La envenenada letra pequeña del COI

Podría parecer que el Comité Olímpico Internacional (COI) se ha lavado las manos con Rusia. Pero no tanto. Cierto que cada Federación Internacional tiene quince agónicos días -con las evidentes limitaciones que ello supone- para establecer qué atletas rusos pueden competir en Río y eso, en román paladino, significa que el astuto Comité le ha pasado a otros la patata caliente de enemistarse con el segundo país más laureado de la historia de los Juegos: 1.529 medallas en total; 1.010 como URSS, 407 como Rusia y 112 como Equipo Unificado.

Sin embargo, por mucho que se cuide de poner el cascabel al gato, Poncio Pilato no vive en Lausana. Algo está cambiando en la percepción mundial del dopaje. Se nota en los estadios, en los medios, y hasta en la lenta y mastodóntica burocracia que gobierna el deporte. Si leemos entera la decisión que el COI ha hecho pública este domingo a la hora de la siesta, existe una consideración llamativa: no irán a Brasil los aspirantes rusos que hayan dado positivo aunque hubieran cumplido su sanción. O sea, atleta cazado, atleta vetado por más que lleve pagadas sus culpas.

Veremos qué jurisprudencia emana de este principio que nunca había contemplado el establishment, impelido a garantizar la rehabilitación del reo que cumple su pena. No obstante, en el ámbito privado y con todo el derecho a su favor, la regla ya ha sido adoptada este año, por ejemplo, por las seis World Marathon Majors (Tokio, Londres, Boston, Berlín, Chicago y Nueva York) que no invitan ni pagan a tramposos; por el Tour de Francia, con diferentes equipos estigmatizados; y en España, por el Maratón Valencia Trinidad Alfonso-EDP -que excluye en sus bonus por superación de marca ("personal best") a exdopados, aunque hayan demostrado ser buenos chicos-, y por el Mitin de Mataró, que fue incluso más lejos vetando la participación de los pupilos del investigado Jama Aden, pese a no figurar en ninguna lista de infractores.

Es por ello que el dictamen del COI resulta más duro de lo que parece y se dirige a los paladares exigentes, que quizá clamen hoy, pero ya se deleitarán mañana con las cuitas que vendrán de esa letra pequeña. ¿Cómo no vamos a extrapolar imaginariamente sus conclusiones a otros casos y países, puesto que Rusia no es la única nación con camisetas y despachos sucios? ¿Cómo no saborear el sibilino movimiento de los jerarcas olímpicos?

Por un lado -usando un símil bíblico- el organismo que preside Thomas Bach ayuda a los habitantes puros de Sodoma, evitando que paguen justos por pecadores siempre ¡claro! que las federaciones anden prestas. Además, resuelve de un plumazo el problema de obligar a competir a la gente con una bandera neutra.

La cuestión patriótica no es baladí cuando hasta la genial pertiguista rusa Elena Isinbaeva (ya veremos si está en Río) se negaba a saltar con otros colores que no fueran el blanco, el azul y el rojo de su país; o si observamos el linchamiento nacional que sufren la especialista en longitud Darya Klishina (única rusa no sospechosa porque reside fuera de la Madre Patria), el técnico Grigory Rodchenkov (que desveló supuestamente que Rusia tapaba los positivos) y la ochocentista Yulia Stepanova (colaboró con la WADA ofreciendo datos y nombres tras ser cazada por anomalías en su pasaporte biológico).

Por cierto, ¡menudo antes y después del positivo para Stepanova!: dopándose corría por debajo de dos minutos en 800 metros con una seguridad aterradora, y era candidata a cuantos podios se le pusieran por delante. Pues bien, en los Europeos de Amsterdam, hace dos semanas, se retiró cuando iba 30 metros descolgada en su serie de calificación. Es lo que tiene el deporte limpio; aunque ella, políticamente correcta, lo achaque a los nervios y a unas molestias físicas.

Pero también el COI hace el más difícil todavía, y contenta a aquellos que reclaman un puñetazo en la mesa para asustar a las mafias internacionales de la química, convirtiendo de facto las sanciones a rusos de cualquier época en sanciones sin perdón para Río, adentrándose así en la senda emprendida por deportes como el atletismo, que en 2015 decidió elevar la pena de dos a cuatro años por un primer positivo tipificado como grave.

Hablando de atletismo: la IAAF (Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo) mantiene su veto a la Federación Rusa, avalado por el TAS (Tribunal Internacional del Deporte). Junto a Halterofilia, ha sido el deporte más intransigente con la trama de doping ruso. El actual presidente, Sebastian Coe, no podía mostrar tibieza habiendo sido él mismo vicepresidente en la etapa de Lamine Diack y su hijo, que se repartieron más de dos millones de dólares por maquillar casos flagrantes.

Coe, icono deportivo de los años ochenta, cabeza visible de Londres-2012, hombre correctísimo capaz de hacer mil reverencias en la mesa y dedicarte palabras exquisitas aunque le importes un comino, no tiene un pelo de tonto: es un maestro de la estrategia como demostró, físicamente hablando, con sus dos oros en los 1.500 metros de Moscú y Los Ángeles. Tenía que ponerse al frente de la indignación del deporte para que la indignación no le devorase. Veremos cómo resuelve ahora el sudoku de aplicar en su ámbito el dictamen del COI.

Hay que mencionar, por último, a los periodistas de la televisión alemana ADR. A veces, qué sería de la verdad sin el periodismo a contracorriente. Con su reportaje de 2014 titulado Dopaje ultrasecreto: el oscuro mundo, destaparon a pesar de los obstáculos una trama rusa que las federaciones no habían sido capaces de ver porque estaban anquilosadas, contaminadas o adormecidas. Hoy el siempre polémico COI, laxo en la forma y pétreo en el fondo, ha promovido una magistral jugada de ajedrez para que en plena modorra estival sus colegas burócratas -Coe incluido- se enteren de quién manda aquí.

Juan Manuel Botella es gerente de la SD Correcaminos y autor del libro 'Derecho a la fatiga'.

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