La enseñanza que España se merece

En España el debate educativo está caliente. Lo ha estado otras veces y, como ocurrirá en esta ocasión, poco se avanzará: siempre se llega a un clímax de discusión política y mediática para, posteriormente, pasar al olvido. La llama sólo permanece en algunos claustros de profesores. Las hemerotecas demuestran que son los mismos temas desde hace años: religión, lengua vehicular o debate pública/privada. Con ser asuntos importantes, pertenecen al ámbito de las ideologías con lo cual nunca podrá existir consenso entre la izquierda, la derecha o los partidos nacionalistas. Imposible: si alguien cede, pierde votantes. Y eso lo saben muy bien los líderes y estrategas políticos. La educación, respecto a estas tres materias, es un arma contra el adversario y un granero de votos propios.

Yo he sido alumno exclusivamente de la enseñanza pública. Con mis orígenes resulta evidente mi posicionamiento. Sin embargo, creo que hay que ampliar el debate hacia temas donde pueda haber consenso, no hacia lo que son herramientas de captación de votos. Pese a la divergencia de posturas, en los tres segmentos políticos españoles –izquierda, derecha y nacionalismo– percibo consenso –al menos en el discurso público– en una idea: si perdemos el tren de la educación, nos quedaremos en la parada del atraso.

Este octubre Estados Unidos ha recogido su buena cosecha de premios Nobel. En los rankings de universidades sólo valen los de Física, Química y Economía; pues bien: de los 11 premiados este año, ocho trabajan en universidades estadounidenses y siete son nativos de este país. Por comparación, el último –y único– Nobel científico español fue en 1906 el de Ramón y Cajal. Podría pensarse que los medios americanos han sido complacientes con su sistema educativo; sin embargo, ha ocurrido lo contrario. Pese a que en España sólo ha trascendido el debate sobre su sistema sanitario, aquí se le ha dedicado mucho espacio a por dónde debe ir la educación. En palabras de un colega americano, el sistema sanitario no es relevante para que Estados Unidos siga siendo la primera potencia del mundo, pero sí lo es el educativo.

Tienen claro sus logros: aquí es inconcebible que una universidad de prestigio contrate a sus propios doctores a no ser que estén diez años en otro centro. Es fundamental para «matar al padre» académico que es el director de tesis y que ahoga el pensamiento crítico de su alumno. Sólo así se crean líderes intelectuales, en lugar de seguidores. Pero también sus puntos negros: el bajo nivel de sus alumnos de primaria y secundaria. ¿Por qué? Desde New York Times Books Review al New York Times o la prestigiosa The Atlantic han intentado responder a esa pregunta. No hablan de religión, idioma o pública/privada. Básicamente los asuntos de debate son dos: hay que incrementar las horas de matemáticas y ciencias (el célebre programa STEM –Science, Technology, Engineering, and Maths– de Obama que pretende, incluso, pagarle más sueldo a los profesores de estas materias) y el nefasto papel de los lobbies de pedagogos en la formación de los maestros en este país. Dos temas que en España, prácticamente, son tabú.

Una industria de la mediocridad, titulaba hace unos días el editorial de portada del New York Times, escrito, nada más y nada menos, que por su antiguo director y premio Pulitzer, Bill Keller. Obtenido del diagnóstico del último consejo nacional de maestros estadounidenses, Keller comenzaba con un famoso aforismo: Those who can, do. Those who can’t, teach. And those who can’t teach, teach teaching. Podría traducirse como «Los que saben, hacen. Los que no saben, enseñan. Y los que no saben enseñar, enseñan a enseñar». El editorial abordaba cómo profesores jóvenes, para mejorar, han decidido que no quieren cursos de pedagogía, sino que van a colegios y observan cómo trabajan profesores con 30 años de experiencia. Y también otro problema: «El maestro de Matemáticas americano, sabe mucho sobre enseñanza, pero muy poco sobre matemáticas». Su nivel de matemáticas, añadía el artículo, «es similar al de un maestro de Botswana».

En España, Magisterio se ha convertido en reducto exclusivo de pedagogos que desplazaron a físicos, matemáticos, historiadores o filólogos. El nuevo máster de enseñanza secundaria también está dominado por pedagogos, pese a que alguien se matricule para aprender a enseñar Química. Se parte del supuesto posmoderno de que para enseñar química, no hay que saber de la materia, sino qué dicen los pedagogos sobre cómo enseñarla.

Los que han ganado el Nobel en Estados Unidos tienen una media de 60 años. En el futuro no está tan claro esta racha: la educación en Occidente está en manos de los pedagogos –no existe una casta similar que le diga, por ejemplo, a los médicos cómo curar enfermos– desde hace más de 30 años. La Universidad occidental ha caído en una trampa intelectual de tal magnitud que ve normal que un pedagogo que jamás ha estudiado Física, le diga a un físico cómo debe enseñar su disciplina. ¡Y nadie se lleva las manos a la cabeza! Miento: este debate sí está en España en claustros de colegios e institutos. Cuando yo ejercía de profesor de instituto llamábamos a los pedagogos, pedodemagogos. La LOGSE los consagró frente a la experiencia del maestro. Aquí no hay debate ideológico, sino científico y académico; sin embargo, ningún partido político español quiere entrar en él.

La LOGSE ha sido una oportunidad perdida, no porque no se haya invertido dinero en ella, sino porque se hizo de espaldas a quien más sabe de educación: los profesores veteranos (la propia ley los jubilaba a los 60 años). En lugar de consagrarlos, se los quitó de en medio. Jubilarse a los 60 es un buen derecho laboral, pero deben darle la oportunidad, a los que quieran, de ocupar las titularidades y cátedras de Pedagogía. Según los maestros estadounidenses, para que mejore la enseñanza, los catedráticos de Pedagogía deberían ser aquellos que llevan mucho tiempo dando clase –con éxito contrastado- en colegios e institutos, no los que hacen psicodélicos doctorados usando encuestas o focus group de salón–.

El otro debate son las asignaturas. Se critica el excesivo peso del deporte frente a las Matemáticas –última portada de The Atlantic–. Y la obsesión es compararse con Corea del Sur (nuevo líder tecnológico, pero también cultural). En España, cada grupo de profesores forma un lobby para defender su área y ampliar su poder: los de Latín quieren más latín y los de Economía, economía. Sin embargo, visto el problema sin apasionamiento disciplinar, sólo hay dos asignaturas que deben tratarse con profundidad durante todos los cursos preuniverstiarios: Lengua y Matemáticas. En Estados Unidos la Lengua se imparte bastante mejor que en España: les enseñan a escribir y a hablar/debatir en público. En España los profesores de Lengua proceden de Filología. Frente a la carrera de Periodismo, donde aprendemos a escribir, los filólogos jamás escriben, sólo analizan lo que otros escriben. No son creadores y eso se nota en cómo enseñan lengua.

Sin embargo, la gran marginada de Estados Unidos –y España– son las matemáticas. Euclides dijo al rey de Persia: «Majestad no hay caminos reales para las matemáticas». Los que diseñan currículos académicos las marginan, porque su índice de suspenso es alto y eleva las estadísticas de fracaso escolar. Pero, como dicen constantemente en Estados Unidos –y de ahí el programa STEM de Obama–, en un mundo globalizado, si los niños chinos saben resolver ecuaciones diferenciales con 16 años, toda la ingeniería y la ciencia se deslocalizará hasta allí o a Corea del Sur.

Un historiador malo tendrá trabajo en su país porque alguien de Corea del Sur no está interesado en la Historia o el periodismo español. Pero la ciencia y la ingeniería no solo son globales, sino que funcionan con el perverso modelo de torneo: el primero se lo lleva todo. De nada vale el segundo que inventó un buscador en internet o el que llegó a la Teoría de la Relatividad. Si los niños chinos o coreanos saben resolver ecuaciones diferenciales con 16 años y los nuestros ni siquiera saben derivar, nuestro futuro es muy negro: porque ambos compiten por hacer lo mismo. De ellos serán las patentes. Nosotros seremos sus siervos.

Carlos Elías es catedrático de Periodismo de la Universidad Carlos III de Madrid y profesor visitante en el departamento de Historia de la Ciencia de la Universidad de Harvard.

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