La Educación que mira al futuro

Ya se escucha hablar de profesiones como diseñador de órganos, piloto de drones, cyberantropólogo, neuroeducador, agrochef o agricultor chef, profesiones en auge que eran impensables hace pocos años. Los cambios en el mercado laboral ya avanzaban a gran velocidad antes del coronavirus, gracias a factores como la digitalización o la globalización. Pero, ¿hacia dónde irá ahora? ¿cómo cambiarán los negocios?, ¿cuántos desaparecerán?, ¿cuántos nuevos aparecerán?, ¿cómo afectará en los precios?, ¿cómo cambiará el consumo?

En la mirada al futuro, lo único que parece claro es que debemos estar preparados para transformar los cambios en oportunidades, para desarrollar tolerancia ante la incertidumbre y debemos también, ser capaces de reinventarnos.

Esta reflexión ya hace tiempo que está presente en el debate educativo, pero la crisis del coronavirus le ha dado aún una mayor relevancia y urgencia. Y es que nada como una crisis como la que hemos vivido y estamos viviendo para despertar la urgencia por reinventarse, autosuperarse y sacar a la luz todo el potencial creativo del que dispongamos.

Según algunos expertos en talento, la especialización, que ha sido el objetivo hasta ahora, puede ser una limitación en el futuro, ya que tendrán más valor las habilidades que nos permitan adaptarnos a los cambios constantes, que ser expertos en una materia en concreto. Hoy, la empleabilidad de un grado superior en FP ya supera a la formación universitaria. El aprendizaje constante y la habilidad para aplicar esos aprendizajes con agilidad, así como la capacidad creativa, la gestión emocional o pulir el talento comunicador, serán valores en alza, frente a la especialización técnica, a la hora de conseguir un empleo.

Y con esa obsesión por la especialización, la “educación bulímica”, así definida por María Acaso en su libro Reduvolution, término que se refiere a las prácticas educativas que persiguen como fin mayor la certificación y que se basan en la acumulación de grandes cantidades de información, que se “vomitan” en un examen para olvidarse después, son prácticas que también pasarán a la historia. Ya que esta “educación bulímica” no da espacio al talento, ni a la curiosidad, ni a la creatividad, ni a la colaboración, ni siquiera a un aprendizaje real y significativo.

Ante los nuevos retos educativos, también pierden sentido los métodos de evaluación basados en una sola “respuesta correcta”. Más bien, estas circunstancias, nos invitan a reconsiderar factores como, por ejemplo, el valor del error en el proceso de aprendizaje.

En lo que a aprendizaje se refiere, el error y el fracaso deberían ser un plus de experiencia, en ningún caso debería restar. Recordemos la famosa frase de Albert Einstein: “Una persona que nunca cometió un error, nunca intentó algo nuevo”. Y es que el error y la tristeza o frustración que a veces conlleva por no conseguir el resultado deseado, es una invitación a buscar opciones alternativas. Tal y como se refleja en la película de Pixar Inside Out, en el momento en que la tristeza toma el mando, es entonces cuando podemos parar, reflexionar y redirigir nuestros pensamientos y acciones.

Eso no significa que el error deba ir siempre acompañado de tristeza y frustración, más bien en el aula debería “naturalizarse” como parte importante del proceso de aprendizaje e ir acompañado de herramientas para la búsqueda de alternativas, pero incluso cuando sí va acompañado de tristeza y frustración, sigue teniendo un gran valor pedagógico, por tanto deberíamos profundizar en él y aprovecharlo en lugar de descartarlo como una opción “no válida”.

En la mirada al futuro, emoción y experiencia sientan las bases de la nueva forma de aprender. Debemos transformar el aula y convertirla en un lugar seguro donde experimentar, elegir, equivocarse y mejorar. Solo así el alumno podrá asumir responsabilidad de su propio aprendizaje y podrá desarrollar habilidades como el autoconocimiento, la automotivación, la regulación emocional, la resolución de problemas, el trabajo en equipo, la creatividad. Habilidades que harán posible su desarrollo integral como persona y que además le prepararán para las exigencias reales del mercado laboral.

Personas que entren en el mercado laboral sin conocer su valor diferencial, sin haber pulido sus talentos, sin saber colaborar. Esas personas no serán las que creen soluciones creativas ni las que generen valor a sus compañías o en sus emprendimientos.

Para pasar de la educación bulímica a la educación emocionante y experiencial propongo algunas directrices:

Talento. El desarrollo del talento no es posible sin una base sólida de autoconocimiento y el sistema educativo debe aportar espacios y las herramientas necesarias para reducir debilidades y potenciar las fortalezas individuales, pero también espacios y herramientas para descubrir eso que les apasiona y en lo que destacan sin ningún esfuerzo. Esas habilidades innatas que le pueden llevar a brillar en un determinado ámbito profesional. El tipo o los tipos de inteligencia en las que sobresalen y aquellas que necesitan reforzar. En definitiva, favorecer aprendizajes que lleven al alumno a descubrir en qué es bueno, qué puede aportar y cómo desarrollar y sacar partido a esos talentos o habilidades.

Pero el simple hecho de tener un talento, no nos aporta la disciplina y el compromiso necesario para explotar todo nuestro potencial. El talento debe ir acompañado de otros factores.

Colaboración. Aprendemos en relación, crecemos en relación, por tanto las habilidades que permitan el desarrollo de relaciones significativas deben formar parte del curriculum. Aprendizaje cooperativo, comunicación efectiva o inteligencia emocional, se convierten en herramientas necesarias para pulir esas habilidades de colaboración.

Liberar la energía creativa de personas con diferentes talentos que se inspiran mutuamente y que tienen un objetivo común, son las condiciones que darán lugar a obras, productos o soluciones extraordinarias a las que nunca hubiéramos llegado de manera individual.

Propósito. Vivir con propósito es descubrir tu porqué, tu esencia. Según explica Ken Robinson, en su libro El elemento, “encontrar y desarrollar nuestras fuerzas creativas es parte fundamental para llegar a ser quienes somos”. Pero para ello, necesitaremos revisar creencias limitantes, poner límites sanos en hábitos o con personas que no nos permiten liberar todo nuestro potencial. Porque en definitiva, vivir con propósito significa atreverse a ser quien realmente eres y aportar valor desde tu diferencia, más allá de las modas o de las influencias externas. En el propósito encontraremos la fuerza y el compromiso necesarios para cumplir objetivos, para volverlo a intentar las veces que sea necesario.

La escuela tiene por delante el apasionante reto de convertirse de una “fábrica” de experiencias y desafíos que permitan la autosuperación, el desarrollo de resiliencia, la creación de vínculos significativos. En definitiva, un lugar donde los alumnos sean capaces de romper su propio techo imaginario.

Según el psicólogo Roberto Aguado, en su libro Es emocionante saber emocionarse, “la seguridad debería ser la emoción estrella del siglo XXI” y no cabe duda que será la emoción más útil para manejar la incertidumbre, para abrirnos a la colaboración, para atrevernos a ser nosotros mismos, para autosuperarnos y, si fuera necesario, también para reinventarnos.

Mª Sol Sánchez Chinchilla es pedagoga, especialista en Coaching Educativo, DEA en Comunicación Educativa y Máster en Emprendimiento.

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