La Educación, esa asignatura pendiente

Si nos comparamos con Finlandia en el ámbito educativo, la derrota es clara; si lo hacemos en el sanitario, clara es nuestra victoria. Según el filósofo José Antonio Marina, una de las causas que explicaría esta reveladora desigualdad es la formación de los profesionales, por eso propone -igual que Ciudadanos- un MIR para los profesores. ¿Por qué, al final de cada curso en junio, se repiten los mismos lamentos: el alto abandono escolar, los bajos resultados en la clasificación PISA, que no haya ninguna universidad española entre las 150 mejores del mundo…?

Hallaba Sagasta en las guerras carlistas el motivo de que España fuera un siglo por detrás de la mayoría de países europeos. Blasco Ibáñez, por el contrario, no culpaba a las guerras sino a la religión: “Hemos pasado siglos aprendiendo a rezar, mientras en el resto de Europa aprendían a leer”. Sea lo que fuere, las guerras carlistas acabaron por fin y, como escribe lúcidamente Sergio del Molino, “los alumnos de la Institución Libre de Enseñanza pudieron echarse al monte porque los que se habían echado al monte con armas antes que ellos ya no estaban”.

Francisco Giner de los Ríos implantaría el método intuitivo, que exigía al alumno pensar por sí mismo, investigar, dudar. Se ilustraban las lecciones orales con excursiones al campo, a los museos, a las fábricas… Tanta era su pasión por la naturaleza que pretendía que los estudiantes vieran, desde su asiento, el campo y el cielo. La pedagogía de Giner se basaba, además, en la coeducación, la neutralidad confesional, crear bibliotecas modernas, laboratorios y museos, disminuir el número de alumnos por clase para que la relación con el profesor fuese familiar, acabar con el memorismo, con los exámenes. (En el colegio Amara Berri de San Sebastián, que aparecía entre los 30 más sobresalientes en la lista que publicó EL ESPAÑOL en abril, no hay exámenes). Y coincide con José Antonio Marina en la importancia de formar a los maestros -se oponía a las oposiciones, pues no miden, según él, vocación, honradez ni dignidad, favoreciendo “la superficialidad y el prurito nacional por la retórica árabe”-. También coincide con el filósofo en la importancia de la implicación familiar.

Leyendo una antología pedagógica de Giner de los Ríos he recordado lo que dijo Machado al morir un amigo erudito: “Aprendió tantas cosas que no tuvo tiempo de pensar en ninguna de ellas”.

Cuando murió Giner en febrero de 1915, Manuel Azaña escribió en sus Diarios: “Este hombre extraordinario fue el primero que ejerció sobre mí un influjo saludable y hondo; con solo asistir a su clase de oyente ("de gorra", decía él con gracia) comenzaron a removerse y cuartearse los posos que la rutina mental en que me criaron iba dejando dentro de mí. Giner no me enseñó nada, si por enseñar se entiende hacerle a uno deglutir nociones fabricadas por otro. Pero el espectáculo de su razón en perpetuo ejercicio de análisis fue para mí un espectáculo nuevo, un estímulo. Aquellas tardes pasadas en una salita de la universidad maloliente, oyendo la conversación -porque conversaciones eran sus lecciones- de Giner con los discípulos, no se me olvidarán jamás. Cuanto existe en España de pulcritud moral lo ha creado él”.

Algunas de las ideas que Giner de los Ríos materializó en las aulas privadas, las llevó a las públicas Azaña: con la Segunda República aumentaron las escuelas, disminuyeron los analfabetos, se dignificó el oficio de maestro… Aquellos ideales murieron con el franquismo, cuyo primer ministro de Educación, Sainz Rodríguez, dijo en un discurso pronunciado en Pamplona: “Frente a ese dogma del naturalismo hedonista que afirma que el hombre es naturalmente bueno, hay que contraponer la doctrina católica de que el hombre es malo por causa del pecado original y de la caída que envileció su alma”. Para aprobar las oposiciones franquistas, era necesario un certificado de adhesión al Movimiento, otro del párroco y otro de la Guardia Civil.

Ortega y Gasset, nuestra mente más brillante, tuvo que huir del Madrid en guerra porque lo quería matar la extrema izquierda. Durante la dictadura, la extrema derecha lo menospreció, motejándolo de “filósofo de las marquesas y los toreros”. ¿Qué mejor símbolo de nuestra cultura, de nuestra educación, que un sabio español acosado por los extremos? Menos mal que, en medio, a veces resplandece la esperanza: cuando María Zambrano cruzaba la frontera francesa a comienzos del 39, llevaba consigo los apuntes de los cursos de Ortega a los que había asistido.

La llegada de la democracia acabó con aquel oscurantismo, pero trajo otro: la educación descuartizada por el fanatismo de los nacionalistas periféricos y la desidia de los Gobiernos centrales, cuya consecuencia es que haya 25 libros de texto distintos -algunos manipulados- para una misma asignatura. Un maestro debería despertar la curiosidad; un estudiante, no dejarse adocenar.

Estos últimos años, representan la extrema derecha nacionalistas catalanes y vascos, y la extrema izquierda otros nacionalistas catalanes y vascos y Podemos, el partido que hace escraches universitarios a quienes no piensan como ellos. En medio, uno busca el resplandor de la esperanza: Juan María Bandrés, abogado de etarras, diciendo que siente un cariño radical por la España de la Institución Libre de Enseñanza.

Cien años después de la muerte de Giner de los Ríos, José Antonio Marina publicó Despertad al diplodocus, “una conspiración educativa para transformar la escuela” en un plazo de cinco años, destinando el 5% del PIB: aboga por despertar la pasión de aprender, adaptándola a la revolución tecnológica; hay que reducir el abandono escolar al 10% y subir 35 puntos en la clasificación PISA, acortando la distancia entre los mejores y los peores alumnos, fomentando que cada uno alcance su máximo desarrollo, personalizando los procesos de aprendizaje… Para ello, junto a la excelencia docente (el MIR educativo, continuos cursos de actualización pedagógica), Marina reivindica la relevancia de los gestores e inspectores educativos; y propone la creación de un jefe de estudios de los docentes. Y, cómo no, el estímulo de la lectura.

Marina pide un pacto de Estado sobre educación, como el que hubo en Finlandia hace décadas. Por desgracia, España no es un país ilustrado, sino fuertemente ideologizado, lleno de sectarios (¿cómo es posible que en algunas regiones no se pueda estudiar en español?). La política ha metido sus garras en la educación, en las cajas de ahorro, en los sindicatos, en los medios de comunicación… Nuestras universidades suelen ser dogmáticas y endogámicas, como prueban los chanchullos de Cifuentes y Errejón.

Roca Barea, de nuevo al rescate de la patria, amplía el pesimismo educativo a toda Europa: “Se ha acabado con la gran educación europea que producía ese sustrato de clase media culta que garantizaba la pervivencia de la democracia. Siempre ha habido analfabetos, pero ahora salen de las universidades”. Esta crítica se complementa con otra de George Steiner, para quien Europa se ha vuelto el continente del turismo mundial: “Europa está muy cansada… Desde hace algunos años frecuento mucho a estudiantes chinos y a estudiantes indios. Los chinos aprenden con una energía increíble, con una disciplina que te deja de piedra, pero no se atreven a criticar, no se atreven a crear. Tener estudiantes indios en torno a una mesa quiere decir oír, una tras otra, voces que se atreven, que se atreven sobre todo a decir que no a la autoridad. Por eso tengo la impresión de que de la India surgirán grandes capítulos de la historia del pensamiento y del arte humanos”.

En los años 60, el arquitecto Sáenz de Oiza contaba una experiencia profesional: colocando a gentes iguales en casas diferentes, terminaban comportándose de manera diferente. Y añadía: “Si a las habitaciones de un hospital les pones más sitios donde tener libros, los enfermos terminan leyendo más”. Esta gran casa vieja que es España corre riesgo de derrumbe porque se oye mucho ruido y se leen pocos libros. Intentaremos, al menos, poner más sitios en las habitaciones de nuestros hijos para que puedan guardar sus libros.

José Blasco del Álamo es periodista y escritor.

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