La enfermedad europea contagia al mundo

Hace un mes, muchos estadounidenses se preguntaban por qué debían preocuparse por el lastre de la deuda de distantes naciones europeas como Grecia, España o Portugal. Ahora, mientras los mercados financieros estadounidenses se unen en el castigo al resto del mundo, la respuesta es clara.

Que el temor actual se transforme en pánico siempre reviste cierta dosis de misterio, igual que ocurre cuando el galope de unos cuantos caballos da lugar, sin saber muy bien por qué, a una estampida. Europeos y asiáticos debieron de hacerse preguntas parecidas hace dos años sobre la causa y el efecto que tendría en la economía mundial una porción relativamente minoritaria del préstamo estadounidense -el préstamo hipotecario de riesgo- y la histeria que provocó en Wall Street, que absorbió la liquidez del sistema financiero mundial como una esponja.

Una vez más, los inversores parecen estar sufriendo la versión financiera del vértigo. Desconocen dónde se toca fondo; no están seguros de lo que es sólido y de lo que puede derrumbarse; en ausencia de información solvente, asumen lo peor; se ponen nerviosos con la menor mala noticia y el contagio mundial se extiende.

El pánico esta semana se centra en las economías europeas y en las entidades bancarias titulares de su deuda. La situación no es en realidad mucho peor hoy que hace un mes; podría decirse que, en la práctica, es mucho mejor, porque los problemas de deuda de los países europeos más débiles han sido diagnosticados y están siendo corregidos. Pero el problema se ha vuelto viral; se extiende desde motivos concretos de preocupación hasta el temor generalizado. Añada una dosis extra de inquietud motivada por la guerra en la Península de Corea, y ahí tiene a los inversores de todo el mundo buscando la salida más próxima en desbandada.

Durante una conversación mantenida esta semana con el presidente italiano Giorgio Napolitano, pude poner este extremo vertiginoso en perspectiva y escuchar un relato sobrio sobre la crisis europea. Napolitano es uno de los grandes barones de Europa y durante décadas ha sido el defensor de la unidad comunitaria. Pero reconoce que existe una discrepancia radical entre el ideal de integración económica y la realidad de que la Eurozona alberga 16 regímenes fiscales distintos, una desconexión que ayudó a dar lugar a la crisis actual.

«Hemos tenido la demostración patente del grave efecto que tiene la ausencia de políticas consolidadas», decía Napolitano. Con esta crisis, argumentaba, los europeos tienen que aceptar de una vez que la UE «implica la transferencia parcial de la soberanía nacional». La actual integración a medias no es lo bastante fuerte para sustentar una divisa común, insinuaba.

Cuando estalla el pánico, cada medida de rescate parece despertar nuevo escepticismo respecto a que la crisis se pueda contener. Ese ha sido el problema esta semana: El Banco de España tuvo que intervenir una pequeña entidad de ahorros, CajaSur, y otras cuatro anunciaron casi a la vez una fusión. Se suponía que estos movimientos iban a fomentar la confianza pero, en su lugar, provocaron una ola de ventas de títulos bancarios por toda Europa.

Italia intenta cortar la hemorragia con un recorte presupuestario de 30.000 millones de dólares que reducirá su déficit presupuestario por debajo del 3% del PIB hacia el ejercicio del año 2012. Veremos si los inversores consideran creíble esa promesa. Porque lo cierto esque, de momento, siguen castigando a Europa, entre otras razones porque no ven aún los mecanismos que implantarán la disciplina. La UE acaba de establecer un fondo de rescate de 750.000 millones de euros, pero, ¿qué pasará cuando se acabe? Hay una promesa de imponer condiciones estrictas a Grecia, Portugal y a los demás a cambio de préstamos, pero sigue sin estar claro cómo va a hacer que funcione este régimen de austeridad Bruselas.

El problema es el que describe Napolitano: Europa sigue siendo una unión de conveniencia, que puede ser marginada por los gobiernos nacionales en cuanto ello se ajusta a sus objetivos. A las naciones del norte, como Alemania, les gusta reñir a sus derrochonas homólogas del sur por su falta de disciplina. Pero fueron Alemania y Francia las que pusieron de relieve lo inofensivo de los mecanismos de implantación del reglamento de la Eurozona en el año 2005 al negarse a pagar las multas cuando sus déficits presupuestarios superaron los límites fijados por el Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE.

Lo que me preocupa es que los dictados de la economía y la política están hoy enfrentados en Europa. Para sostener su divisa común, necesita políticas fiscales integradas que estén implantadas en todos sus países. Pero en esta crisis es probable que las asustadas opiniones públicas se aferren con todas sus fuerzas a los símbolos de la soberanía nacional -y se resistan a los dictados de los gobernadores de los bancos centrales y los burócratas de la UE-. Es por eso que los euro-pesimistas creen que esta crisis aún va a traer mucha cola. El galeno de Bruselas puede saber lo que hace falta, pero los 16 pacientes no han accedido aún a tomarse la medicina. Y el mundo entero siente los dolores.

David Ignatius, escritor y analista político y económico del diario The Washington Post.