La emergencia de un poder no elegido

Hablar de la globalización no es una novedad. Todo el mundo habla de ella con naturalidad. Y es lógico, pues la globalización se ha estado produciendo desde los orígenes de la humanidad. Las sociedades humanas han utilizado dos formas indispensables de organización social para sobrevivir: la económica, que siempre ha establecido qué recursos producir (o simplemente tomar de la naturaleza) y cómo distribuirlos en la comunidad; y la política, que se ha ocupado de establecer reglas de convivencia y de imponer premios y sanciones para los que cumplan o incumplan esas reglas. Estos dos poderes han estado siempre vinculados, primero en los grupos nómadas, luego en las pequeñas aldeas y ciudades, feudos, reinos y finalmente Estados nacionales, y a medida que las innovaciones tecnológicas han reducido el tiempo y el coste en recorrer las distancias, han continuado creciendo. Cada ampliación en la organización económica ha estado vinculada a una similar ampliación de la organización política, aunque unas veces la ampliación económica precedía a la política, y en otras sucedía lo contrario. Esas ampliaciones no siempre se han hecho de forma sencilla y pacífica, sino que han sido acompañadas (como causas o como consecuencias) de conflictos sociales importantes, incluidas las guerras. Cuando el nieto de nuestros Reyes Católicos y de Maximiliano de Austria heredó no solo el reino de España, sino el antiguo Sacro Romano Imperio Germánico, la ampliación de la organización política provocó una similar ampliación de la organización económica, no siempre bien aceptada por todos los españoles, como los comuneros (que no defendían, como algunos comunistas posteriores han creído, los derechos de los pobres, ni de los ciudadanos de a pie, sino los privilegios de los señores feudales, que veían mermados sus poderes por esa globalización, que entonces ya incluía no solo los territorios europeos, sino también los del Nuevo Mundo americano y los de África y Asia, gracias a la primera vuelta al globo terráqueo del portugués Magallanes y del español Elcano que este año conmemoramos).

A partir de la Revolución Industrial y del cambio exponencial en las innovaciones en los transportes y las comunicaciones, el cambio social también ha sido exponencial, de manera que desde el final de la II Guerra Mundial la ampliación de la organización económica (cada vez más financiera que económica), se ha globalizado a un ritmo extraordinariamente acelerado, pero la organización política ha seguido mas o menos anclada en su forma de estados nacionales, unos 200 actualmente. Y ese proceso está creando conflictos cada vez más importantes por el desequilibrio entre la organización económica-financiera y la política. A la primera se le ha quedado muy pequeño el traje político, y le revientan las costuras por todas partes. Este conflicto, como ocurrió desde el siglo XVI, exige que la organización económica y la política vuelvan a ir de acuerdo. Y eso solo puede tener dos soluciones: o la organización económica-financiera se somete a las reglas de los estados nacionales, o de cualquier otra organización política, como las supra nacionales (Unión Europea, Naciones Unidas, etc.), o crea su propia organización política globalizada. En mi opinión, en eso estamos.

El emergente, o ya emergido, poder económico-financiero global, en este lado occidental del mundo, tiene crecientes problemas con los estados nacionales y con algunas organizaciones políticas supra nacionales como la UE por cuestiones nada banales como dónde y cuanto pagar sus impuestos, y una diversidad de legislaciones. Por una parte parece estar procurando la reducción de los poderes políticos nacionales, estatales, bien dividiéndolos en varios estados más pequeños, y por tanto con menos poder para imponer sus reglas, bien logrando el poder de esos estados para controlarlos desde dentro. Esta estrategia no es nueva, es la misma de los negocios, debilitar a la competencia o hacerse con ella. Lo cierto es que hemos visto ya ejemplos de lo primero (la división de Yugoslavia en siete estados, la casi ruptura de la UE en 2008, cuando varios estados miembros del sur estuvieron a punto de salir de la UE por problemas financieros, el Brexit, los actuales problemas de desacuerdo en la UE por la guerra de Ucrania como la ruptura de las iniciadas relaciones de cooperación entre Rusia y la UE, discrepancias entre Hungría y la Comisión Europea, discrepancias entre Alemania y Francia, entre Francia e Italia, entre España y Francia, ¿los intentos de ruptura de la unidad nacional en España?, etc.), y también de lo segundo (la confrontación hasta ahora nunca vista entre republicanos y demócratas por el poder en los Estados Unidos, el creciente papel de la OTAN en Europa y el debilitamiento de la UE por las nuevas tensiones, solo aliviada por la creciente cooperación para ayudar a Ucrania y reforzar la OTAN con nuevas incorporaciones, etc.). No cabe duda de que una organización económico-financiera globalizada no acepta fácilmente tener que negociar continuamente con decenas de organizaciones políticas nacionales o supra nacionales, sobre todo cuando, además, tiene el gran problema de que en el otro lado del mundo hay otro nuevo poder emergente o emergido, China, con el que tendrá que competir o cooperar, y para eso necesita tener bien controlado «su» lado del mundo. El gran problema es que, mientras estamos en esta situación, y teniendo en cuenta la tradición democrática de este lado del mundo, el poder económico-financiero globalizado no ha sido elegido, como si lo han sido, en mayor o menor medida, las todavía existentes organizaciones políticas estatales y supra estatales.

Como se ha indicado al comienzo de este comentario, el proceso de globalización económica y política existe desde hace miles de años, pero cada aumento de nivel, desde los grupos nómadas a los grandes imperios, han provocado conflictos de muy diversa índole. No es mi propósito aquí tomar partido por la globalización o por la no globalización, sino pretender explicarme y explicar qué está ocurriendo, por qué está ocurriendo, y cuales pueden ser las consecuencias de lo que está ocurriendo. Cada lector debe sacar sus propias interpretaciones y consecuencias.

Juan Díez Nicolás es académico de número en la Real de Ciencias Morales y Políticas.

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