Las relaciones entre Estados Unidos y China no han pasado por su mejor momento en los últimos meses. Las tensiones sobre las ventas de armas de EE. UU. a Taiwán, la reunión del presidente Obama con el Dalái Lama, las disputas sobre el valor de la divisa de China, un supuesto desaire de los dirigentes chinos a Obama en la cumbre del clima celebrada en diciembre en Copenhague y la ruptura entre Google y China han desempeñado un papel al respecto.
Pero la visita del presidente Hu Jintao a Washington para la cumbre sobre la seguridad nuclear, que siguió a una conversación telefónica entre Obama y él, ha preparado el terreno para un intercambio serio y sereno de opiniones sobre diversas cuestiones bilaterales e internacionales, incluido el programa nuclear de Irán. A ese apaciguamiento de la atmósfera diplomática contribuyó en gran medida el secretario del Tesoro de EE. UU., Timothy Geithner, al aplazar su informe al Congreso sobre si China es o no una manipuladora de las divisas. Geithner hizo incluso un rápido alto en Pekín el 8 de abril para reunirse con el viceprimer ministro chino, Wang Qishan, tras lo cual surgió la noticia de que China podría dejar que el yuan flotara con mayor flexibilidad.
No obstante, antes de que alguien concluya que las relaciones EE. UU.-China están mejorando, conviene observar que los dos países tienen opiniones muy diferentes sobre cómo gestionarlas. Tomemos, por ejemplo, la reciente conversación telefónica Obama-Hu. En EE. UU., las crónicas del intercambio, que duró una hora, lo elogiaron como un punto de inflexión en las relaciones bilaterales y se subrayó que Obama convenció a Hu para lograr una posición común sobre posibles sanciones a Irán por su propósito de lograr armas nucleares.
Sin embargo, la prensa china no mencionaban semejante "avance", sino que subrayaba la petición de Hu de que la parte americana "aborde adecuadamente" las cuestiones de Taiwán y de Tíbet, que representan "intereses básicos" de China. Ni siquiera se hacía referencia a que hubieran hablado de Irán, excepto una sola línea en la que se decía que citaron cuestiones internacionales de interés común.
Esas discrepancias reflejan una gran diferencia de apreciaciones. Por el lado americano, el consenso que va surgiendo es el de que el Gobierno de Obama comenzó su mandato con el compromiso de colaborar estrechamente con China. Procuró al máximo no mostrarse crítico a las claras de la política monetaria de China, lanzó el destacado diálogo económico y estratégico EE. UU.-China, aplazó una reunión con el Dalái Lama antes del viaje de Obama a China y dio muestras de gran paciencia con la postura de China en Copenhague.
Pero los chinos no parecieron agradecer esa actitud conciliadora, que granjeó críticas internas a Obama. China exhibió una profunda irritación por la venta de armas de EE. UU. a Taiwán, cosa que lleva decenios haciéndose, y por la discreta reunión con el Dalái Lama. Miembros del Gobierno Obama se preguntan: ¿qué sentido tiene mostrarse agradable si no se obtienen beneficios evidentes?
Por el lado chino, la inicial actitud complaciente de Obama, recibida con cautela, fue interpretada como un reflejo del ascenso de China y de una relación de igualdad con Washington. Al fin y al cabo, China - se dice-sigue comprando bonos del Tesoro de EE. UU. y ahora carga con la mayor cantidad de deuda norteamericana. con lo que está financiando lo que hace ese país: desde las guerras en Iraq y Afganistán hasta la reforma sanitaria.
China ha desempeñado un papel decisivo con miras a dirigir la economía mundial gracias a su eficaz plan de estímulo económico. También se espera que China contribuya a avanzar en materia de armas nucleares con Corea del Norte e Irán, países hostiles a EE. UU. pero que son una amenaza menor para China.
Así pues, los dirigentes de China se sintieron traicionados cuando Obama, poco después de su positiva visita a Pekín, continuó con las ventas de armas a Taiwán y no desconvocó la reunión con el Dalái Lama. Académicos chinos liberales se quejan de que no hay una nueva actitud de EE. UU. con China, sino que ese país mantiene políticas antiguas que no valoran la nueva categoría china.
El problema no es una falta de cauces de comunicación. Los dos países llevan casi cuatro decenios de relaciones. No hay problemas lingüísticos y hay pocos obstáculos culturales, pero en lugar de hablar, mantienen un diálogo de sordos. La cuestión fundamental en las actuales relaciones EE. UU.-China es la de las concepciones estratégicas que los dos gobiernos formulan. Los norteamericanos suelen pensar que lo que es bueno para Estados Unidos ha de ser bueno para el mundo, pero China - y gran parte del mundo-puede no estar de acuerdo. Los chinos suelen creer que nada importa demasiado, si no es bueno para China en primer lugar. Para tender puentes al respecto, EE. UU. y China deben hacer mutuas concesiones estratégicas tangibles para fomentar la cooperación y evitar la confrontación.
Wenran Jiang, pres. Instituto de China (Universidad de Alberta) y miembro Fund. Asia Pacífico de Canadá.