La encrucijada de Afganistán

Cinco años después de la derrota de los talibanes, el Gobierno casi simbó lico del presidente de Afganistán, Hamid Karzai, y la fuerza multinacional que lo protege, capitaneada por la OTAN, se mueven en una ciénaga de caos y recrudecimiento de la guerrilla. La carnicería no se detiene, ya que casi 4.000 personas han muerto desde comienzos de año, de las que más de 700 son civiles víctimas de atentados, según los cálculos de una misión de la ONU. El comandante en jefe, general David Richards, reconoce que carece de las tropas necesarias "para ganar en seis meses". Si persiste la marcha hacia el desastre, Afganistán podría resurgir como centro de recluta y entrenamiento del terrorismo islámico.

El secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer, elogia la pacificación, pero todo sugiere que la lucha contra la insurgencia no deja tiempo ni medios para la llamada nation-building, la construcción de un Estado viable que respete los derechos humanos, objetivo de la misión internacional. La contradicción y el dilema volverán a plantearse en la inminente cumbre de la OTAN en Riga. Scheffer advierte de que "si no defendemos nuestros valores esenciales, como la lucha contra el terrorismo, en las montañas de Afganistán, el problema se trasladará a París, Amsterdam o Bruselas".

Los señores de la guerra mantienen su poder feudal y los talibanes regresan con una estrategia de guerrilla, sobre todo, en el suroeste del país, no lejos de donde se hallan desplegados los 600 soldados españoles (provincia de Herat), mientras la situación estratégica se degrada por otros motivos: las cesiones del frágil Pakistán a sus tribus occidentales, la producción de opio (90% del total mundial), el activismo de Al Qaeda y la infiltración de islamistas de procedencia diversa, "de Alemania, de EEUU y de los países del Golfo", si hemos de creer a sus propagandistas. Los pastunes del sur se hallan en estado de revuelta, pero el descontento se extiende entre los tayikos del norte, herederos del comandante Masud y enemigos acérrimos de los talibanes.

El 31 de julio de este año, la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad de Afganistán (ISAF), dirigida por la OTAN y bajo mandato de la ONU, que cuenta con 31.000 hombres de 37 países, asumió el mando de las tropas, incluidos 13.000 soldados norteamericanos, y el 4 de octubre extendió su jurisdicción a todo el país en una arriesgada escalada táctica para corregir la desconfianza o la hostilidad de la población. Otros 8.000 soldados de EEUU, remanente de la operación Libertad Duradera, se encargan de perseguir a Al Qaeda y entrenar a la policía afgana.

Estados Unidos y el Gobierno de Kabul firmaron el 3 de mayo del 2005 un acuerdo que prevé una "asociación estratégica" entre los dos países, es decir, la instalación de bases norteamericanas por tiempo indefinido en territorio afgano. Pero el fracaso de los servicios secretos y la débil implicación del Ejército norteamericano explican que el jeque Omar, líder de los talibanes, y el mismo Bin Laden sigan en libertad. Los grupos armados apostados en la frontera oriental con Pakistán son sistemáticamente sobornados por Al Qaeda, en connivencia con las tribus paquistanís en lucha permanente por la instauración de la ley islámica.

La retirada de las tropas atlánticas es impensable en las actuales circunstancias, pero la presencia militar extranjera, en su nivel actual, además de suministrar munición dialéctica a la guerrilla, es insuficiente para lograr la estabilización. La OTAN tendrá que abordar tanto el aumento de los efectivos militares, que el representante de la Unión Europea, Francesc Vendrell, cifra en 30.000 hombres, como el socavón presupuestario, ya que parte de los 4.400 millones de dólares prometidos por la conferencia de Tokio (enero de 2002) no han llegado a su destino. Las sumas aportadas por habitante son muy inferiores a las gastadas en otros conflictos como el de Bosnia.

Durante su reciente visita a la base británica en Afganistán, el primer ministro británico, Tony Blair, arengó a los soldados con las siguientes palabras: "Aquí, en este extraordinario trozo de desierto, se va a decidir el futuro de la seguridad en los comienzos del siglo XXI", una hipérbole que se explica por el carácter castrense del momento y que traduce la creciente zozobra ante una situación que parece haber desbordado las previsiones estratégicas de la OTAN.

El primer ministro británico y el secretario general de la OTAN aluden al combate contra el terrorismo que se inició a gran escala en el 2001, pero que solo ha cosechado victorias efímeras o reiterados fracasos. La quimera de los neoconservadores norteamericanos --el imperio benefactor y el arbitrio democrático-- ha desencadenado la hecatombe de Irak, pero las operaciones multilaterales con la bendición de la ONU, como la de Afganistán, no marchan mejor. La conclusión es que todas las formas de intervencionismo multiplican los riegos y generan gastos tan exorbitantes como precarios resultados. El paradigma de las operaciones supuestamente humanitarias que devienen guerras abiertas o larvadas necesita una revisión en profundidad. De no ser así, el activismo onusiano desembocará en la inoperancia y el descrédito.

Mateo Madridejos, periodista e historiador.