La energía después de Sadam

Por Michael Renner, investigador del Worldwatch Institute de Washington (EL PAÍS, 02/03/03):

La región del Golfo representa el 30% de la producción mundial de petróleo, pero tiene cerca del 65% de las reservas conocidas del mundo. Es la única región capaz de satisfacer cualquier aumento sustancial de la demanda de petróleo en el mundo, un aumento que los funcionarios estadounidenses encargados de la energía afirman que es inevitable. Arabia Saudí, con 262.000 millones de barriles, tiene una cuarta parte de las reservas totales de petróleo del mundo y es el mayor productor individual. Pero Irak, a pesar de su condición de paria durante los últimos 12 años, sigue siendo un premio clave. Con 112.000 millones de barriles, sus reservas conocidas sólo son superadas por las de Arabia Saudí. Dado que hay partes importantes del territorio iraquí que no se han explorado por completo, existe una buena posibilidad de que las reservas reales sean mucho mayores.

Durante medio siglo, Estados Unidos ha hecho grandes inversiones para mantener la región del Golfo en su órbita geopolítica y mantener su derecho a una cuota preponderante del petróleo del mundo. Las inversiones han incluido intervención directa e indirecta, transferencias masivas de armas a aliados y adquisición de bases militares. La consecuencia ha sido una serie de alianzas cambiantes y conflictos repetidos. En los cálculos de Washington, el asegurarse los suministros de crudo ha triunfado sistemáticamente sobre la búsqueda de los derechos humanos y la democracia. Esa prioridad no ha cambiado, ahora que la Administración de Bush se prepara para un papel imperial de manera más abierta en la región, quizás invadiendo Irak con el pretexto de eliminar las armas de destrucción masiva y establecer la democracia.

No hay ninguna prueba de que el régimen de Sadam Husein esté relacionado de alguna manera con los atentados terroristas en Estados Unidos del 11 de septiembre de 2001. Pero aquellos atentados crearon un clima mucho más beligerante y unilateralista en Washington y establecieron el marco para la doctrina de Bush de la guerra preventiva. Instalar a un régimen cliente de Estados Unidos en Bagdad daría a las compañías petrolíferas estadounidenses y británicas una buena oportunidad de acceder directamente al petróleo iraquí por primera vez en 50 años, una ganancia imprevista por valor de cientos de miles de millones de dólares. Si un nuevo régimen iraquí tiende la alfombra roja a las multinacionales petroleras para que vuelvan, es posible que una oleada más amplia de desnacionalización pudiera extenderse por toda la industria petrolera mundial, revertiendo los cambios históricos de principios de los años setenta.

Los intereses rivales sobre el petróleo fueron un factor crucial entre bastidores mientras los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas discutían sobre el enunciado de una resolución encaminada a establecer los parámetros de cualquier acción contra Irak. La compañía petrolífera francesa TotalFinaElf ha cultivado una relación especial con Irak desde principios de los años setenta. Junto con las empresas rusas y chinas, ha estado ganando posiciones durante años para desarrollar campos petrolíferos adicionales una vez que se hayan levantado las sanciones de Naciones Unidas.

Pero hay acusaciones poco veladas de que estas empresas puedan ser excluidas de cualquier concesión petrolífera futura en Irak a menos que París, Moscú y Pekín apoyen la política de Bush de cambio de régimen. A la vez que desean atenazar el poder estadounidense, Francia, Rusia y China están ansiosas por mantener sus opciones abiertas en caso de que un régimen proestadounidense se instale en Bagdad.

En noviembre pasado, el Consejo de Seguridad adoptó la resolución 1.441. Es probable que los arreglos entre bastidores entre las principales potencias del Consejo acerca del futuro del petróleo iraquí fueran parte del minué político que condujo finalmente a la adopción unánime de la resolución. Los intereses en juego en estas maniobras implican mucho más que el futuro de Irak. La política energética de Bush está basada en el consumo creciente de petróleo, preferiblemente petróleo barato. Recientemente, el Departamento de Energía advirtió que Estados Unidos debería incrementar considerablemente sus importaciones de petróleo en los próximos 25 años para hacer frente al aumento de la demanda interna. Afirmaba que las importaciones netas de petróleo de Estados Unidos podrían suponer hasta el 70% de la demanda interna total hacia 2025, una subida frente al 55% en 2001.

Los depósitos de petróleo estadounidenses se están agotando, y muchos otros campos petrolíferos de países que no pertenecen a la OPEP están empezando a secarse. El grueso de los suministros futuros tendrá que venir de la región del Golfo. La industria petrolífera iraquí es una mera sombra de lo que era, agotada por años de sanciones. Una vez que las instalaciones se rehabiliten y los daños adicionales debidos a la guerra se reparen, las espitas se podrían abrir del todo. El control del petróleo iraquí permitiría a Estados Unidos reducir la influencia saudí sobre la política petrolífera. Desde los ataques del 11-S han aparecido fisuras entre Washington y Riad y pueden muy bien agrandarse, dado que la población de Arabia Saudí, afectada por la crisis económica, está cada vez más inquieta. Estados Unidos ganaría asimismo una enorme influencia sobre el mercado petrolífero mundial, debilitaría mortalmente a la OPEP y limitaría la influencia de otros proveedores como Rusia, México y Venezuela. La política iraquí de la Administración de Bush tiene como objetivo reforzar la dependencia de la economía mundial del petróleo y de un sistema energético cuyo garante es Estados Unidos.

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