La edad del aprendizaje

A través de las experiencias cotidianas, todos aprendemos continuamente, queriendo o sin querer, pero este aprendizaje no será suficiente para sobrevivir en el mundo acelerado, cambiante y competitivo, en el que irremediablemente vamos a vivir y van a vivir nuestros hijos. Durante milenios el periodo de formación terminaba al aprender un oficio o acabar una carrera. Lo demás eran lentos acomodos a las circunstancias. Las técnicas cambiaban lentamente, y la realidad social, económica y personal, también. Todo eso ha cambiado. Estamos sometidos a una ley de la aceleración histórica y el futuro está cada vez más cerca del presente. Basta comprobar el brevísimo tiempo que han tardado en incorporarse a la vida social los ordenadores personales, la web, los móviles, las aplicaciones de los móviles... Se dice que en este momento está trabajando el 90% de los científicos que han existido en la historia de la humanidad. Tal vez el cálculo sea exagerado, pero lo cierto es que la ciencia y la tecnología avanzan vertiginosamente. Ray Kurzweil, inventor y jefe de ingenieros de Google, calcula que un cerebro humano realiza 10 elevado a 16 computaciones por segundo, y que, por lo tanto, una población de 10.000 millones de seres humanos produciría 10 elevado a 26 computaciones por segundo. Pues bien, antes del 2050 podremos comprar por menos de 1.000 dólares un ordenador personal con la capacidad de computación y con el conocimiento de la humanidad entera. Pongo este ejemplo para ilustrar la velocidad del cambio que vamos a tener que afrontar.

El aprendizaje nos permite adaptarnos a las exigencias del entorno o a nuestras propias exigencias, y la situación actual nos obliga a aprender continua y aceleradamente. Desde el punto de vista laboral, el aprendizaje es una necesidad obvia. En España no sabemos como absorber la mano de obra no cualificada que trabajaba en la construcción. Una economía productiva necesita formación. Las empresas también necesitan aprender continuamente, por eso se habla tanto de learning organizations y proliferan las universidades corporativas, creadas por las grandes empresas para formar a sus empleados. Se repite que hay que investigar, innovar, reinventarse, como si estas actividades surgieran por generación espontánea. No es así. Para poder inventar, primero hay que aprender a hacerlo, y para ello hace falta crear un entorno de aprendizaje eficaz y estimulante. Con este panorama, no es extraño que aumente la industria del coaching, y la revista Forbes prevea que el próximo negocio del billón de dólares será la industria del cociente intelectual y de la educación. Como señalan la OCDE y la UNESCO, vamos a vivir en una «sociedad del aprendizaje», que impone un «lifelong learning», y que tiene que organizar estructuras privadas o públicas para hacerlo posible. Es fácil detectar esa ola de fondo. El lema es claro: O aprender o marginarse.

Dicho así, el futuro parece una condena, porque presuntamente nos obliga a seguir estudiando de por vida si queremos sobrevivir. He aquí una tremenda equivocación que puede amargarnos y debilitarnos. Convierte en un castigo lo que podría ser un premio. Estudiar puede ser duro, pero aprender es hermoso. Es una de las experiencias cumbres de la condición humana. Somos curiosos y activos por naturaleza. Nuestros sistemas educativos olvidan con frecuencia que hay que fomentar la satisfacción de aprender, de descubrir, de explorar, de conocer. Hay un momento triste en la evolución educativa de todos los niños cuando sustituyen el deseo de saber por el deseo de aprobar. El primer paso para constituir una «sociedad del aprendizaje» es recuperar la «pasión de aprender» con la que nacemos.

Pero, además, debemos reivindicar la universal capacidad de aprender. La ciencia nos dice que nacemos con un cerebro que -si no está afectado por alguna enfermedad- es una colosal máquina de aprendizaje. El talento no está antes, sino después de la educación, que es, a todos sus niveles, generadora de talento. Necesitamos generar talento porque es el fundamental recurso económico de nuestro tiempo. Antes, la riqueza de las naciones estaba determinada por sus materias primas, su territorio, o su potencia financiera. Ahora, el talento es la gran riqueza y, afortunadamente, se puede generar en cualquier lugar. Además, sabemos que es posible aprender capacidades que antes se suponían innatas, como la creatividad, el emprendimiento, el optimismo o la valentía.

Ya tenemos identificados dos factores que van a determinar nuestro futuro: la pasión de aprender, y la ampliación de nuestra capacidad de aprender. Hay un tercer factor importante: saber lo que hay que aprender. Este es un tema de gran relevancia. En este momento, la economía y la tecnología tienen una presencia absorbente en nuestra cultura, y corremos el peligro de pensar que ellas deben determinar el contenido del aprendizaje. Sería peligroso un sistema educativo que no se preocupara de la empleabilidad de sus alumnos, pero sería igualmente peligroso si sólo se preocupara de la empleabilidad.

En este momento, los vientos soplan en esa dirección. Robert Schank, -un genio informático que colabora en España con la Universidad La Salle- propone que los alumnos sólo estudien lo que esté de acuerdo con sus preferencias. Un programa de ordenador diseñará su currículum absolutamente individual, y la tarea del profesor será ayudar al niño a seguir su currículum personal. El programa evolucionará con el niño, y definirá su currículum desde la guardería hasta la secundaria y después hacia el empleo, ayudándole a tomar decisiones. Por su parte, IBM prevé que en cinco años el centro educativo creará un programa individual basado en los estilos de aprendizaje individuales y en el ritmo de estudio individual, programa que irá controlando sus progresos, aprenderá de ese progreso y le ayudará a desarrollar las destrezas para conseguir sus objetivos. Como ocurre siempre con las nuevas tecnologías, estas producen oportunidades y peligros. Con la invención del tren aparecieron los accidentes ferroviarios, pero no hubiera sido sensato prohibir los trenes para evitar los accidentes. Un currículum absolutamente individualizado según los intereses de los alumnos, puede provocar un estrechamiento toscamente utilitario de la enseñanza. Pero para contrarrestarlo, tendremos que saber justificar la importancia de ampliar los objetivos. No es este el único reto educativo que plantean las nuevas tecnologías. Se están generalizando los sistemas de «realidad expandida» que complementan la percepción real con información virtual, lo que supone la creación de una «inteligencia expandida» que emergerá de la interacción continua y directa del cerebro y el ordenador. En uno de sus libros, Bill Gates se preguntaba: «¿Dónde está la inteligencia, en el usuario o en el sistema informático?». La tecnología piensa que en el sistema. Aceptarlo es cómodo, pero renueva la imagen del esclavo feliz.

Así estamos, iniciando una era donde las cosas pueden ocurrir con tanta rapidez que no tengamos tiempo de reflexionar sobre lo que nos pasa. Por eso, quienes nos dedicamos a la educación deberíamos ser los mejor informados, los más alerta, los que negociáramos mejor con la novedad, sin miedo pero sin complejos, los que fuéramos capaces de desarrollar el pensamiento crítico necesario para orientarnos en una realidad que está inventándose. Los sistemas educativos formales son demasiado lentos para estar en la vanguardia. Las empresas tecnológicas lo están, pero no tienen criterios educativos fiables. Por eso, desde la Fundación UP hemos fundado una revista on line que pueda informar a la ciudadanía de ese dinamismo fascinante y ambiguo que agitará nuestra vida y la de nuestros hijos. ¿Qué hay que aprender, cómo, dónde? Se llama UNIVERSO UP. Es gratuita y creo que le conviene leerla.

José Antonio Marina es filósofo.

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