La encrucijada energética

En marzo de 2007 el Consejo Europeo definió una estrategia energética cuya finalidad es la seguridad de suministro, la preservación de la competitividad de las economías europeas y una contribución eficaz a la lucha contra el cambio climático. Para conseguirlo, se enunciaron objetivos concretos: conseguir para el año 2020 una reducción del consumo de energía primaria del 20%, una contribución las energías renovables que se cifraría en un 20% del total, y una reducción de la emisión de dióxido de carbono del 20%, apuesta esta última que fue elevada por los delegados europeos, en la Cumbre de Bali, hasta un límite comprendido entre el 25% y el 40% en el mismo horizonte temporal.

La dificultad del problema se deriva de que las metas fijadas pueden ser contradictorias y, de seguir las tendencias actuales, la dependencia energética y las emisiones de CO2 aumentarán en lugar de disminuir. En efecto, un 80% de la energía primaria proviene de los combustibles fósiles -carbón, petróleo y gas natural-, principales responsables de los vertidos de gases de efecto invernadero a la atmósfera, y que además, con la excepción de aproximadamente la mitad del carbón consumido y del gas y el crudo de los yacimientos ya declinantes del mar del Norte, provienen de países no comunitarios que están lejos de garantizar el suministro en los términos planteados por el Consejo.

Así, si se quiere disminuir la dependencia energética exterior hay que sustituir petróleo y gas por renovables y energía nuclear. El carbón, que es abundante y está bien repartido, es el combustible más contaminante, por lo que sería imprescindible utilizarlo de forma limpia, esto es, capturando el dióxido de carbono antes de que sea emitido a la atmósfera y guardándolo en algún lugar seguro. De la formidable escala del problema, 28.000 millones de toneladas de CO2 vertidas anualmente en el mundo, se sigue la dificultad de conseguir retener en condiciones de estanqueidad una fracción significativa del mismo. No es una tarea que se resolverá en los plazos de los que estamos hablando y siempre supondrá un encarecimiento de la energía así generada. En ausencia de tal solución, el imperativo medioambiental llevaría a reducir el consumo de carbón, contrariamente a lo que hoy está ocurriendo a escala global.

El aumento de la contribución de las energías renovables es una de las líneas de actuación en las que conviene hacer los mayores esfuerzos. Lo que no quiere decir que la cifra marcada como objetivo europeo sea fácilmente alcanzable. Hay que tener en cuenta, a la hora de evaluar su grado de dificultad, que las energías renovables, incluida la gran hidráulica, sólo suponen hoy un 15% de la electricidad producida en Europa (un 2% la de origen solar y eólico), a pesar de los grandes esfuerzos realizados en los últimos años.

Es interesante notar que España ocupa, en este apartado, un papel destacado en la escena mundial, con una fracción del orden de un 20% en la generación de electricidad procedente de fuentes renovables, y un potente sector industrial que está liderando buena parte de los proyectos existentes en el mundo, tanto en instalación de plantas como en avances tecnológicos.

Ahora bien, frente a sus definitivas ventajas, las energías renovables tienen dos inconvenientes, su alto precio y la intermitencia. El precio está relacionado con escasa concentración de las energías del Sol y el viento, así como a encontrarse su desarrollo tecnológico en una fase incipiente.

Se necesita, por tanto, apoyos públicos que ayuden a despegar y conseguir disminuir costes, como ya está ocurriendo con la energía eólica. El conjunto de estos apoyos supondrá un cierto encarecimiento promedio de la energía que está, a mi juicio, plenamente justificado. El problema de la intermitencia, es decir, su carácter discontinuo y parcialmente imprevisible, necesita un intenso trabajo de investigación y desarrollo, en particular en sistemas de almacenamiento de energía. En cualquier caso siempre será aconsejable disponer de fuentes que aseguren una producción continua en cualquier circunstancia. No obstante, estas dificultades, el objetivo de dar un fuerte impulso a la presencia de las energías renovables es esencial. Y España es un país que puede resultar ejemplar en este punto.

Queda la energía nuclear, que hoy supone un 14% de la energía primaria en Europa (un 31% de la electricidad). Su eliminación o incluso una disminución significativa en el conjunto de las fuentes de energía haría todavía más difícil alcanzar los exigentes estándares medioambientales, de seguridad de suministro y de precio que se persiguen. La Comisión Europea estima que las emisiones de gases de efecto invernadero evitadas por el parque nuclear europeo equivalen nada menos que al 85% de las que produce todo el sector del transporte. Hoy se están construyendo dos plantas de Generación III en Finlandia y Francia (y otras 25 más en el resto del mundo) que tienen sistemas de seguridad muy fiables. Por otra parte, los costes de la electricidad de una planta nuclear son poco dependientes del precio del combustible, y funcionan durante la mayor parte del tiempo. En España, por ejemplo, durante 2006 las plantas nucleares funcionaron, en promedio, durante el 89% del tiempo total, en comparación con el 66% para las centrales de carbón, el 47% las de ciclo combinado de gas natural y el 23% los parques eólicos. Y no emiten dióxido de carbono a la atmósfera.

Pero tienen inconvenientes, desde luego, y de importancia. El más grave es la generación de residuos radiactivos, especialmente los de alta actividad, que permanecen activos y en condiciones de contaminar durante decenas de miles de años. Algunos países han optado por el almacenamiento geológico profundo desde ahora mismo, mientras que otros se inclinan por un almacenamiento en superficie que permita custodiarlos de forma segura y poder acceder a ellos cuando la tecnología permita reducirlos en volumen y en peligrosidad. De hecho, las plantas de Generación IV, que todavía tardarán algunas décadas en ser comerciales, podrán utilizar parte de esos residuos como combustible. Se trata de un problema cierto y difícil de gestionar, que debe considerarse a la hora de decidir sobre el futuro la energía de origen nuclear. Pero, en conjunto, no parece fácil prescindir de una fuente de energía que cumple la mayoría de las condiciones requeridas por una estrategia energética sostenible. Jack Lovelock y otros científicos inspiradores del movimiento ecologista han expresado una posición favorable a su mantenimiento por considerar que el mayor peligro y el más global en la actualidad sería un cambio climático desencadenado por la utilización de los combustibles fósiles como fuente casi exclusiva de energía primaria.

El otro gran inconveniente es la proliferación del armamento nuclear. Pero el uso civil o militar de la tecnología nuclear son cuestiones distintas, aunque puedan estar relacionadas. Así, no hay peligro de proliferación en países con un gran sector nuclear civil pero de democracia consolidada y sin ambiciones de hegemonía militar, mientras que la posesión del arma atómica no implica necesariamente el desarrollo de un programa de producción de energía nuclear. En todo caso, la solución a este problema real no es técnica sino política y la Agencia Internacional de la Energía Atómica ha hecho algunas sugerencias al respecto.

La sociedad, al menos la europea, es muy consciente de los problemas medioambientales, sociales y económicos relacionados con la energía. Pero quizá no se comprende su alcance. Queremos combatir el cambio climático sin renunciar a los coches de alta cilindrada, sin aceptar restricciones al uso del transporte privado y oponiéndonos a aumentos del precio de los combustibles que quizá estimularían un uso más cuidadoso. Queremos aumentar el peso de las renovables sin renunciar a la seguridad del suministro en todo momento, sin que aumente el precio de la electricidad y sin que afecten al paisaje. Y queremos que se nos garantice la disponibilidad de energía abundante, pero que las plantas de producción e incluso las líneas de transporte se instalen lejos de nosotros, lo que equivale a decir cerca de otros. Y todos estos deseos pueden resultar incompatibles.

Cayetano López, director adjunto del CIEMAT.