La elección presidencial americana

EL martes 8 de noviembre –es decir, «el primer martes después del primer lunes de noviembre»– tendrá lugar este año la quincuagésima elección presidencial americana. El hecho de celebrarse siempre en un día laborable tiene una justificación histórica ya completamente obsoleta, pero hasta ahora no ha sido posible alterar una tradición que a juicio de muchos analistas es la razón más importante de la baja participación electoral, una participación que en los últimos años no ha superado el 56%. En la elección de Bill Clinton solo concurrió un 43% del electorado.

Es esta, en cualquier caso, una elección que afecta e inquieta a todo el mundo y que Europa y España deben seguir y vigilar con especial cuidado, aunque no sea una tarea fácil. América es «otro mundo». Intentar comprender América aplicando las claves y los esquemas básicos europeos o españoles es un grave error. Todo es diferente. Sustancialmente diferente; y entre las diferencias, la más «diferenciadora» es la sociológica, es decir, el cuadro de valores cívicos, de actitudes, de objetivos y de sentimientos y también de estructura política. Es un país más joven, no solo en términos históricos, sino en términos de pirámide poblacional. En Europa aumenta la longevidad de manera creciente y desciende dramáticamente la natalidad, mientras que en América la esperanza de vida es un poco menor, pero nos supera claramente en la tasa de fertilidad, un índice en el que España ocupa uno de los últimos lugares. La juventud de América se nota en el dinamismo, en el vigor, en la capacidad de reacción de la sociedad y la búsqueda permanente de soluciones, frente a las resistencias permanentes al cambio y a la asunción de nuevos objetivos que prevalecen en una Europa avejentada y cansada.

La elección presidencial americanaA pesar de todas las especulaciones sobre una decadencia del poder americano, este país sigue siendo actualmente, y lo será por mucho tiempo, el más poderoso e influyente del mundo, y concretamente en términos de poder tecnológico, empresarial, financiero, político, militar y cultural. Ni Europa, ni Rusia ni China pueden aspirar a cumplir un papel comparable. De hecho, la diferencia a favor de los Estados Unidos en términos de poder y capacidad de acción ha aumentado en los últimos años en gran parte por el distinto impacto de la crisis económica y por otros factores.

América está viviendo un año electoral apasionante en el que ya se ha hecho muy visible y muy intensa la polarización política creciente entre un republicanismo cada vez más extremo y más influenciado por el factor religioso y un pensamiento demócrata que intentará acentuar su buena relación con las distintas etnias y en especial con la negra y la hispana, y también sus inquietudes sociales, a pesar de que durante la presidencia de Barack Obama –aunque no enteramente por su culpa– se ha acentuado gravemente la desigualdad social, que ha llegado a ser la mayor del mundo occidental.

Los candidatos republicanos que acabarán prevaleciendo hasta las primarias finales podrían ser Donald Trump –que representa una América profunda y real difícil de entender para los europeos–, Marco Rubio y Ted Cruz, dos hispanos totalmente americanos y tan conservadores como Trump, pero menos escandalosos. Jeb Bush, que lideró inicialmente el grupo de aspirantes, ha tenido que abandonar la carrera, entre otras cosas porque, como alguien ha dicho, «ya hemos tenido demasiado de la dinastía Bush». Está aún pendiente, además, la decisión final de Michael Bloomberg. Si se presentara podría alterar sustancialmente el panorama actual, porque representaría posiciones más centristas y moderadas y podría «robar» voto demócrata.

Por parte demócrata la posición de Hillary Clinton –otra «dinastía» en un país poco nepotista– parecía como la candidata natural, la candidata «oficial», hasta que ha surgido Bernie Sanders, de 74 años de edad, que con sus mensajes sobre la inequidad política y económica del sistema americano ha logrado igualar y superar a Hillary en algunas primarias y se ha convertido en el candidato que ha conseguido dos millones y medio de contribuciones individuales pequeñas, que es la cifra mayor en la historia de las campañas presidenciales. Desde el lado conservador, y también desde muchos sectores del demócrata, se le considera como un populista peligroso al «estilo europeo». Él mismo se califica de socialista, lo cual en un país como Estados Unidos es casi una declaración de guerra ideológica.

Hasta el llamado «Supermartes» –ese día se concentran catorce primarias–, que este año será el próximo 1 de marzo, hemos visto auges y caídas para todos los gustos y de todos los colores. A partir de ahí –aunque ya no es seguro nada–. tendremos una selección reducida de presidenciables y una criba seria de candidatos perdedores que tendrán que abandonar este feroz sistema de primarias, porque, entre otras cosas, no recibirán ayuda económica alguna ni apoyos mediáticos.

Hasta aquí un resumen del peculiar y larguísimo proceso de una elección presidencial que concluirá el 8 de noviembre con la victoria de un candidato republicano o uno demócrata, que habrán ido exponiendo sus ideas básicas sobre economía, política, temas sociales e incluso cuestiones de política exterior, en especial sobre aquellas que afectan a su seguridad nacional.

Será bueno para Europa seguir de cerca este proceso porque se está generando un distanciamiento con América que es todo menos positivo. En octubre de 2015 se firmó el tratado de libre comercio entre los Estados Unidos y once países del Pacífico que en conjunto representan el 40% del PIB mundial. Este tratado análogo con Europa sigue inmerso en un debate –más ideológico y político que económico– exasperantemente lento sobre los peligros de un acuerdo de este género para nuestros intereses. A ello se une las dificultades de alcanzar un acuerdo final sobre la relación con Gran Bretaña. Si en el referéndum del 23 de junio se produjera el «Brexit», nos alejaríamos aún más de un mundo anglosajón que es ciertamente el que va a dirigir nuestra civilización durante un largo tiempo y de paso potenciaríamos al máximo la agenda del Pacífico sobre la europea. España, que puede aspirar a una relación privilegiada con Estados Unidos (colaboración militar y política exterior, etnia hispana decisiva en la elección presidencial, acción conjunta en Latinoamérica, inversiones recíprocas importantes) debe influir para evitar estos efectos.

Antonio Garrigues Walker, jurista.

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