La energía de la España rural

Una máquina cosechadora recolecta uvas en un viñedo de la localidad cordobesa de Montilla.Salas / EFE
Una máquina cosechadora recolecta uvas en un viñedo de la localidad cordobesa de Montilla.Salas / EFE

En las últimas décadas, el éxodo rural en España ha dejado una brecha campo-ciudad más pronunciada que en nuestros vecinos europeos. Un buen amigo francés nos comenta a menudo que le gusta contemplar los paisajes despoblados cuando atraviesa España por tren. En Francia la línea del horizonte siempre está punteada por granjas o pueblos, mientras que en España contamos con una superficie de tierra no cultivada, abandonada o en barbecho de 4,6 millones de hectáreas, el equivalente al tamaño de Aragón.

Cuando el campo no rinde, se abandona, y cuando además no se encuentran actividades económicas alternativas más allá del aporte puntual del turismo, se engendra un páramo social por la falta de oportunidades. Es por ello que los responsables públicos y económicos han visto en el desarrollo de las energías renovables la palanca de crecimiento del mundo rural. Se espera además que esta energía renovable generada en el campo se integre en el conjunto de la economía utilizando el hidrógeno como vector, no solo a través de las redes eléctricas. Sin embargo, a pesar del protagonismo del hidrógeno en la prensa, la futura economía del hidrógeno no es una realidad a corto plazo, ya que las tecnologías de generación, logística, y utilización del hidrógeno están aún en desarrollo. La economía del hidrógeno debe aún resolver retos técnicos y económicos para ser un vector energético a costes competitivos.

Si bien el desarrollo de las instalaciones de generación eléctrica renovable en entornos rurales es clave para la descarbonización del conjunto de la economía, el análisis del impacto económico local de las grandes instalaciones solares y eólicas revela que, una vez construidas, estas instalaciones generan pocos empleos recurrentes —los que fijan la actividad económica— para su operación y mantenimiento. No todas las opciones renovables dinamizan la actividad por igual, y las instalaciones solares y eólicas no son suficientes para dinamizar la economía de la España rural.

Más allá de las renovables eléctricas y del futuro del hidrógeno, existen hoy en día alternativas para descarbonizar los combustibles en la industria y para alimentar los motores en el transporte pesado. Una es la biomasa, que es de sobra conocida, pero que presenta limitaciones para su integración en la economía como vector energético. La otra alternativa es el llamado biometano: moléculas de metano como las del gas natural fósil, pero provenientes de procesos de transformación biológicos y termoquímicos de materia orgánica. De entre las fuentes de biometano, la más extendida en Europa es el biogás proveniente de plantas de digestión biológica de residuos fermentables. En varios países europeos el mercado de producción de este “gas renovable” está creciendo con fuerza para su posterior integración en las redes gasistas existentes, o para su conversión en biometano licuado que alimente camiones y barcos.

En España la mayor parte del biogás producido proviene de la valorización de residuos municipales y lodos de depuradoras, siendo todavía ínfima la producción de biometano a partir de biomasa y residuos agroindustriales. Sin embargo, en países con grandes extensiones de tierras agrícolas, el potencial del biometano producido a partir de paja y leguminosas, y de residuos orgánicos, podría llegar a cubrir más del 40% de la demanda de gas natural. Esta es una oportunidad real y accesible hoy para el desarrollo de una España en vías de abandono.

Dicho de otro modo, España puede aprovechar su gran disponibilidad de tierras agrícolas para desarrollar un sector de producción de biometano muy competitivo a partir de cultivos de secano que sustituya las importaciones de gas natural de origen fósil y fije la actividad económica en el campo. Se trata de una estrategia de economía circular: a partir de cultivos de leguminosas y forrajes de secano en terrenos abandonados se alimentan plantas de generación de biometano para su inyección en las redes de gas existentes y para la sustitución de combustibles fósiles en el transporte.

Pero el resultado es aún mejor si consideramos toda la cadena de valor. Y es que el círculo virtuoso se cierra al emplear los subproductos de las plantas de biometano (los digestatos) como abono para los propios terrenos cultivados, aumentando así el contenido orgánico del suelo y su fertilidad, lo cual a su vez genera un sumidero muy significativo de CO2 en la tierra. Basándonos en los estudios realizados, calculamos que en España esta práctica con cultivos de leguminosas de secano capturaría en torno a 1.500 toneladas de CO2 al año por cada 100 hectáreas cultivadas.

Por lo tanto, con el biogás agrícola no solo se aprovechan las tierras abandonadas o en barbecho, sino que también se evita la erosión y se fija CO2 en el suelo. Todo ello mientras se generan puestos de trabajo estables y recurrentes en los diferentes eslabones de la cadena de valor y se combate la despoblación. En resumen, el desarrollo del biogás agrícola ofrece una gran oportunidad para liberar la energía de la España rural en vías de abandono, reportando enormes beneficios ecológicos y socioeconómicos. Una fórmula ideal para la transición ecológica y social.

Eric Suñol y Francisco Javier Alonso son socios de Inveniam Group.

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