La ejecución, en imágenes

Con el vídeo que recoge los minutos terribles de la ejecución de Sadam Husein me sucedió lo mismo que con la retransmisión de los aviones estampándose contra las neoyorquinas torres gemelas. En el momento de producirse aquel terrible atentado terrorista, estaba comiendo con un conocido periodista barcelonés en un buen restaurante compostelano. Corrió la gente hacia una sala aneja, a tomar posición delante de un televisor cercano. Se había corrido la voz de lo que estaba sucediendo. El catalán impasible, al que yo insté a hacer lo mismo, secundó mi actitud. Permaneció sentado, empeñándose en practicarle debidamente la autopsia a un par de nécoras. Algo para lo que, al menos desde mi galaico punto de vista, déjenme confesarlo sin ofenderse, los catalanes no suelen estar muy bien dotados. En aquel momento, pensé que el hecho de que yo contemplase la barbarie no serviría de mucho, que ocasiones de hacerlo me habrían de sobrar en el futuro y, mal que bien, seguí comiendo.

Cuando pude contemplar por primera vez la ejecución del depuesto presidente iraquí me negué a ello. Luego ya pude verla cuatro o cinco veces, en versiones resumidas, pero que se pueden considerar todas ellas más que suficientes. Demasiadas veces, en todo caso, para poder calificar lo contemplado con otra expresión que no sea la de ignominia. Ignominia que se graben las imágenes, ignominia que se difundan, ignominia que suceda lo que allí sucedió, ignominia el propio hecho de la vigencia de la pena de muerte, aun en contextos como el de Irak en donde, de ser cierto lo leído, los hijos del ejecutado se entretenían en obligar a beber gasolina a sus víctimas antes de dispararles tiros al estómago, siempre con la aprobación tácita y el consentimiento de su progenitor. Sin embargo, alguna diferencia hay entre las imágenes de las torres gemelas y estas de la ejecución del depuesto presidente de un país. Mientras aquellas condenan a los terroristas, estas condenan a los jueces. Diríase que únicamente hubo serenidad en quien estaba a punto de perder la vida y barbarie y zafiedad, tosquedad y la más baja expresión de la condición humana en los ejecutores. Tanta que ha quedado mancillada la humanidad que se afirmaba defender en aquel acto.

Decía Oscar Wilde que un cínico es el ser humano que sabiendo el precio de todo, no le da valor a nada. La pregunta es si vivimos ya definitivamente instalados en una sociedad cínica, si la humanidad es ya un irrecuperable colectivo de seres irremediablemente cínicos o una comunidad de ignorantes irresponsables e infantilizados por el dominio de quienes se afanan en la captación de las audiencias, la venta de imágenes a cualquier precio y la banalización, la frivolización de todo.

Si las imágenes de televisión citadas sirven para lo que han servido y están sirviendo, el último atentado terrorista habido en la T-4 madrileña ha servido, al menos de momento, para la agudización de las políticas partidarias más que para la implantación de una actitud común e institucionalizada. En el fondo, ¿en qué se diferencia esa actitud de captación del voto de la que se viene comentando?

Hace meses escribí que era necesario tomarle a ETA la palabra, desear fervientemente que la mantuviese, esperar armados de paciencia a que no la traicionase y, mientras, iniciar un proceso de diálogo que llevase a la consecución de la paz y el bienestar que la sociedad demanda desde hace ya demasiado tiempo. ¿Cómo puede haber quien se oponga, decentemente, a que se hable para conseguir la paz? Durante todo el tiempo que duró la tregua ofrecida por ETA no dejó de haber quien criticase el diálogo establecido, sin tener en cuenta que la policía seguía actuando y que el asedio a los terroristas continuaba. Ahora se habla del fracaso del Gobierno. ¿Será posible tanto cinismo? ¿Cuál es el valor de las cosas?

Por eso, remedando el sonsonete, quiero decir también que no en mi nombre se acusará al Gobierno de haber fracasado en sus propósitos. Quien ha fracasado ha sido ETA, quien ha faltado a su palabra haciéndolo sin aviso previo ha sido la organización terrorista. Quien ha fracasado es quien ha pretendido beneficiarse del desastre. Una vez más alguien ha intuido que la vía democrática no le favorecía y ha recurrido al terror como instrumento de consecución de sus afanes. Una vez más alguien ha querido captar votos, como quien capta audiencias.

A partir de ahora, cualquier decisión, cualquier acción que pretenda el Gobierno, cualquiera, debería estar legalmente respaldada por quienes le acusan del fracaso. ETA lo ha hecho posible, pero también la partidista política de oposición. Conocido el precio a pagar, sería cinismo en estado puro no reconocer el valor debido. Por camino tal, podríamos regresar a situaciones como las de la ejecución del ex presidente iraquí o a la cerrazón de quienes aprendieron a volar creyendo que lo harían al cielo. Y esos tiempos hace años que se dieron por pasados.

Alfredo Conde, escritor.