La educación sexual hoy es un reto

Las cuatro dimensiones de la sexualidad son física, psicológica, cultural y espiritual. De ahí se desprende que la educación sexual debe ser integral y abarcar esas vertientes. Hoy en día vemos con cierta frecuencia en algunos libros sobre este tema cómo todo se refiere a técnicas sexuales para conseguir el máximo placer, o cómo utilizar los anticonceptivos o el preservativo, o explicaciones minuciosas sobre la anatomía y la fisiología de la sexualidad. Se quedan solo en lo biológico o, a lo más, hacen alguna consideración psicológica.

La sexualidad es un bien y debe manifestarse siempre en relación con la dignidad humana. Hay tres tipos de bienes:

El bien útil sirve para alcanzar un objetivo. Para ir de Madrid a Nueva York o a Buenos Aires lo más útil es hacerlo en avión pues en barco serían varias semanas y se convertiría en un viaje demasiado largo; si queremos enviar un mensaje rápido a alguien el correo electrónico es más útil que el correo postal.

La educación sexual hoy es un retoEl bien agradable es aquel que nos produce placer. Beber un refresco helado en un día caluroso; asistir a una comida de calidad en una celebración de cierto interés para una persona es muy positivo; ir a un concierto de música clásica a un buen auditorio es otro buen ejemplo.

Y el bien en sí mismo, que, visto de forma objetiva por observadores imparciales, llegan a la misma conclusión. Una persona que prepara oposiciones a notarías, judicaturas, abogado del Estado o similares dentro del campo jurídico… es algo bueno en sí mismo, pero implica un esfuerzo y mucha renuncia. La educación de los hijos es una tarea laboriosa, esforzada, pero es un bien esencial.

¿Por qué es buena la sexualidad, por qué es un valor? ¿Es buena porque es útil, es buena porque produce placer, o es buena en sí misma? Si reflexionamos con cierta profundidad veremos que solo la tercera respuesta es la verdad. Lo que más necesita la persona es amor, amor verdadero, auténtico. El amor es donación, comprensión, tratar al otro como nos gustaría que a nosotros nos trataran, darle lo mejor que uno tiene. La persona que ama es capaz de darse a otra. No se busca a la otra persona porque es útil, ni porque me produce placer, sino para darle lo mejor que yo tengo. Jugamos con las palabras; resbalan en este campo de lo sexual. Lo útil lleva a utilizar a las personas como si fueran cosas; en las relaciones sexuales de hoy la persona es utilizada. Yo a eso le puedo llamar amor o lo que quiera. También dicen algunos que en Cuba o en Corea del Norte o en China hay democracia.

Si se busca el placer sexual sin más, sin compromiso, aquello se convierte en un contacto epidérmico en donde el icono es el orgasmo. Pero no hay un verdadero encuentro con el otro, sino que se busca su cuerpo, que en ese momento a mí me produce placer, es decir, si nos quedáramos ahí, llegaríamos a la conclusión de que en la relación sexual aceptamos eso y que uno puede ser usado o manipulado o instrumentalizado, porque le produce placer. La sexualidad debe ser expresión de amor auténtico y la sexualidad tiene un profundo sentido porque es un bien por sí misma, porque hay donación, deseo poner al otro por delante de mí, priorizarlo, hacer todo lo posible para que se sienta bien. Y luego nos topamos con la moral: la moral es el arte de usar de forma correcta la libertad, o dicho de otra manera, la moral es el arte de vivir con dignidad buscando lo mejor para el otro. En esas circunstancias la sexualidad tiene un valor moral.

¿Cuál debe ser entonces la adecuada educación sexual? La relación con los bienes útiles está regida por la norma utilitarista y que resumiríamos así: usa lo que te sirve. La relación de los bienes agradables está regida por la norma hedonista, que compendiaríamos así: consigue el máximo de placer y el mínimo de dolor. La relación con lo que es un bien en sí mismo está regida por la norma moral, en donde se da un salto de calidad y que la sintetizaríamos así: ama todo aquello que es digno de ser amado, no porque te es útil ni porque te da placer. También podríamos denominarla como norma personalista: ama a esa persona en sí y por ella misma.

En consecuencia, siguiendo este curso argumental, la norma que debe regir en la sexualidad es la norma personalista: nunca uses a esa persona ni la trates solo como objeto y fuente de placer. Llega aquí una expresión clave: la persona debe ser íntegra, es decir, debe vivir con todas sus dimensiones al mismo tiempo. Cuando la sexualidad es auténtica se pasa de la relación cuerpo-a-cuerpo a otro nivel más elevado: relación de persona-a-persona y eso ayuda a crecer como ser humano. El cuerpo humano es un cuerpo personal y cuando uno entrega su cuerpo lo que realmente da es su persona, con todo lo que eso significa. Hay que educar la sexualidad enseñando que deben ser integradas esas cuatro dimensiones a la vez para que sea una relación sexual verdaderamente humana: física, psicológica, cultural y espiritual. Todo junto, sumado y a la vez. La sexualidad como una gran sinfonía en donde todas sus dimensiones funcionan simultáneamente.

Desde el punto de vista descriptivo, la sexualidad tiene tres notas fundamentales: una, que es algo lleno de intimidad trascendente, es una comunicación profunda, que tiene una enorme fuerza y no es algo liviano, superficial… sino todo lo contrario. Otra, que la educación sexual consiste en mostrar que las relaciones sexuales deben ser íntegras y regir en ellas la capacidad de autodominio, que es algo propio del ser humano y que no puede darse en el animal (que los instintos se disparan y no pueden ser gobernados). La otra persona tiene un enorme valor y es que se quiere el bien del otro, se pretende tratarlo de la mejor manera posible dándole lo mejor que uno tiene. Son tres características fenomenológicas: la sexualidad es trascendente, se puede dominar y debe buscar el bien del otro. Esa es su fuerza y su grandeza. La sexualidad es una relación entre personas, con todo lo que eso significa: verlo en su dignidad y en su belleza personal. Por ahí nos encontramos con la dimensión espiritual del acto sexual: descubrir que el otro tiene un valor único y hay que tratarlo como tal. Repito, comunicación trascendente, autodominio y buscar el bien del otro. La sexualidad debe ser el lenguaje íntimo del amor comprometido.

Enrique Rojas es catedrático de Psiquiatría.

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