La economía política disfuncional del Líbano

La economía del Líbano ha colapsado. Son pocas las dudas respecto de los motivos o de qué hace falta para salvarla. La pregunta es por qué no se ha hecho nada.

Durante las dos últimas décadas, el Líbano había vivido de los ingresos de capital, que promediaban el 20% del PIB por año. Gracias a las altas tasas de interés, los depósitos –en gran medida denominados en dólares estadounidenses- crecieron a alrededor del 400% del PIB del Líbano. Gran parte del dinero se le prestaba al estado para financiar grandes déficits fiscales. En julio pasado, el déficit de cuenta corriente superaba el 25% del PIB y la deuda pública excedía el 150% del PIB. Los títulos del gobierno y los depósitos en el banco central representaban el 14% y el 55% respectivamente de los activos bancarios, por una exposición soberana total de casi el 70% de los activos. Mientras tanto, el crecimiento del PIB ha sido cercano a cero desde 2011.

La casa de naipes colapsó a fines del año pasado, cuando un alto nivel de extracciones derivó en una corrida sobre los depósitos, seguida de una interrupción repentina de los ingresos de capital. A comienzos de este año, el Líbano estaba empantanado en una crisis triple: tanto el estado como los bancos estaban quebrados, carecían de liquidez y no tenían posibilidades de endeudarse, y el país sufría un déficit externo enorme.

En marzo, el gobierno anunció que no podía cumplir con sus obligaciones de pago de la deuda. Con la esperanza de evitar un default soberano, trabajó con expertos internacionales para desarrollar un plan de reforma económica destinado a abordar los puntos débiles de la economía, que incluía reducir la deuda pública, achicar el déficit fiscal y devaluar la libra libanesa. También se planeaba una reestructuración del sector bancario –con un porcentaje significativo de las inmensas pérdidas (unos 90.000 millones de dólares) que sería asumido por los propietarios de los bancos y los grandes depositantes.

Hasta ahora, no se ha tomado ni una sola medida para implementar alguna de estas reformas. El gobierno del Líbano en efecto solicitó unos 10.000 millones de dólares al Fondo Monetario Internacional, pero las negociaciones no llegaron a ninguna parte. Mientras tanto, las autoridades ni siquiera han impuesto controles de capital –la respuesta más elemental para una crisis financiera.

Se ha hecho progreso hacia una reducción del déficit externo, pero no de la manera que sería recomendada. Las importaciones han colapsado casi la mitad desde 2018, debido a la crisis monetaria. Esto, junto con una falta de acceso al crédito y a la crisis del COVID-19, ha hecho que muchas empresas tuvieran que cerrar. Mientras tanto, el PIB ha caído un doble dígito, el desempleo ha aumentado por encima del 30% y la tasa de pobreza se ha disparado al 50%, diezmando a la clase media. Ha comenzado un éxodo de capital humano.

En este contexto, la incapacidad de actuar del gobierno puede parecer escandalosa. Sin embargo, el letargo está en el ADN político del Líbano. El país tiene un sistema de división del poder sectario y bizantino, muchas veces paralizado por disputas y corrupción. Las élites políticas del Líbano saben que la perspectiva de una ola de refugiados es una pieza de negociación poderosa en las negociaciones internacionales, de modo que están felices de subsistir con las reservas de moneda extranjera mientras esperan obtener réditos geopolíticos.

Peor aún, las élites políticas y económicas del Líbano –existe una superposición considerable entre ellas- pueden estar buscando deliberadamente trasladar las pérdidas que resultan de su mala gestión económica a la población. En mayo, la Asociación de Bancos del Líbano propuso su propio plan de reforma económica, que recomienda utilizar activos del estado para evitar perjudicar a los bancos. En otras palabras, la gente común es la que soportaría la carga del ajuste.

Asimismo, el banco central ha puesto en funcionamiento la imprenta, desinflando sus tenencias denominadas en libras en un esfuerzo por impulsar sus reservas de moneda extranjera. La libra ha perdido el 80% de su valor en apenas nueve meses, con una inflación interanual que ha alcanzado el 90% en junio. Al mismo tiempo, los retiros de cuentas bancarias denominadas en dólares están siendo gravados con un interés del 50% o más, al convertirlos al tipo de cambio oficial, en lugar de la tasa paralela mucho más ventajosa.

Esta estrategia –esencialmente una adaptación del “corralito” de Argentina, el congelamiento de los depósitos que se implementó en 2001 para frenar una corrida bancaria- se traduce en pérdidas para la clase media, cuya única opción es vivir de lo que queda en sus cuentas bancarias. Esto es extremadamente costoso desde un punto de vista económico. Absorber las pérdidas llevará años, durante los cuales el Líbano tendrá que hacer frente a una falta de flujos de capital, un anclaje monetario, o confiar en el sistema monetario y bancario.

Las élites del Líbano parecen esperar que, a esa altura, el país haya creado suficiente espacio fiscal como para poder garantizarse un acuerdo favorable con los acreedores internacionales y repetir su saqueo del estado. Esto montaría el escenario para un futuro sombrío, en el que las elites reclamen una porción aún mayor de una torta mucho más pequeña.

Sin embargo, existen motivos para esperar que no se salgan con la suya. En octubre pasado, surgió un movimiento de protesta nacional, alimentado por años de indignación acumulada. En los últimos meses, ese movimiento ha comenzado a madurar: los manifestantes se organizan en grupos que apuntan a reformar el sistema político del país.

Por supuesto, el sistema político sectario del Líbano no será tumbado fácilmente, sobre todo porque el sectarismo se alimenta del miedo y la inseguridad. Pero la magnitud de la crisis actual ha sacudido la legitimidad del régimen. Hasta Hezbollah, aliado de Irán, que hasta ahora ha defendido un acuerdo político que proteja sus armas, está perdiendo popularidad aceleradamente entre su electorado.

Ayuda que la comunidad internacional, por una vez, se muestre firme en sus demandas de reforma. Aunque esto probablemente haga que la crisis empeore en el corto plazo, mientras las élites del Líbano intentan que sus interlocutores internacionales se den por vencidos, al final podría obligar al país a implementar un cambio real.

Ishac Diwan holds the Chaire d’Excellence Monde Arabe at Paris Sciences et Lettres and is a professor at the École Normale Supérieure, Paris.

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