La educación se da en la familia

Leo estos días que dirigentes socialistas insisten en que los hijos no son de los padres, sino del Estado. Qué pena y que falta de criterio, hablar así. Tengo amigos socialistas que me han dicho la barbaridad que significa esto, el poco sentido educativo. La familia es la célula básica de la sociedad y debe ser cuidada con esmero de artesano. La escuela enseña, la familia educa. Hay una clara diferencia: enseñar es comunicar conocimientos y promover actitudes. Mientras que educar es acompañar a alguien para que saque lo mejor de sí mismo y se desarrolle como persona. Dejar la educación en manos del Estado recuerda regímenes totalitarios, fascistas, que se dedican al adoctrinamiento de la gente según sus propias ideologías.

¿Por qué los padres tienen el derecho de educar a sus hijos? La respuesta es: porque ellos los han engendrado y son ellos los responsables de enseñarles principios y cuestiones centrales sobre cuestiones como cuál es el sentido de la vida, la moral, el mundo de la afectividad, cómo enfocar de forma sana y equilibrada la sexualidad, etcétera. Para enseñar matemáticas o geografía o física, sí puede el Estado dar unas orientaciones generales sobre esas materias, pero en asuntos que atañen a una cierta intimidad, la libertad es de los padres. Los padres son los guardianes de sus hijos, por razones biológicas y sentimentales, pero no son los propietarios; es más, parte de la educación consiste en mostrarles la importancia de la libertad, como pieza clave del ser humano.

La educación se da en la familiaEl artículo 27 de nuestra Constitución lo dice claramente en su apartado 2 y 3: «La educación tendrá como objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana… los poderes públicos garantizarán el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones». Por eso es clave en este nuevo Gobierno que tenemos llamar la atención sobre este punto. A quién no pertenecen los hijos es al Estado. El debate de fondo debe tener presente lo siguiente: en nuestro sistema jurídico constitucional la enseñanza pública tiene que ser neutra en materias de moral y costumbres y esto se traduce en que los temas de discusión ideológica no puede darlos en esos centros como ella quiera. La escuela pública no puede adoctrinar a sus alumnos en una concepción de la sexualidad, ni cristiana ni de la LGTBi, sino ésta se debe explicar simplemente desde la biología y no dar una opinión valorativa; que sean los padres los que se encargan de darles el significado que ellos les parezca más adecuado según sus ideas y creencias.

Cuando estos días he oído a la directora del Instituto de la Mujer o a la del Instituto de Igualdad, ellas tratan de explicar que tú puedes hacer con tu sexualidad lo que quieras, sin restricciones (salvo con menores de edad) y añado yo, la única frontera es el Código Penal, que lo expresa así: ese límite se refiere a los delitos contra la libertad sexual.

Aquí el asunto es que el Estado y la escuela pública sean neutros, en temas discutidos y discutibles, que tienen una especial relación con la moral y la religión. El Estado lo que trata de hacer es un proceso de ingeniería de conducta imponiendo su ideología, como ocurrió en épocas totalitarias bajo tres notas concretas: igualdad, tolerancia y respeto a la diversidad. Una cosa es respetar todo eso y otra, que esas minoría imponga una disciplina educativa sobre un tema tan central de la vida de su ser humano, como es la gestión de la sexualidad.

Hemos pasado de la revolución sexual del Mayo del 68 a lo que hoy está sucediendo: la revolución sexual global, que significa derribar naturaleza sexual de la persona humana en su dualidad hombre-mujer, para dar lugar a una especie de libertad sin cortapisas, que destruye la sexualidad natural humana y en consecuencia, el matrimonio y la familia. Esta ideología promete una vida sexual sin ninguna reglamentación. Los nuevos inquisidores llaman facha, retrógrado y de ultraderecha al que no sigue o acepta estas premisas. Se juega con el lenguaje descalificador. El nuevo inquisidor hace esclavos, mediante el espejismo de un sexo sin reglas. Es la eutanasia de la libertad. Pregonan la emancipación total de uno mismo. Ya no existe lo normal, sino que la conducta depende de lo que uno quiera. Eliminando la distinción entre hombre y mujer. Y a las nuevas generaciones se les enseña la ideología de género como un logro del pensamiento moderno. Es un nuevo totalitarismo. Adoctrinar a los niños y a los jóvenes de la completa libertad de elección sexual y todo lo que de ahí se deriva.

Hemos pasado de la lucha de clases a la lucha de sexos. Ya no es la separación entre amor y sexo, sino la trivialización de las relaciones interpersonales, en donde el otro es convertido en objeto. El otro es objeto de placer.

En la naturaleza está escrita una ley de moral o de conducta, la cual debe ser respetada. La ley natural es la gramática de nuestra naturaleza. Y no puede ser manipulada al antojo de estas ideologías sin base antropológica, que son una moda progre. Estamos ante una revolución cultural: la ideología de género y el transhumanismo producen un ser humano solitario y sin vínculos: nómada, desorientado y sin rumbo.

Somos los padres los encargados de transmitir una visión de los temas relacionados con la sexualidad y la afectividad, que se aleje de la permisividad y el relativismo, ese binomio disolvente que deja al ser humano perdido y sin rumbo y a la deriva. Sus hijos son hoy: la ideología de género y del transhumanismo.

Ese es el reto, hoy y ahora. La educación se da en la familia. Hay que dar esa batalla con buena cabeza y optimismo.

Enrique Rojas es catedrático de Psiquiatría.

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