La envidia igualitaria

Es altamente probable que la mayor parte de la gente que gana más de 150.000 euros al año en España los reciba a través de empresas de comportamiento fiscal ejemplar, pagando ya hoy uno de los mayores impuestos sobre la renta del mundo. Se trata de un grupo social de extraordinaria importancia para el funcionamiento de nuestro país, al que aporta conocimiento, esfuerzo y dedicación. Este tipo de personas, además de contribuir al Estado de bienestar, aporta recursos a la educación, la sanidad y las pensiones privadas.

Muchos de los integrantes de este perfil económico suelen tener un elevado nivel de formación académica, coronado con estudios de posgrado en escuelas de negocios y universidades extranjeras. Sus másteres, a diferencia de los de los políticos españoles, pasan por GMAT previos a los que son ajenos aquellos. Quienes ganan más de 150.000 euros lo logran, mayormente, gracias a su esfuerzo, tenacidad y meritocracia, que estando alejada de la política es determinante de las más brillantes carreras académicas y profesionales.

La meritocracia basada en resultados empresariales genera una movilidad social sin precedentes en la historia de España, ya que la mayor parte de los grandes profesionales y empresarios de éxito de hoy no proceden de las clases altas, como en el pasado, sino de las nuevas élites universitarias y la dura competencia profesional.

Pues bien, para la izquierda española este colectivo, cuyo comportamiento debiera servir de guía a las nuevas generaciones, merece ser perseguido fiscalmente y señalado como contraejemplo. No se trata de que exprimiendo a este colectivo se vaya a recaudar mucho más, pues desafortunadamente no es tan numeroso. Se trata de dar satisfacción a las pulsiones populistas a través de un señalamiento de privilegiados; curiosamente uno de los colectivos más industriosos de nuestro país ¿Qué motiva esta absurda –para el sentido común– actitud de nuestros progresistas? La respuesta es muy simple: la envidia igualitaria.

La envidia es un vicio moral tan antiguo como la humanidad, hasta el punto de que permanece inalterado el perspicaz análisis que hiciera Aristóteles, que puede resumirse así:

—Sólo se envidia lo que tiene valor, y además, pertenece a alguien.

—El envidioso no se siente capaz de lograr por sí mismo lo que envidia, solo ansía que el otro no lo logre.

—La envidia es un pecado inconfesable; nadie se declara envidioso.

Si Gracián llamó a la envidia «la malignidad hispana», el diagnóstico se reiteró en las «Cartas persas» de Montesquieu, en las que se felicitaba de que los españoles «se destruyeran entre ellos». Stuart Mill, por su parte, en sus «Consideraciones sobre el gobierno», anotaba: «Los españoles persiguen con envidia a todos sus grandes hombres, les amargan la existencia y, generalmente, logran detener pronto sus triunfos». Para Kant, «la envidia es la inclinación a contemplar con dolor el bien de otro, a pesar de que no perjudica la bien propio». Menéndez Pidal y Marañón también se pronunciaron de similar manera.

Para Gonzalo Fernández de la Mora: «La envidia pública requiere un cierto grado de intercomunicación y liderazgos encubiertos. Como el sentimiento es inconfesable, necesita una legitimación enmascarada que suele ser una ideología igualitaria, que necesita ser hipócrita».

La igualdad de los preceptos legales generales y de las normas de conducta social es la única clase de igualdad que conduce a la libertad y que cabe implantar sin destruir la propia libertad.

Sostiene Carlo M. Cipolla (1922-2000) –uno de los grandes historiadores del siglo XX– en sus «Leyes fundamentales de la estupidez humana» que una persona estúpida es la que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio; y añade que siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo.

Es relativamente frecuente –¿en España más que en otros lares?– encontrarse con gente que sin motivos aparentes y sin beneficio alguno para ellos disfrutan perjudicando a los demás. ¿Por envidia? La propuesta de subir los impuestos a «los ricos» se sabe que apenas tiene capacidad recaudatoria: se trata de dar lecciones de envidia disfrazadas de estupidez política.

La envidia, al ser un vicio inconfesable a nivel individual, se ha consolidado socialmente a través de la actual izquierda política que con la excusa de perseguir un vano y pernicioso fin –la igualdad de fines, no de oportunidades– trata por todos los medios de desposeer de sus logros a los triunfadores para supuestamente repartirlos entre los perdedores.

La citada sublimación institucional de la envidia igualitaria está conociendo en los últimos tiempos un progreso sin igual, pero la historia del éxito de las naciones está alejada por completo de tales supuestos; lo contrario de las naciones fracasadas.

Jesús Banegas Núñez, presidente del Foro de la Sociedad Civil.

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