La economía no es sólo cosa de números

Vísperas del decisivo Plan de Estabilización, hace ahora algo más de 50 años. Los mismos que hoy celebra lo más parecido que existe en España a un OENI (Objeto Económico No Identificado). La naturaleza híbrida de la cosa y su pasión por Europa como palanca para modernizar la economía y la vida social de este país permiten la licencia de jugar con la metáfora con que Jacques Delors definió una construcción europea de contornos políticos difusos: el Objeto Político No Identificado (OPNI).

El Círculo de Economía, un foro barcelonés que ha martilleado sobre la política económica española del último medio siglo, y que resulta imprescindible para entender el paisaje de la España de hoy, presiona, pero no es un grupo de presión. Tiene algo de think tank económico. Y forma, sin ser un centro de formación. Va más allá de un puñado de amigos influyentes. Cohabita con las patronales sin que su fraseo se confunda con el discurso unívoco neoliberal y privatizador de éstas. Huye del monocultivo de la economía, consciente de que sobre ella inciden la justicia, la educación, los movimientos migratorios, las políticas partidistas o la geografía de las infraestructuras. La riqueza de su mirada radica en que la conforman distintas ópticas: las de empresarios, ejecutivos, intelectuales. Y así supera la defensa de intereses sectoriales en sus muy mimados e influyentes documentos de reflexión. Sus generadores de doctrina han sido plurales y de fuerte impronta académica (Fabià Estapé, Ernest Lluch, Antón Costas...). Por el Círculo han pasado políticos de derechas, de izquierdas y de centro; nacionalistas, y cosmopolitas. De Narcís Serra a Jordi Pujol, pasando por Josep Piqué.

Por eso, cuando levanta la voz, al Círculo se le escucha, aunque incomode. Es una aportación de Cataluña a España desde los tiempos en que esta comunidad recobró conciencia de sus deberes como principal fábrica, y motor, de la economía española. Pero no sólo habla de Cataluña ni sólo reclama para Cataluña. Habla de España y reivindica para España. Es eso, ¡ay!, un OENI.

La influencia del Círculo ha sido creciente en los últimos años; en buena parte, debido a dos documentos que han calado hondo. El primero propugnaba la descentralización del mapa español de las infraestructuras y de los polos de poder económico. Apareció en 2001, bajo la presidencia de Salvador Gabarró, actual presidente de Gas Natural. Fue un contragolpe a la concentración del poder económico en Madrid favorecida por José María Aznar. José Luis Rodríguez Zapatero hizo suyo, por lo menos en el discurso, un modelo de España diseñada en red. Cuando accedió a La Moncloa, confesó haberse inspirado en el Círculo. El otro texto clave asumió una autocrítica inédita del empresariado catalán a la hora de buscar culpables en la pérdida de pulso económico de Cataluña de los últimos años. El mensaje rompió la letanía de la responsabilidad exclusiva atribuida a la discriminación centralista. Se lanzó en 2007, bajo la batuta de José Manuel Lara, dueño de Planeta. Irritó en sectores del propio empresariado, que lo consideraron inoportuno, siempre sotto voce, por coincidir con un colapso en cadena de varias infraestructuras en Cataluña.

Salvador Alemany, consejero delegado de Abertis, acaba de aterrizar como nuevo presidente del Círculo con un canto a la ambición, y a la necesidad de nuevos líderes. También ha criticado, educadamente, el victimismo y la autocomparación recurrente de Cataluña con Madrid, en tiempos de globalización galopante.

A este nuevo mundo globalizado se dirige una entidad que nació en una España muy distinta, en la que la empresa, oficialista, cabalgaba sobre una mezcla de autarquía franquista, sindicato vertical y horror a cualquier novedad. El Círculo encarnó un nuevo y doble credo, que reflejaría su detallado ideario de 1964: liberalismo económico y europeísmo, frente al intervencionismo y la mentalidad aislacionista de la dictadura. Propugnaba ya entonces "un régimen democrático", reclamaba la "integración económica, social, militar y política de todos los países de Europa" y sonreía a los partidos centristas europeos. El compromiso democrático de una nueva generación de empresarios no traumatizados ya por la Guerra Civil y espiritualmente posfranquistas pasó por tender puentes con los ministros del Opus Dei, en pulso con los de la Falange: Mariano Navarro Rubio o Alberto Ullastres, padres de la apertura de la economía a que condujo el Plan de Estabilización de 1959. Y con altos funcionarios, catedráticos y asesores como Joan Sardà Dexeus, Enrique Fuentes Quintana o Fabià Estapé. Éste relevó a Jaume Vicens Vives, tras su muerte, en 1960, como mentor intelectual del Círculo.

En esa línea apuntaron estudios como Hacia una nueva política económica (1970), que buscó reenfocar la industria española para integrarla en Europa. O la fragua, en 1972, del manifiesto de las Trece Entidades, las principales asociaciones económicas barcelonesas del momento: pedían que España fuera más allá del acuerdo comercial preferencial con la Comunidad Económica Europea al que tenía que resignarse la dictadura; ambicionaban un tratado de adhesión. O su Libro Blanco sobre el impacto del ingreso en el Mercado Común (1974). El optimismo de este texto contrasta con la ambigua posición de la patronal CEOE en sus documentos de los primeros ochenta. La historia de la CEOE, como reverso de la actuación del Círculo, está aún por escribir. Pese a que quien forjara la nueva patronal, Carles Ferrer Salat, presidente de Fomento, fuera hombre fuerte del Círculo.

La cesión de mayor protagonismo a los partidos y los años del pujolismo no ayudaron a la vivacidad de la institución, de suave afirmación catalana frente al nacionalismo dominante. Y ello pese a que Jordi Pujol fue un socio temprano (aunque distante) del Círculo. Tampoco exaltó a una entidad poco amiga de la alineación partidista el fichaje de su presidente del momento (1996), Josep Piqué, por el Gobierno de José María Aznar.

A finales de los noventa, el Círculo de Economía se decidió a lanzar un nuevo impulso. La llamada sociedad civil tomó conciencia de que se había dormido frente al absorbente protagonismo de los partidos y de que, pese al rodaje en Europa, asomaba el desafío aún mayor de la globalización. Había que ir más allá de la fiscalidad, los costes laborales o la flexibilidad, para hablar de competitividad, en mayúsculas. Las cuestiones sociales, culturales o de política internacional debían abordarse. La institución se propuso ganar influencia y capacidad de generar opinión.

Los últimos mandatos, los de Gabarró, Antoni Brufau y Lara, han registrado, además de una mayor proliferación de notas de opinión, la apertura a reflexiones de horizontes más amplios. Desde las críticas a la insuficiente independencia de gestión de todas las televisiones públicas a las vertidas contra las cuotas de inmigrantes poco realistas, por limitadas, ante las necesidades de mano de obra en España previas a la actual desaceleración. Se han tocado muchas teclas. Como la petición de consenso en política exterior en plena guerra en Irak. O la urgencia de pasar página a un modelo de competitividad basado en los bajos costes para aupar otro en el que se favorezca un mayor tamaño de las empresas y una apuesta decidida por la I+D+i. O la reclamación machacona de una reforma a fondo de los sistemas judicial y educativo. Y de políticas no partidistas en cuestiones básicas: el antiterrorismo o los recursos esenciales, como el agua...

El intento de Brufau de integrar en la cúpula de la institución a profesionales de toda España no cuajó, pese a que una parte importante de socios (hoy 1.400) no son catalanes. Uno de los propósitos declarados de Salvador Alemany es hacer más participativo el Círculo. Se propone implicar a profesionales de menos de 40 años, que hoy brillan por su ausencia en la nueva junta. La escasez de mujeres (3 de 21) contrasta en una entidad que se quiere progresista y que cuida los equilibrios. El reto por una mayor pluralidad y diversidad presiona. La independencia es condición necesaria, pero no suficiente.

Ariadna Trillas y Xavier Vidal-Folch