La enfermedad populista

A pesar de sus matizaciones posteriores, las polémicas declaraciones de la cancillera alemana, Angela Merkel, anunciando el fin del multiculturalismo plantean preguntas en torno a los modelos de integración en Europa, e incluso algunas más profundas sobre la relación que mantiene nuestra sociedad con la inmigración.

En primer lugar, es importante aclarar que estas declaraciones se están dando en el contexto europeo y no, por ejemplo, en Estados Unidos. Esto se debe a la forma en cómo se han fundamentado los estados europeos, forjados históricamente sobre la base de la tradición nacional, y a partir del triángulo de una nación, un Estado, una lengua (y una religión). Dado el contexto de creciente diversidad, la identidad nacional, que en su momento ayudó a los estados europeos a conseguir la cohesión necesaria, empieza ahora a actuar en su contra.

En segundo lugar, debemos considerar nuestro sistema político. La democracia representativa conlleva la competencia abierta entre partidos, y una lógica de pensar a corto plazo (las elecciones). Un escenario de mercantilización de la política que encuentra en el tema de la inmigración un magnifico recurso para desarrollarse sin freno. Los partidos pueden monitorizar fácilmente los sentimientos ciudadanos recurriendo a la ambigüedad y a la manipulación de los datos. A los partidos les conviene, y mucho, que haya un sentimiento de rechazo muy focalizado en la religión y el islam. ¿No hay freno a la corrupción emocional? El surgimiento de partidos antiinmigración, con cierto éxito en algunos países europeos (llegando a tener un poder clave en la formación de gobiernos), provoca a su vez un cambio en el discurso de los partidos tradicionales, los cuales hasta la fecha habían tenido una actitud de prudencia hacia la inmigración.

Finalmente, y como tercera reflexión, y quizá como síntesis de todo lo anterior, las declaraciones de Merkel, y a pesar de sus matizaciones de querer incorporar a turcos en la Administración alemana, muestran cómo el discurso se convierte en una política. Los partidos ya no se plantean tanto el qué hacemos, sino que lo que les preocupa es construir argumentos electorales sobre el qué decimos. Lo que importa es el discurso en sí mismo para captar votos, y Merkel forma parte de esta política del discurso. Además, se equivoca. De hecho, no solo Alemania no ha sido nunca multicultural, sino que, a pesar de tener inmigrantes desde hace décadas, no ha habido una política lingüística que les dé oportunidades y los haga partícipes de la sociedad alemana.

Esta despreocupación alemana constituye de hecho el principal esfuerzo de la política catalana. Catalunya está elaborando una política lingüística para la integración desde el mismo momento en que se ha diagnosticado, y con acierto, que los inmigrantes están aquí no solo para trabajar, sino para realizar sus proyectos de vida personales y familiares, para quedarse. Alemania debería entonar el mea culpa. Ella ha provocado la situación que ahora dice que debe terminar. Este recurso populista es muy fácil de usar en política, y muy efectivo, pero afecta directamente a la cohesión social, provocando fracturas entre la población y legitimando la xenofobia.

En cambio, en España, en general, y en Catalunya, en particular, la diferencia viene de la forma en que se está gestando un enfoque propio, orientado sobre la base de dar respuesta inmediata a los casos concretos. El enfoque es pragmático y está contribuyendo, hay que confiar en ello, a la construcción de un sistema de defensa ante el discurso más antiinmigrante. En lo que sí debería tener cuidado España es en la opción PP, que tira del populismo y pierde, de nuevo, el sentido de la responsabilidad política. La distribución de trípticos xenófobos es una técnica fascista, enseñamos a nuestros alumnos. El PP comienza a ser un problema para la cohesión. Su desesperación por el voto le está haciendo perder un horizonte social. Ganar votos sobre la base de retroalimentar fracturas sociales es también una técnica poco democrática. Exagerando problemas concretos, alimentando con desenfreno ideas falsas, el PP, no los inmigrantes, debería ser nuestra máxima preocupación.

El resultado final, hay que confiar, dependerá en parte de la respuesta de la sociedad civil (red asociativa ciudadana, grupos de empresarios, sindicatos, plataformas sociales, equipos de fútbol, Iglesia católica y otras confesiones religiosas, etcétera). Todos deberían hacer un llamamiento a la recapacitación. Si ni la UE ante el tratamiento discriminatorio y de limpieza étnica de Sarkozy ni los partidos políticos tradicionales de valores más humanistas tienen fuerza para frenar esta tendencia al populismo, la sociedad civil en su conjunto debería manifestarse contra esta enfermedad populista, que ahora también parece afectar, como un virus, a los partidos tradicionales de derecha, europeos, alemanes y españoles.

Ricard Zapata Barrero, profesor de Ciencia Política de la UPF.