La encrucijada palestina

A veces los árboles nos impiden ver el bosque. Esto es lo que ocurre en los territorios palestinos donde los episodios de violencia de los últimos días -los ataques israelíes cada vez menos 'selectivos' y el secuestro de un soldado por parte de las milicias palestinas- han desembocado en una vasta operación militar contra Gaza que ha eclipsado otro acontecimiento de singular valor.

Casi al mismo tiempo que se ponía en marcha la operación 'Lluvia de Verano', las facciones palestinas daban un paso de gran envergadura en el camino de la paz al aprobar el denominado 'Documento de los Prisioneros'. Dicho documento tiene varios elementos importantes, pero quizás los más relevantes en la actual coyuntura política son dos. En primer lugar, Hamás acepta que el futuro Estado palestino se erija sobre Cisjordania y Gaza con Jerusalén Este como capital, lo que le aleja de sus anteriores llamamientos a la destrucción de Israel. En segundo lugar, las facciones palestinas acuerdan formar un gobierno de unidad nacional en el plazo de dos semanas con el propósito de alejar el fantasma de la guerra civil.

Es significativo que este documento no haya sido el resultado de las negociaciones entre el presidente de la Autoridad Palestina, el nacionalista Mahmud Abbas, y el primer ministro, el islamista Ismael Haniye, sino fruto de las conversaciones de algunos de los más prominentes políticos palestinos que cumplen condena en las prisiones israelíes, entre ellos Marwan Barguzi de Fatah, Abd al-Jaliq al-Natshe de Hamás y Abd al-Rahim Malluh del Frente Popular. Tras constatar la peligrosidad de la situación actual, los presos decidieron abanderar una iniciativa de reconciliación nacional para poner fin a los choques armados que, en los últimos meses, han dejado decenas de muertos.

Además de proclamar el derecho del pueblo palestino a establecer su propio Estado independiente en los Territorios Ocupados por Israel desde 1967, el documento remarca la necesidad de formar un gobierno de unidad nacional. Fatah consigue, así, recuperar la iniciativa tras varios meses de parálisis provocada por la inesperada derrota electoral el pasado 25 de enero. Y, además, lo hace con rotundidad al lograr que Hamás se aleje de su programa maximalista y siga avanzando hacia el pragmatismo al reconocer 'de facto', como ya lo hizo la OLP en 1988, al Estado israelí en el 80% del territorio de la Palestina histórica. Otros avances significativos son el compromiso de recurrir a «la acción política, negociadora y diplomática» (bajo la batuta del presidente de la Autoridad Palestina) y «limitar la resistencia contra la ocupación a Cisjordania y Gaza» (y, por lo tanto, descartar los atentados en territorio israelí).

A pesar de su extraordinaria relevancia, no debe esperarse que la iniciativa palestina tenga un impacto inmediato en la reactivación de las negociaciones o en la interrupción del boicot internacional contra el Gobierno de Hamás. Esta aparente contradicción se explica fácilmente si tenemos en cuenta que, desde hace ya mucho tiempo, los palestinos carecen de capacidad para influir en el proceso de paz. En realidad, las negociaciones se desarrollan entre Israel y EE UU, con la marginación evidente de los palestinos pero, también, de la Unión Europea o de cualquier otro actor internacional que pueda equilibrar la balanza.

Como quedó de manifiesto en la reciente visita del primer ministro Ehud Olmert a Washington, la Administración de Bush respalda sin fisuras la imposición de las nuevas fronteras permanentes israelíes por medio de la construcción del muro de separación, denominado eufemísticamente por los israelíes 'valle de seguridad'. El programa de gobierno israelí, aprobado el pasado 4 de mayo, establece que se darán los pasos necesarios para «establecer las fronteras permanentes del Estado» y manifiesta que, de no haber acuerdo con la parte palestina, se hará de manera unilateral teniendo en cuenta la opinión de «los amigos de Israel en el mundo y, a su cabeza, EE UU y el presidente George W. Bush».

Por lo tanto, todo parece indicar que, a pesar de la aprobación del 'Documento de los Prisioneros', el Gobierno Olmert proseguirá su programa unilateral para imponer las nuevas fronteras de Israel, lo que implicará la anexión de porciones significativas del territorio palestino. Aunque el programa de gobierno israelí señala que intentará alcanzar «un acuerdo con los palestinos», también afirma que «si los palestinos no actúan como corresponde en el futuro cercano, el Gobierno determinará por sí solo dichas fronteras». Es decir, que si los ocupados, comulguen con el ideario de Fatah, Hamás o de cualquier otra fuerza, no aceptan de buen grado las decisiones de la potencia ocupante, entonces deberán resignarse a perder buena parte de sus territorios -entre un 20% y un 40% de Cisjordania- que será absorbida por el muro.

En último término cabe preguntarse si la llamada comunidad internacional y, en particular, la Unión Europea, aceptará este nuevo hecho consumado. El preocupante silencio comunitario condena a Bruselas a asumir en el futuro los cada vez más sangrantes costes del sangrante cierre por tierra, mar y aire de los Territorios Ocupados. Si se resigna a su actual papel de donante, la Unión Europea deberá estar preparada para financiar las cada vez mayores necesidades de una población al borde de la crisis humanitaria, encerrada tras el muro y privada de cualquier contacto con el exterior.

Ignacio Álvarez-Ossorio, profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante y colaborador de Bakeaz.