de cualquier régimen político debía ser liberar sus aspiraciones, que es lo que Sen llamó «capacidad». Para lograrlo, la democracia le parece indispensable, porque permite la «deliberación» colectiva que evita los errores más graves. ¿Se debe recurrir a la economía de mercado o al estatismo para desarrollar las capacidades? «Soy pragmático, no un ideólogo», afirma Sen. «Ninguna agricultura puede prosperar sin la propiedad privada, y lo mismo ocurre con la industria, pero no existe ningún sistema educativo ni sanitario viable sin la intervención del Estado».
Si comparamos un cuadro de los países clasificados según el PIB o según el Índice de Desarrollo Humano, observamos algunas sorpresas. Hemos mencionado a China, pero India es más rica de lo que parece porque es democrática; Costa Rica, aunque es más pobre que Argentina, tiene una esperanza de vida 10 años más alta; y Noruega supera a Qatar, que materialmente es más próspero. «No pretendo tener razón», asegura Sen, «pero el papel de los economistas es argumentar y mi índice obliga a debatir; ese es el objetivo».
Guy Sorman